ABC - Pasión de Sevilla

Imagineros de la Semana Santa enterrados en iglesias sevillanas

- Jaime Passolas

Desde antiguo existía la costumbre en la Iglesia de permitir que personas de ilustre linaje y de alta nobleza, como reyes, príncipes, caballeros, etc. al morir fueran enterrados en templos o iglesias de conventos, realzando así la importanci­a de su persona y de su origen. Asimismo, con el paso del tiempo también se autorizó que personas que habían prestado importante­s servicios a la Iglesia o se habían distinguid­o por su piedad o dedicación al arte religioso pudieran descansar en las criptas de los templos logrando así que sus restos mortales perduraran en el tiempo y no se perdieran al desaparece­r los cementerio­s.

Así, y siguiendo un orden cronológic­o, el escultor Andrés de Ocampo, uno de los artistas pertenecie­nte a la Escuela Sevillana de Escultura, natural de Villacarri­llo (Jaén), nacido en el año 1583 y fallecido el 10 de enero de 1623 en Sevilla en la calle Tiros, hoy Martínez Montañés, a la edad de 68 años, fue enterrado al día siguiente en la Iglesia Parroquial de San Vicente y amortajado con el hábito de San Francisco como expresó que se hiciese en su testamento.

Entre sus obras más importante­s se pueden citar las del Cristo de la Fundación de la hermandad de Montesión, el Crucificad­o del Retablo Mayor de la iglesia de San Martín de Sevilla, el Crucificad­o de la Catedral de Comayagua (Honduras) y la imagen de San Pedro en la iglesia del mismo nombre, por citar algunas de ellas.

Francisco de Ocampo, sobrino del anterior y nacido igualmente en la localidad jiennense de Villacarri­llo en el año 1579, al morir el 28 de diciembre de 1639 en su domicilio sevillano de la collación de San Martín donde vivía, fue enterrado en la iglesia del mismo nombre.

Entre sus obras más importante­s se pueden citar la del Cristo del Calvario de la hermandad del mismo nombre, Nuestro Padre Jesús Nazareno de la hermandad del Silencio y el Santísimo Cristo de la Salud de la hermandad de la Carretería, entre otras también de gran valor artístico.

Juan de Mesa y Velasco, nacido en la ciudad de Córdoba en el año 1583, el discípulo más aventajado del gran maestro Martínez Montañés, fue uno de los escultores del siglo XVII que murió a la temprana edad de 44 años el 26 de noviembre de 1627 en la calle de la Cañavererí­a, siendo enterrado en la iglesia de San Martín donde existe una lápida recordator­ia de este hecho en la fachada principal de la referida iglesia. No obstante lo anterior, se desconoce el lugar exacto donde reposan sus restos mortales.

Entre sus obras importante­s destacan las del Cristo del Amor de la hermandad del mismo nombre, el Cristo de la Buena Muerte de la hermandad de los Estudiante­s, el Cristo de la Conversión del Buen Ladrón de la hermandad de Montserrat y el Señor del Gran Poder de la hermandad del mismo nombre.

Otro escultor de gran prestigio artístico, Pedro Roldán y Onieva, nació en el año 1624 en la ciudad de Sevilla, si bien durante algunos años se creyó que su nacimiento se había producido en la ciudad malagueña de Antequera (Málaga). Que su nacimiento fue en Sevilla está avalado por la partida de nacimiento que, entre otras cosas dice que “en domingo catorse de Henero de 1624, yo el maestro Benito Fernández de Burgos, cura del Sagrario desta Santa Yglesia de Sevilla basticé a Pedro, hijo de Marcos Roldán y de doña Isabel de Onieva. Fue su padrino Pedro Bosque, vesino desta collación”. En el año 1699 una enfermedad incurable se apoderó de su cuerpo falleciend­o el día 30 de julio del citado año, siendo enterrado en la iglesia parroquial de San Marcos, debajo del retablo de Nuestra Señora del Rosario.

Francisco Antonio Ruiz Gijón, uno de los grandes tallistas de estilo barroco de la Escuela Sevillana del siglo XVII, nació en la ciudad de Utrera (Sevilla) en el año 1653, si bien solo vivió en ella siete años al tener que trasladars­e sus padres a Sevilla por motivos no cono-

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