Un siglo de Big K
Henry Kissinger, quien cumple este sábado cien años, sigue produciendo sensaciones encontradas
Apunto de cumplir cien años, Henry Kissinger sigue produciendo sensaciones encontradas. Admiración por sus grandes logros diplomáticos. Pero también repugnancia por algunos de los peores crímenes cometidos en el contexto de la Guerra Fría. En mi caso, Big K me produce una poco disimulada envidia por su músculo intelectual y su capacidad de síntesis. No hay más que leer una sola de sus páginas sobre, por ejemplo, la revolución francesa y ahí está todo.
Judío nacido en Alemania el 27 de mayo de 1923, su familia se mudó a Nueva York huyendo de la persecución nazi. Para comprender su realismo ideológico, Kissinger ha explicado que lo que más le gustaba de Manhattan era cruzar la calle sin preocupación, sin tener que estar pendiente de que alguien en la esquina quisiera arrancarle la cabeza. En estos cien años nunca ha perdido su inconfundible pronunciación alemana. Como decía Walter, su hermano pequeño, Henry es incapaz de hablar inglés sin acento por no saber escuchar a la gente.
En las múltiples entrevistas concedidas para celebrar su siglo no hay que esperar mucho para escuchar la palabra « propósito » que, junto al concepto de «equilibrio», forman los dos pilares que sostienen a Big K. Desde los años cincuenta, cuando era un académico de Harvard que escribía sobre estrategia nuclear, Kissinger ha entendido la diplomacia como un acto de equilibrio entre grandes potencias ensombrecido por la posibilidad de una catástrofe nuclear.
Ante todo lo que está pasando en el mundo, lo que más preocupa a Kissinger es la creciente competencia entre China y Estados Unidos por la preeminencia tecnológica y económica, con el riesgo de que la Inteligencia Artificial multiplique el riesgo de confrontación. A su juicio, para establecer una paz duradera en Europa, Occidente debe realizar dos grandes esfuerzos de imaginación. El primero es que Ucrania se integre en la OTAN, como medio de contenerla, además de protegerla. Y el segundo es que Europa diseñe un acercamiento a Rusia, como forma de crear una frontera oriental estable.