ABC - Pasión de Sevilla

Francisco Robles

- Francisco Robles

El aire era fuego. O viceversa. El fuego había tomado la textura pesada del aire que incendiaba las calles y se colaba por los resquicios que dejaba la rancia persiana verde de cuerda desenrolla­da que cubría el balcón de la vieja casa. Ni siquiera hacía fresco en el zaguán débilmente iluminado por una bombilla antigua que sacaba de la tiniebla los azulejos donde se adivinaba la efigie de un Nazareno. El sonido de las losetillas sueltas lo acompañó en el trayecto hacia la ‘entricatri­cama’ niquelada donde reposaba desde hacía más de medio siglo. La noche ardía en la hoguera de las sábanas que llevaban las iniciales de sus padres bordadas. No podía poner el aire acondicion­ado porque le sentaba mal… a su cuenta corriente. Se tumbó boca arriba y empezó a cavilar sobre su tema preferido: la reforma de la carrera oficial.

Como si aún fuera el niño que jugaba a fantasear en las interminab­les siestas del estío, su mente empezó a dibujar itinerario­s y a diseñar horarios. Mas hete aquí que de pronto se le ocurrió una idea maravillos­a. Fue un chispazo que incendió su cerebro hasta provocar un fogonazo de lucidez que lo dejó helado: ya no tenía calor. Un escalofrío recorrió su médula. Vellos de punta. Había dado con la solución. ¡Eureka! A punto estuvo de levantarse para celebrarlo con un cubalibre –el yintoni con arvejones es demasiado moderno para él– de ginebra de marca blanca con refresco de cola sin gas: es lo que tiene beberlo en botellas de dos litros, que sale más económico pero que se pierde toda la fuerza…

Sonrió al dar con el hallazgo. La solución de todos los problemas de la Semana Santa consistía en insta-

lar sillas en los recorridos de todas las cofradías. Desde la salida hasta la entrada, teniendo en cuenta que en ese tramo inicial y final serían las mismas. Filas y más filas de sillas que ocuparían la plaza de San Lorenzo, la calle Imagen, la Encarnació­n, el Postigo y la calle Broncas, antes Arfe. Sillas en el puente de Triana y en el de San Telmo, en el de San Bernardo y en Felipe II. Sillas en el parque de María Luisa y en los jardines de Murillo. Sillas en Luis Montoto, en Eduardo Dato y en Ramón y Cajal. Sillas en el Polígono de San Pablo y en el Tardón. Sillas a un euro. En cada silla, un cepillito. Se sienta el capillita, cofrade o simplement­e aficionado, y deja su euro. Ve pasar una cofradía o las que se tercien. De ahí se va a otra. Y así sucesivame­nte. Sin carreritas ni avalanchas, que pa- sarían a la historia. Cada uno en su silla y Dios en la de todos.

Como es un liberal convencido de las bondades del mercado, antes plaza de abastos, sabe que la oferta y la demanda regularán el sector. Habría sillas cogidas desde la mañana del Domingo de Ramos para ver la salida de la Borriquita, y sillas en la Resolana o en Pureza donde algunos dormirán la noche del Miércoles al Jueves Santo. Ningún problema. Todo a un euro. Como en las tiendas de los chinos. Y hablando de esas tiendas: así se termina con el problema de las sillitas plegables que no dejan pasar al personal. Todo regulado y controlado. El que venga a Sevilla tendrá su silla. Guiris e indígenas. Canis y pijos. Blazier y traje blanco. Discrimina­ción cero. ¿Quién no tiene un euro para echarlo en el cepillo? Los niños no pagan. Y los niñatos, tampoco. Con el dinero recaudado se contratan más bandas de música y se intercalan en las cofradías con más nazarenos. Así la gente no se aburre. Entre el quinto y el sexto tramo, cornetería fina. Y si hace falta, se busca un paso o lo que sea para acompañar a la banda. ¡Eureka otra vez!

Cuando se despertó, el calor todavía estaba allí. Se dio una ducha con agua fría para no tener que encender el termo eléctrico, y se hizo un cafelito con leche para mojar las galletas de mariano nombre. Se sentó delante de la máquina de escribir y empezó a transcribi­r su sueño. Se le vino a la memoria un título la mar de original que nadie había utilizado nunca. Su descubrimi­ento bien lo merecía: El sueño de una noche de verano.

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Sillas en La Campana.

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