▶ Beatriz Flamini, deportista de élite, sale de una cueva de Motril, tras participar en una investigación de aislamiento: «Fue una experiencia insuperable» Un año, cuatro meses y 22 días sin ver la luz del día
Más de 500 días en una cueva. En la localidad costera de Los Gualchos, en Motril, Granada. Aislada. Incomunicada. A 70 metros de profundidad. Sin ver la luz del sol. Sin hablar. Sin ducharse. Un año y medio de su vida. La historia de Beatriz Flamini dio ayer la vuelta al mundo. Un hito histórico, solo interrumpido mínimamente por un problema de electricidad que la obligó a ella y a todo su equipo a salir durante apenas una semana de la cavidad de apenas 20 metros donde ya llevaba contados más de 200 días.
Estuvo igualmente aislada después de ver un rostro humano apenas unos minutos. Arreglado el problema, volvió a entrar hasta contar el medio millar de jornadas. El récord de días seguidos de inmersión bajo tierra sigue, por tanto, en posesión del espeleólogo Milutin Veljkovic, que estuvo 463 días sin salir de una cueva en Samar (Serbia). Él, eso sí, tuvo comunicaciones telefónicas con el exterior periódicamente y disponía de reloj. Flamini, ni eso.
«Quién paga las cervezas»
Deportista de élite, escaladora y espeleóloga, se retiró de la carrera olímpica por decisión propia. Su especialidad era el karate. El perfil psicológico, apuntó ayer la propia Flamini y confirman los expertos, es lo que le ha permitido sobrevivir a este año y medio bajo tierra. Su modo de vida y su forma de plantearse el reto no deja lugar a dudas: se trata de una persona especial, con un carácter distinto y único. Según explica el catedrático en Psicología por la Universidad de Granada, Julio Santiago, «cualquiera se hubiera vuelto loco o entrado en una depresión profunda en apenas un mes», asegura. Flamini, en cambio, insistió ayer en que su único problema, se lo ocasionaron «las moscas». Una «invasión» que finalmente pudo sobrellevar.
Con todo, cuando salió al exterior a las nueve de la mañana de ayer, «nada le sorprendió». «Cuando he visto la luz no he sentido nada porque ha sido como si fuera hace un rato que he entrado (...) para mí sigue siendo el 21 de noviembre de 2021, no sé lo que ha pasado en el mundo, no tengo ni idea», confesó a los medios en la rueda de prensa que dio ayer para explicar su experiencia.
Sus primeras palabras, antes de fundirse en un abrazo con el equipo que la acompañó fueron: «Quién paga las cervezas». Acto seguido, les pidió que no tuvieran en cuenta «nada de lo que hubieran visto allí abajo» a través de las cámaras de seguridad instaladas.
Alucinaciones auditivas
Pese a que durante el tiempo que pasó bajo tierra sufrió alucinaciones auditivas y alguna pérdida de memoria a corto plazo, aseguró que «nada de lo que hay escrito» respecto a los riesgos de una experiencia tan extrema como esta le han sucedido. «Solo me concentraba en el presente. Si comía, pensaba en que estaba comiendo; si leía, pensaba en lo que estaba leyendo. Tengo sed, bebo. No pienso en el pasado ni en el futuro, sino en el presente», explicó. Ese fue el truco. «No proyectaba». El día a día en la cueva se ha basado en eso, en el «ahora». De hecho, aunque inicialmente intentó tomar referencias para calcular el tiempo, no pudo.
Su entereza, según cuenta sus movimientos diarios en la cueva, es apabullante, sobre todo por la tranquilidad con la que lo describe. Las defecaciones, «cada cinco cacas», las subía a la superficie. Siempre a través de intercambios que se realizaban en un punto intermedio de la cavidad donde no era posible cruzarse con nadie ni mantener comunicación. Por esta ca
vidad ha bajado una tonelada y media de material y alimentos, así como los más de 1.000 litros de agua que consumió. Al mismo tiempo, Beatriz, en esa inmersión personal y física, pudo realizar actividades como tejer, pintar y leer sesenta libros. No necesitaba más. Los miembros del equipo que la han acompañado desde la superficie le dejaron dos botellas de vino en la cueva, a modo de juego, aunque no las llegó a encontrar. Tampoco se las hubiera bebido, señaló.
En la cueva Flamini se puso manos a la obra y comenzó la escritura de un libro sobre su experiencia. Pero el relato sobre todo lo vivido no se quedará ahí. Existen horas y horas de grabación que explicarán con imágenes algo difícilmente explicable de otra forma.
La idea fue de la propia Beatriz, quien hace dos años se puso en contacto con la productora Dokumalia y se ofreció para este reto, prestándose además a participar en diversos estudios científicos dirigidos a evaluar la repercusión mental y física de las condiciones extremas a las que se iba a enfrentar. La idea por parte de este equipo de investigadores, la mayor parte de la Universidad de Granada, es probar cuáles son los límites del ser humano estando sin luz y sin comunicación alguna.
Un documental
Durante estos 500 días solo ha estado acompañada de dos cámaras GoPro, sin pantalla que contuviera referencias de horas ni días, para narrar paso a paso sus vivencias y cuyas tarjetas de memoria se llevaba el equipo sin contactar con ella. El resultado quedará reflejado en esa serie documental en la que se ha registrado su vida cotidiana bajo tierra; sus comidas; sus ejercicios; sus días malos y buenos; sus problemas y dificultades; sus dudas; los cambios en su cuerpo y su mente.
También la longitud de sus días y noches, su sensación de haber entrado en un bucle eterno de tiempo detenido a las cuatro de la mañana; los momentos de terror y los de euforia; la falta de memoria y concentración, las alucinaciones… una historia que queda como ejemplo de hasta dónde puede llegar el cuerpo y la mente humana mediante la preparación previa y el carácter adecuado. Sobre si en algún momento decidió tirar la toalla, Flamini es clara: «Nunca » , aseguró además de calificar esta experiencia única como «insuperable».