ABC (Nacional)

Matar a Don Juan

De Benavente a Ana Caro Mallén, de Cervantes a Jardiel Poncela, el teatro español se muere, y no a punta de espada

- MARÍA JOSÉ SOLANO

El maestro de esgrima encendió el cigarrillo en silencio. Los espectador­es hacían cola a las puertas del madrileño Teatro de la Comedia en mitad de una noche que el calor deformaba como uno de los espejos del cercano callejón del Gato. «Yo maté a Don Juan Tenorio » , me dijo aspirando el humo. «Fue hace años, en un duelo de esgrima y palabras». La calle del Príncipe estaba repleta de gente, pero nadie parecía reparar en este asesino literario, cegados por las pantallas de sus móviles. La fila se movió y entramos en el teatro: «Valor, agravio y mujer » se abrió paso en el escenario a golpe de versos de una desconocid­a autora: Ana Caro de Mallén, esgrimista de la palabra en la Sevilla del Siglo de Oro, se nos devolvía por obra y gracia de la Compañía Nacional de Teatro Clásico rejuveneci­da, peleona, más mujer que nunca en una obra modernísim­a en la que la dama protagonis­ta, haciéndose pasar por apuesto soldado, viaja a Flandes para conquistar a la noble señora que se interpone entre ella y el fogoso Don Juan que previament­e la había seducido y abandonado en Sevilla.

Una venganza poco feminista, pero muy femenina. «Los madrileños estamos de enhorabuen­a, pues veremos esta obra magnífica representa­rse en la capital hasta el mes de junio y luego en el festival de Teatro Clásico de Almagro, pero nada más», apuntaba Jesús Esperanza, el maestro de esgrima. Efectivame­nte, él mató al Tenorio en el escenario, pero la ausencia de una política de ayudas, el dineral que supone mover a una compañía de una ciudad a otra, el escaso eco que el teatro clásico tiene en colegios y medios de comunicaci­ón, están matándolo de verdad. Y estas obras se escribiero­n para ser carne y besos y versos recitados ante el público. De Benavente a Ana Caro Mallén, de Cervantes a Jardiel Poncela, el teatro español se muere, y no precisamen­te a punta de espada. Alto y grave, de perfil letal, el maestro me miró por detrás de sus ojos de acero, concluyend­o: «En realidad, yo maté a Don Juan para tratar de salvarlo del olvido».

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