ABC - Pasión de Sevilla

Adolfo Arenas Castillo

- Por Irene Gallardo Flores

Adolfo Arenas Castillo es de esas escasas personas que han nacido con el don de la agilidad mental y de la impronta más genuina. De conversaci­ón culta y dinámica, atesora el privilegio de la memoria. Apasionado y enamorado militante de una Ciudad que como la Sansueña de Cernuda, suele mostrarse más madrastra que madre con los hijos que más la han amado, Adolfo Arenas sigue entregando a diario su infalible dádiva de amor a esa Sevilla que le regaló la vida y un apellido Azul Hiniesta. – Háblenos de la Semana Santa de su niñez. – La Semana Santa de mi niñez era totalmente distinta, pero los sentimient­os que despertaba son los mismos que ahora, quizás algo mayores, porque había que unirle la ilusión que da la juventud... ahora se le echa el fervor que dan los años. Era una Semana Santa, como es fácil de imaginar, mucho menos numerosa en todos los terrenos. Donde más que la plata, funcionaba mucho el alambre en la priostía. Ser prioste era toda una aventura, una heroicidad tremenda, y lo digo con el mayor respeto a los priostes de nuestros días que lo hacen de maravilla, pero por aquellos años a los que me refiero, la inventiva de los priostes tenía que llegar a unos límites que rompían cualquier esquema... La Semana Santa de mi juventud, era aquella en la que te ponías en una esquina cualquiera y veías pasar en diez minutos desde de la Cruz de Guía hasta el último penitente. Curiosamen­te, había en el cortejo algunos penitentes que no llevaban la misma túnica de la Hermandad con la que hacían Estación de Penitencia, es decir que era un hermano de otra cofradía pero que tenía penitencia de salir en esa, me estoy refiriendo a penitentes de ruan entre túnicas de capa, por ejemplo. ¿Era mejor aquella Semana Santa? No, era distinta. ¿Teníamos entonces mayor eclesialid­ad? En ese sentido yo apuesto por la época actual. Externamen­te hoy en día, mostramos una mayor eclesialid­ad que la que podíamos exhibir en aquellos momentos y lo digo desde la altura de mira que pueden darnos los años de experienci­a. Los sentimient­os que afloraban en la Semana Santa de mi niñez y de mi juventud, eran los nacidos de la ilusión, ahora son los del fervor y la devoción. Digamos que es la norma moral que está en vigor, no la norma impuesta, porque eso no lo puede imponer nadie. Recuerdo que siendo jovencito, en un par de ocasiones, cogimos unas sillas en la Campana, por aquel tiempo se alquilaban sillas por día. Entonces íbamos mi abue- la Amparo, mi abuelo Antonio y yo, nos sentábamos en la puerta del Pinto. Recuerdo perfectame­nte que en muchas ocasiones algunos nazarenos que iban en la presidenci­a de los pasos, se acercaban a nosotros y tomaban a mi abuelo del brazo y hacían que les acompañase un rato hasta más o menos la esquina con Sierpes. Mi abuelo, que era bastante tímido, pasaba unos momentos algo apurados. – ¿Qué Cofradías le impresiona­ban de pequeño? – En mi familia, por cuestión sentimenta­l y porque de niño nos entusiasma ver todo lo que significan, los pasos de misterio han tenido gran arraigo. Gustaban y llamaban mucho la atención entre los niños y los jóvenes, puedo decirte que más que los pasos de palio. ¡Y qué voy a decirte de los pasos de misterio de Castillo Lastrucci, mi admirado abuelo! Eso era de casi de obligado cumplimien­to verlos... (sonrisas). Vivía de manera muy especial la Semana Santa. Mi abuela Amparo, habitualme­nte se quedaba en casa. ¡Ella me preparaba y me arreglaba para salir a la calle y me aguantaba en casa! (sonrisas). Mi abuela Estrella me llevaban a la Plaza del Duque y nos sentábamos en el Petit café toda la tarde hasta bien entrada la noche del Domingo de Ramos, hasta que pasaba la Borriquita... – ¿En esos tiempos de juventud, cuál era el misterio de su abuelo que más le sorprendía? – ¡Sinceramen­te me gustaban todos! Pero tenía una cierta predilecci­ón por el Prendimien­to, porque mi abuelo tenía un especial afecto por el Prendimien­to. Después, los años comienzan a acercarte a los diferentes misterios. Comienzas a ir descubrien­do aspectos y peculiarid­ades, vas siendo consciente de lo importante que son el movimiento y la teatralida­d, la interrelac­ión de una figura con otra dentro del paso, los vas encontrand­o en el Dulce Nombre, en San Benito, en la Hiniesta... aquel hombro despojado de María Magdalena, ¡que

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