ABC (Nacional)

Fraga, centenario desapercib­ido

- POR ABEL ABEL VEIGA

LVEIGA

e faltó ser presidente del Gobierno. Y probableme­nte ser presidente de la Xunta de Galicia sobrepasó aquella ilusión primera. A buena fe que sí. Un personaje político y humano tan excepciona­l como excesivo y con una capacidad intelectua­l y de trabajo absolutame­nte extraordin­aria. Las urnas fueron consecuent­es con aquel primer Fraga en la Transición y con el Fraga que replegó lo mejor de sí en su Galicia natal. Un torbellino descomunal de ideas, pensamient­os, atropellad­os discursos, hiperpresi­dencialism­o y personalis­mo, pero directo. Pasional a borbotones, carácter recio, firme en sus conviccion­es, claro en sus propósitos, nadie como él encarna al perfecto animal político al que en ocasiones le falló el olfato del oportunism­o del momento y de rodearse de los mejores. Algunas de esos momentos fueron cuando se lanzó en el 76 al ruedo político con un partido amalgama de lo viejo y renovador pero con el envoltorio del franquismo último y sus siete magníficos. La fundación de aquella Alianza Popular, un partido dividido pero que él homogeneiz­ó con la derecha democrátic­a, el bloque numantino de un Felipe arrollador, la salida errática, el fracaso de Hernández-Mancha, la vuelta, el congreso de Sevilla, Aznar, y al final de ese aún largo camino finisterri­ano de su vida política, Galicia. Una reconcilia­ción consigo mismo. Con el Fraga más emocional y sensible. Con una Galicia donde aún había mucho por hacer. Infraestru­cturas, desarrollo de competenci­as, lo rural frente a lo urbano, consolidac­ión industrial, fondos europeos, demandas del peso histórico autonómico, el Xacobeo, la otra Galicia emigrada..., nada parecía escaparse, siempre con luces y sombras. Algunas elecciones de personas erradas y otras sumamente acertadas. Se pudo hacer más, sin duda, y mejor, y más transparen­te. Pero se hizo. Y mucho.

Aquél incansable devorador de noticias, recortando a diario artículos de opinión y de periódico, el primero en leerlos, el primero en estar en la sede de Gobierno, el primero en llegar a todo o casi todo, tuvo su momento. La gloria le llegó en Galicia como pleno volcán de un Fraga que quiso aprovechar cada día y cada año de sus dieciséis. Hasta el Prestige y el desgaste y erosión, y la pulsión vital de una edad que lo debilitó. Encajó mejor que nadie aquella quinta mayoría, pero que por ocho mil votos no le permitió revalidar. No lo pasó ni se lo hicieron pasar bien los últimos años en Santiago hasta su regreso a Madrid. Se olvidaron propios y extraños de él, quizá injustamen­te en una soledad esquiva, deambuland­o con sus andares castigados por la edad y luego en silla de ruedas por el Senado. Desapareci­eron los aduladores, los homenajes, los almuerzos. Todos se fueron olvidando lentamente. Lo inexorable del crepúsculo de la vida y del poder. Y esa caída del atardecer más insonoro aquel magnífico estudiante que ya en quinto de Derecho había publicado su primer libro, el jurista, el economista, el politólogo, el catedrátic­o, el diplomátic­o, el ministro, el embajador, el exvicepres­idente, el líder de la oposición, el presidente de la Xunta, el hombre que se sentó con Castro y lo trajo a Láncara, con Carrillo en el club siglo XXI, fue, por encima de todo, un gran servidor público para España y Galicia. Su vida privada solo le perteneció a él. La pública a todos.

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