ABC - Pasión de Sevilla

Félix Machuca

- Por Félix Machuca

En el armario de Nuria Barrera, donde cabe la inabarcabl­e hermosura de una primavera sevillana, ya solo quedan los silencios sin estridenci­as de los mejores recuerdos. El olor del azahar, la cera ardiente, el capirote largo, la mantilla y el carey, la túnica en la talega. Cerró sus puertas a la par que cerraba las suyas las de San Lorenzo, para abundar en la soledad de lo que nos estrangula el alma cuando la flor de Sevilla se seca en siete días de efímera eternidad. Y ese cerrojazo nos sume en la emoción y el misterio de lo mucho que encierra, evocando en algunos de nosotros la emoción y el ensueño infantil de encontrar tesoros en donde los mayores guardan sus cosas. Fue bonito abrirlo. Porque nos abría el cielo, nos descubría la vida y nos apeaba de la angustiosa espera de un año al que siempre aguardamos contando los días que faltan para llegar a una eternidad que dura una semana. Pero cerrarlo fue durísimo. Tan duro como un adiós. Tan desgarrado­r como una despedida. Ese armario es el túnel de nuestro mejor tiempo. El camino cósmico de nuestro destino. Que siempre busca lunas de Nissan para desprender­nos de las escarchas del invierno y los fríos mármoles de las penas.

Ya soñamos con abrirlo nuevamente. Y contamos los días que faltan para que grane otro año que ahora comienza a gestarse en la oscuridad olvidada del armario. En esa placenta fértil donde entran y salen las mariposas del verano, la golondrina­s de las plazas, los cielos que ganamos, las lágrimas que nos perdieron, los balcones que amamos, los labios que besamos y las cinturas que en nuestras manos le dieron medida a la desmesura vital de los años donde descubrimo­s. Verlo abierto en cualquier taberna, escaparate o rincón de la ciudad nos provoca una alarmante confusión de emociones. La razón tiene su domicilio. Los sentimient­os no pagan IBI y son tan vagabundos que solo los entienden los poemas del amor y la derrota. El armario de Nuria no guarda razones. Cuelgan de sus perchas los cuajarones emotivos de nuestra identidad y de nuestro tiempo. Por eso, al verlo ahora abierto, fuera de su hora, nos provoca un terremoto de recuerdos que ya se fueron, que ya se encerraron tras sus puertas, como solemos cerrar los tiempos agotados y los besos que ya no queman. Para convertirn­os en prisionero­s de la nostalgia.

Deseando vivir al día para que no nos coma el ayer idealizado, acudo a las puertas de ese armario como un niño al de sus padres, con la voluntad descubrido­ra de encontrarm­e con el tesoro. Y delante de sus puertas me dejo caer en la tentación de hurgar con la llave en la cerradura para abrirlo y que por él salga en manifestac­ión lo que abril nos regala con la gloria de sus días más señalados. Ese vendaval de emociones, esa borrasca rosa de truenos de plata, ese rocío primaveral que perla de lágrimas las mejillas encarnadas de nuestros sentimient­os, ese huerto frutal de las bocas deseadas, ese huracán de cornetas y tambores, ese olor a nuevo que rezuma lo viejo y ese olor a sabiduría que se desprende de los que tan nuevos se inician en los secretos de los ritos de una ciudad antigua. Tan antigua como una virgen turdetana que se despereza de la tierra cerca de la huerta de Macario. Veo ese armario y busco gargantas de bronce que le canten por derecho. Con el corazón en la mano y la alegría en la garganta. Para que los puños se cierren llamando a sus puertas que son donde guarda Sevilla el reloj de sus mejores tiempos.

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