Laocoonte cristiano
La conmemoración del IV aniversario del Cristo de los Desamparados ha permitido su redescubrimiento y el del Crucificado de la Agonía de Bergara, obra cumbre de Juan de Mesa a la que espera una profunda restauración en el I. A. P. H.
Sacerdote de Apolo, según la mitología griega Laocoonte dudó de la trampa que suponía el caballo de madera introducido en la ciudad de Troya. Aunque intentó quemarlo, acabó siendo devorado, junto a sus hijos, por dos grandes serpientes enviadas por Atenea. Narración de Virgilio que, en el siglo III antes de Cristo, fue llevada al bronce por tres autores de la escuela de Rodas, Agesandro, Polidoro de Rodas y Atenodoro, creando un modelo de patetismo en el rostro del sacerdote troyano que acabaría siendo un icono universal de la expresión del ser humano.
Pathos. Dolor. Expresión. Una copia en mármol del original griego se encontró el 14 de Enero de 1506 por un campesino llamado Felice De Fredis mientras labraba sus viñedos en la colina romana del Esquilino. Gestionada la excavación por el mismo papa Julio II, con la presencia de Giuliano da Sangallo y de Miguel Ángel, la obra pasó al Vaticano, convirtiéndose en un icono que cambió el concepto de la expresividad en la representación del drama del ser humano ante al muerte. Quizás fue el fin del Renacimiento y el origen de las nuevas manieras de Miguel Ángel Buonarotti y hasta del futuro dolor barroco de la imaginería cristiana.
Ciento dieciséis años después, un escultor que luego silenciaría el tiempo, Juan de Mesa y Velasco, ya había alcanzado la cima de la expresividad en algunas de sus obras: el Cristo jesuita de la Buena Muerte, el Crucificado del Amor, el Resucitado de Tocina, la Buena Muerte de la Almudena, Jesús del Gran Poder o el Crucificado de la Conversión… La vuelta de tuerca defi- nitiva a la expresividad del Dios humano que muere contemplando los cielos la alcanzaba en un encargo que llegó a su taller en abril de 1622.
Collación de San Martín. Casa y taller alquilados por ocho ducados mensuales al escultor y arquitecto Diego López Bueno. Residencia junto a su mujer, María de Flores, y taller por el que pasaron numerosos artistas de la época. Velázquez viajaba a Madrid, donde acabaría siendo pintor del recién llegado Felipe IV. Y en Sevilla, Montañés, maestro de Mesa, en unos años críticos frente al lustro magistral del discípulo. Pero el tiempo acabaría silenciando al alumno.
Al taller llegaba el vasco Juan Pérez de Irazábal, contador mayor en la ciudad de los reyes Felipe III y Felipe IV en la Real Hacienda de Sevilla, ade-