ABC - Pasión de Sevilla

Rocío Ortiz Díaz

- Por Irene Gallardo Flores

Esta hermana número 13 de la Cofradía de San Juan de la Palma, tiene en la mirada la experienci­a de los años vividos y el testimonio de una devoción sin límites. Hablar con Rocío Ortiz es como leer escritos y legajos de los cronistas que dieron testimonio de tiempos y circunstan­cias que son memoria de la Semana Santa, pero que no se han dejado escribir con letra impresa, sino que aguardan en un rincón del corazón, ese que suele visitarse cuando las ausencias se hacen presencias y se percibe a lo lejos los ecos de un eterno silencio blanco. – ¿Cuál es su barrio de nacimiento, cómo lo recuerda? – Nací en el barrio de San Bernardo. Mi padre era militar y le habían destinado al Cuartel de Caballería, pero al no estar terminado el pabellón y a la espera de que concluyera­n las obras, nos trasladamo­s al pabellón donde residía mi tío Manolo, vivía en la Pirotecnia, porque él era artillero. Nací el 8 de julio de 1936, en tiempos muy convulsos. Por esas fechas, la imágenes de la hermandad de la Amargura ya no estaban en San Juan de la Palma, se las llevaron mi padre y mi tío Manolo en un camión, metidas cada una en un cajón, a la casa de un hermano de la cofradía, Carlos González Campos. Allí estuvieron hasta noviembre de 1936. Mi padre le dijo a mi madre que al no estar las imágenes en San Juan de la Palma y estando las cosas tan revueltas como estaban, para que iban a bautizarme allí, así que recibí las aguas del bautismo en San Bernardo, a las plantas de la imagen del Señor de la Salud que a los poco días quemaron. Es posible que mi bautizo fuese prácticame­nte el último que se celebró delante del Cristo, ya que fue el 11 de julio. Al poco tiempo nos trasladamo­s al Cuartel de Caballería, en la carretera de Dos Hermanas, y con seis años nos mudamos a la calle Monsalves. Allí vivimos hasta 1948, que es cuando fallece mi padre, con solo 57 años. A los dos meses de su muerte nos tuvimos que ir del domicilio por ser residencia de militares, ¡éramos seis hermanos! Por desgracia, ya no vive ninguno de ellos. Nos fuimos a la calle Don Pedro Niño, allí mi madre tenía una casa que había estado arrendada a dos maestras. Precisamen­te, la idea de mi padre era hacerle las reformas oportunas a la casa poco a poco para poder vivir en ella. El siguiente traslado de domicilio nos llevó hasta la calle Ángeles y de allí, siendo ya mayor, me marché al barrio de la Alfalfa, donde sigo viviendo en la actualidad.

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