Lecciones para después de la guerra a Ferrovial
La victoria de Rafael del Pino abre una puerta para otras compañías por la que podrían dar el portazo definitivo al sanchismo. El sí masivo de sus accionistas al cambio de sede a pesar de las presiones del Gobierno deja un decálogo de lecciones aprendidas a los que vengan detrás
E Lrevolcón que los accionistas de Ferrovial han propinado a Pedro Sánchez y su comparsa es de tal magnitud que exige un análisis detallado para extraer aprendizajes de lo sucedido y calcular el alcance de los daños para la reputación de la marca
España.
Primero: por mil veces que se repita una mentira no se convierte en verdad. El Gobierno basó su estrategia en el miedo y la coacción a los accionistas de Ferrovial,
tratando de echarles encima el peso de la opinión pública sin reparar en que la enorme bola de acusaciones antipatrióticas y de evasión fiscal estaban hechas de miga de pan y al primer contacto con el caldo de la realidad se diluyeron.
Segundo: Guerra declarada, guerra perdida. Moncloa se creyó los argumentarios que ellos mismos elaboran para confundir a la opinión pública. El tridente compuesto por De la Rocha-Bolaños-Calviño voceó el punto exacto de ataque y al presidente de la constructora, Rafael del Pino, le bastó con seguir a lo suyo y poner guardia doble en la verja de la reputación corporativa. Alguien debió explicarle a Sánchez la llamada ‘aproximación indirecta’, capaz de alcanzar resultados eficaces por métodos sorpresivos en lugar de lanzar el golpe por la trayectoria más esperada o convencional.
Tercero: La libertad de empresa se basa en la libertad. Y la seguridad jurídica, en la seguridad. La pataleta monclovita contra los del puro les llevó a hacer lo contrario de lo que pregonaban. No se puede ir de patriota atacando a una empresa patria ni intentar presidir la UE boicoteando un movimiento empresarial intraeuropeo, por muy
Sánchez que uno se crea. Cuando se generan entornos de incertidumbre se agrieta la seguridad jurídica y el dinero es como el agua, que corre a escaparse por las grietas hacia fondos más estables.
Cuarto: Rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras. Tampoco en política. Que el sanchismo haya campado a sus anchas hasta ahora, atacando a los empresarios y cuestionando sus modelos de negocio alegremente, no significa que todo vaya a salirle bien siempre. Hasta aquí ha llegado. El Ejecutivo se cargó de titulares edulcorados en el obrador de luz y de color de Miguel Barroso
y se le hizo bola la dieta de verdades y realismo crudo que le suministraron los accionistas de
Ferrovial.
Quinto: Un líder debe tener una comprensión profunda de la naturaleza humana. Más aún un político. Un gabinete no está para ser el eco perfecto de quien manda sino para ayudarle a suavizar los problemas, ganar afectos y generar una corriente electrizante favorable en todas direcciones. Si Del Pino hubiera querido irse de
España podría haberlo hecho sin más. Ese nunca fue el plan. Nadie se atrevió a decirle a Sánchez que se equivocaba y en su lugar le llevaron al desastre, enfrentado no ya a una gran compañía cotizada sino a la lógica de un mercado global que ve a España como un lugar donde es complicado entrar y más aún salir. Y eso es letal para los negocios.
Sexto: En la estrategia empresarial el camino más corto es el más largo. Un enfrentamiento directo a los problemas endurece la resistencia por comprensión. No se puede insultar a los accionistas de ninguna empresa por la vía doble del antipatriotismo y la ignorancia. Es difícil que desde una Secretaría de Estado, la CNMV o Competencia vayan a estar más interesados en el buen devenir de un negocio que quienes tienen en él depositados sus ahorros. Convencer, en todo caso, suele ser más efectivo que tratar de vencer.
Séptimo: Nunca odies a tus enemigos, aunque sean los del puro y la chistera. Afecta a tu juicio.
Sánchez, tan dado a prácticas de presión tan reconocibles, olvidó poner en práctica el consejo número uno. Esto es, que nadie sepa lo que pienses y que nada de esto es personal. El Gobierno y sus aliados de extrema izquierda convirtieron a Ferrovial en el enemigo, hasta el punto de que
Sánchez utilizó una comparecencia pública fuera de España para criticar a Del Pino. La derrota ha sido así profesional y personal y es la imagen de España la que paga.
Octavo: Si vas a la guerra rodéate de los mejores. Ni Calviño, ni García Andrés, ni Rodrigo Buenaventura, ni Montero, ni mucho menos Belarra eran capaces de suministrar un argumentario suficientemente justificado y elaborado para dar la victoria a Sánchez. Los hechos son tozudos y Ferrovial llegó a su junta con los deberes hechos y cargado de razones. Del Pino e Ignacio Madridejos, su CEO, hicieron lo que saben hacer: gestionar una empresa y defender los derechos de sus accionistas. Para eso les pagan. En el otro lado solo había ataques viscerales y el habitual discurso machirulo del «porque yo lo valgo» y el «no sabe usted con quién está hablando».
Noveno: No caer ahora en la trampa de la ‘Ciudad Vacía’. El
sanchismo y sus formas han quedado en evidencia, como Cagancho en Almagro, pero seguirán intentando dar un último y desesperado golpe a Ferrovial. Sánchez calla, sus trompeteros editorializan con la pacificación y la concordia, y Calviño corre a decir que respeta la decisión de la junta. Maquiavelo ya advertía de los invitados peligrosos que aparentan una posición subalterna para convertirla en dominante y lo que les sucedió a los venecianos con el rey de Francia. Conviene tener presente que a veces en la derrota se finge debilidad para ganar fortaleza. Claro que esta estratagema requiere gran inteligencia y eso ya limita enormemente las posibilidades.
Y décimo: El último remedio: cuando todo falla, huye. En situaciones determinadas, como ésta, la mejor estrategia consiste en huir. La presidencia de turno de la
UE y su coincidencia con las elecciones generales abre una ventana de oportunidad a Sánchez para hacer carrera justo en el terreno donde sus voceros dicen que es portentoso: la ocasión la pintan calva. Habrá que ver que no sea una falsa huida, como la de los griegos en la guerra de Troya. La España de Sánchez ha superado la categoría de tragedia y ya está en la pura farsa.
Decálogo para extraer aprendizajes de lo sucedido y calcular el alcance de daños a la marca España