ABC (Nacional)

«SERÍA EL PRIMERO EN DECIR QUE MI HIJO PAGASE, PERO ES INOCENTE Y ELLOS LO SABEN»

- Por MIRIAM VILLAMEDIA­NA

Cándido, padre de Pablo Ibar, vivió en Estados Unidos sus años de gloria como pelotari, pero ese país le ha causado también el mayor revés de su vida. Su hijo lleva 29 años encarcelad­o por un triple crimen con pruebas «escasas y débiles». Hundido, atiende a este diario justo después de enterarse de una nueva derrota judicial

«Ni me preguntes cómo estoy». Es lo primero que acierta a decir Cándido Ibar cuando nos saluda en la entrada del frontón de Tolosa, ese en el que tanto disfrutó con la pelota. Hace escasas dos horas que ha recibido el último varapalo judicial para su hijo Pablo Ibar. Su abogado, Joe Nascimento, recibió un mail cuando estaba a punto de subir al avión donde le comunicaba­n que el Tribunal de Apelacione­s del Cuarto Distrito de Florida había denegado su petición para repetir el juicio y confirmaba la condena a cadena perpetua. «Más que un jarro de agua fría ha sido un diluvio», acierta a decir cuando apenas ha tenido tiempo para digerir la noticia.

A fin de cuentas, es un batacazo más en la lucha de un padre que comenzó hace 29 años. El 14 de julio de 1994 su vida se paró para siempre. « Recuerdo que estaba en España cuando me llamaron y me dijeron que Pablo estaba arrestado», rememora. Aunque los recuerdos ahora parecen algo borrosos después de tantos años, pronto alguien le explicó que su hijo estaba acusado del asesinato de Casimir Sucharski, dueño de un club de alterne, y de las bailarinas Sharon Anderson y Marie Rogers. El detective Paul Manzella creyó identifica­rle como la persona que aparecía en la grabación que registraro­n las cámaras de seguridad de la vivienda, y ese fue el inicio de un calvario que va camino de superar las tres décadas.

Cándido recuerda que a la incredulid­ad del primer momento, se unió la inexperien­cia en cuestiones judiciales de una familia «que nunca ha tenido un arma en casa, ni siquiera una escopeta de caza en el caserío». «Si no tienes nada que ver, será cuestión de tiempo», recuerda que le dijo en la primera conversaci­ón que pudo tener con Pablo, ya a través de un cristal. Lo primero que hicieron fue buscar un abogado que les pidió 5.000 dólares de fianza por estudiar el caso. «A las tres semanas nos dijo que era demasiado grande y que lo dejaba», lamenta. Se quedó con la fianza y dejó a la familia desamparad­a «en el peor estado y en la peor ciudad» para un hispano que se enfrenta a cargos por asesinatos.

A través de un cristal

Pasó casi un lustro desde aquel día. «Cinco años sin poder tocar a tu hijo, viéndole sólo a través de un cristal», recuerda Cándido, al que por momentos se le quiebra la voz. Lo intentaron todo, incluso sacarle bajo fianza, pero ninguna de sus peticiones surtía efecto. La justicia estadounid­ense ni siquiera accedió a dejar que se despidiera de su madre, que falleció después del primer juicio, en el año 1998. «Les pedimos que le permitiera­n ir al funeral con esposas y encadenado, pero ni así le dejaron», lamenta.

Dos años después, tras la repetición de ese primer juicio anulado, llegó la losa contra la que esta familia lleva luchando casi tres décadas. A pesar de las pocas y dudosas pruebas que se expusieron en las vistas, el jurado sentenció a Pablo a la pena capital. Desde entonces toda la familia, con Cándido a la cabeza, tiene la sensación de jugar una partida muy parecida a la que mientras hablamos están protagoniz­ando los dos pelotaris que entrenan a esa hora en el recinto deportivo. Lanzan la pelota con todas sus fuerzas, pero al llegar, la pared del frontón que ha construido la justiciati­cia estadounid­en-estadounid­ense para ellos, se la devuelve con un sonoro clac que les obliga a volver a lanzar con aún más s fuerza.

« A veces uno o sólo quiere desaparece­r y que se lo lleve el viento, pero ro eso sería una coobardía y no podeemos ser cobardess», asegura tratando de sacar fuerzas de donde ya no queuedan. No sólo él, lala

energía que les ha transmitid­o su hijo en estos años, primero desde el corredor de la muerte, y ahora desde la prisión de Okeechobee, ha sido uno de los motores para seguir adelante. Lo hacía en visitas que no eran ni agradables, ni fáciles. «Aquellos ruidos metálicos, aquellas puertas pesadas cerrándose…», rememora. Cándido tenía siempre que parar en una gasolinera cercana para tratar de calmarse un poco antes de volver a conducir de regreso a casa.

Un padre lo es hasta la muerte y por eso en este tiempo nunca ha dudado de la inocencia de su hijo. Repite las veces que haga falta que se le ha condenado «sin ninguna prueba». «Yo sería el primero en reconocer que debe pagar por lo que ha hecho si fuera culpable, pero es inocente y ellos lo saben » . No solo lo dice él, el Tribunal Supremo de Florida anuló en el año 2016 la condena a muerte de Pablo Ibar por entender que se había basado en pruebas «escasas y débiles».

En estos casi 30 años la familia ha contado, además, con el apoyo incondicio­nal de Tanya Quiñones, la mujer de Pablo. «Es una persona increíble», exclama Cándido cuando le preguntamo­s por su nuera. No sólo se ha casado con Pablo estando ya en prisión, también le ha dado dos nietos que, aunque son una de las alegrías de Cándido, no conocen a su padre en libertad. «Es muy triste», lamenta. Los dos menores acompañaro­n a la familia en la repetición del último juicio, en el año 2019, y se llevaron «un chasco enorme» al ver que volvían a declararle culpable.

Ese ha sido también uno de los mayores golpes que ha recibido Cándido en estos años. «Cuando le condenaron a pena de muerte no teníamos buenos abogados, pero esta última vez pudimos poner todo sobre la mesa. Por eso, al oír la nueva sentencia en contra asegura que se quedó casi sin respiració­n. «La sensación de impotencia es terrible», asegura.

Una impotencia que también se ha convertido en resquemor hacia un país, Estados Unidos, donde vivió años gloriosos como pelotari. Pablo incluso estaba a punto de debutar y seguir los pasos de su padre a principios de los noventa. Sin embargo, una pelota mal encajada provocó que le tuvieran que dar quince puntos de sutura en una ceja. Ese accidente retrasó un debut que nunca llegó porque la justicia se cruzó en sus planes. «Yo sé que Estados Unidos no tiene la culpa», reconoce Cándido, que, sin embargo, a estas alturas no tiene reparos en reconocer sus dudas acerca de algunos eslabones del sistema judicial. «Cuando el juez es el que manda y hace lo que le da la gana por encima de la Constituci­ón, hay poco que hacer», lamenta.

El partido más difícil

El último proceso judicial, el que terminó con una sentencia de cadena perpetua, le dejó tan tocado que desde entonces no ha vuelto a pisar ese país, a pesar de que allí tiene a lo que «más quiere». «Estados Unidos me ha quitado todo lo que me dio, y mucho más», insiste. Más aún después de un último revés judicial que ha llegado cuando la familia estaba más optimista. De hecho, su abogado, Joe Nascimento, estaba «súper contento» con la vista que se celebró el pasado 28 de febrero y el propio Pablo le trasladó esas buenas sensacione­s a su padre en su última conversaci­ón.

El partido de pelota para la familia continúa ahora con un camino que se antoja largo y costoso. «Ya no tenemos el apoyo institucio­nal que teníamos cuando estaba condenado a muerte», explica. Por eso, han puesto en marcha una campaña de ‘crowdfundi­ng’ que les permita recabar fondos para el nuevo proceso de apelación que ahora pasa por pedir amparo al Supremo de Florida. Cándido no sabe cuantifica­r cuánto llevan invertido en la defensa de su hijo, pero está convencido de que el dinero « no será un problema » . «Siempre nos hemos sentido muy arropados», explica.

Y como respuesta a todo ese apoyo sabe que tras esta nueva caída toca levantarse de nuevo. Lo aprendió de su hermano, el mítico boxeador Urtain, con quien acumula multitud de anécdotas y piques por demostrar quién era mejor atleta. «Levantando piedras era invencible, pero nunca me ganó a la pelota», se enorgullec­e. «Me tengo que levantar, si me caigo no hay nada más que hacer», reflexiona. Por eso, a sus casi 80 años no renuncia al sueño de volver con Pablo al País Vasco y hacer «un banquetazo» con todo el mundo. «Siempre tenemos la esperanza de que esta vez sí será».

Pablo Ibar se casó ya en la cárcel

LA ÚNICA ALEGRÍA DE CÁNDIDO SON SUS DOS NIETOS. AUNQUE SEA AGRIDULCE, LOS NIÑOS NO HAN CONOCIDO A SU PADRE EN LIBERTAD

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Cándido Ibar (derecha) muestra una imagen en prisión de su hijo (arriba, con una raqueta en la mano). Bajo estas líneas, una foto de Pablo del día del baile de graduación
// LOBO ALTUNA, CEDIDAS ÁLBUM FAMILIAR Cándido Ibar (derecha) muestra una imagen en prisión de su hijo (arriba, con una raqueta en la mano). Bajo estas líneas, una foto de Pablo del día del baile de graduación
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