La muerte de Martínez Montañés
Después de una dilatada vida, más de ochenta años, dedicada además de a ejercer su profesión, a la enseñanza de la misma en los distintos talleres que tuvo en Sevilla, el insigne maestro cayó enfermo falleciendo el 18 de junio de 1649, al parecer, víctima de la terrible epidemia de peste que asoló Sevilla con tal virulencia que hubo días en que fallecieron más de quinientas personas.
Atendiendo a sus deseos fue enterrado en la iglesia parroquial de la Magdalena, según manifestó su viuda, Catalina de Sandoval, en un documento firmado por ella y que, entre otras cosas, dice: “mi marido quiso ser enterrado en el convento de San Pablo, en la sepultura que allí tenemos y por haber fallecido en el año 1649 en el rigor del contagio, el susodicho me pidió que fuese sepultado, como está, en la iglesia parroquial de la Magdalena de esta ciudad”. La inscripción de su fallecimiento aparece al folio 54 del 2º libro de entierros de dicha parroquia con fecha de 18 de junio de 1649 y en el que se puede leer lo siguiente: “En este día, Juan Martínez Montañez. Cien reales de sepultura, todas las campanas de doblar: cuatro ciriales y una cruz”. Asimismo, en nota marginal se lee: “De los ciriales de plata 4.r.; de la sepultura 12.r.; de la caja 3; del doble 2; importe de los derechos funerarios”. Al final del segundo libro dice: “En el año 1649 murieron en esta parroquia 716 personas”.
Casi 150 años después, durante la invasión francesa, el gobierno municipal de Sevilla, dentro de los proyectos urbanísticos que realizó en aras de dotar de mayores espacios y crear plazas públicas en el abigarrado dédalo de calles sevillanas, derribó la vetusta iglesia de la Magdalena, abriéndose la actual plaza de igual nombre y pasando todo el archivo parroquial a la iglesia del convento de San Pablo pero, desgraciadamente, desapareciendo la sepultura de Montañés y, por tanto, sus restos mortales. A pesar de lo expuesto, algunos historiadores mantienen la tesis de que el escultor jiennense pudiese estar enterrado en alguna de las múltiples fosas comunes que tuvieron que habilitarse para poder sepultar a la ingente cantidad de personas que fallecían diaria- mente a consecuencia de la epidemia de peste, como las del Prado de san Sebastián, la de los Humeros y de la Puerta Osario. Estas opiniones, posiblemente, carezcan de fundamento al existir suficiente documentación que demuestra de forma fehaciente el enterramiento de Martínez Montañés en la parroquia de la Magdalena y las exequias celebradas, cosa poco habitual en los miles de fallecidos por la epidemia.
A este respecto, y en igual sentido, son curiosas las prevenciones que adoptó el escultor al escribir en el año 1635 lo que sigue: “Juan Martínez Montañés, estando sano y con salud y de partida de villa a Madrid doy i otorgo todo mi poder cumplido a doña Catalina de Falcedo, mi muger, para que por mí y en mi nombre en quianquier tiempo puede haser y otorgar mi testamento y última voluntad mandando que yo mando que me entierren si falleciera en esta ciudad en el convento de San Pablo y si fuere en la corte o en otra parte, en la iglesia parroquial donde falleciere”.
Finalmente, y en relación a lo anterior, el señor Díaz Crespo escribió: “lo más probable es que los restos de Juan Martínez Montañés fueran profanados al derribo del tiempo de la Magdalena, al igual que otros muchos insignes varones sepultados en los templos sevillanos, como los de fray Diego de Deza, el abad Gordillo, los grandes maestres de Órdenes Militares y otros”.