Félix Machuca
Cuando lean este artículo las noticias se habrán enfriado, congeladas por el paso del tiempo, si es que no se han registrado otras percutiendo sobre el mismo objetivo. Hoy me van a permitir que, al hilo de sucesos que cuando escribo tengo muy recientes, no les hable ni de respiraderos dorados, ni de frontales de plata, ni de palios de puntadas de sobrenaturales filigranas, ni de flores que perfuman las calles, ni de capirotes negros y largos, ni de capas de terciopelo, ni de espartos ni alpargatas, ni de besos de costaleros, ni del frío existencial que se lleva marzo y abril de nuestras vidas. Para hablar de eso, de todo eso, siempre hay tiempo. Pero para lo de hoy apenas nadie habla. Y si alguien lo hace es para gritarle tres vivas a la sinrazón y pisotear la libertad de credo, convirtiendo a las creencias de los católicos en un felpudo sobre el que, el más desprevenido, puede limpiarse el fango de las suelas de sus zapatos. Los tiempos y sus signos diluvian la bosta residual de un odio atávico sobre personas y símbolos católicos. En lo que es una muestra evidente de tratar de crear un estado de opinión a base de politizar la locura e ideologizar el rencor. Redacto estas líneas sobresaltado aún por el intento de la quema de una iglesia en Madrid y de una paliza a una monja en Granada. Lo más rabioso de todo es que apenas se comentan los hechos. Da la impresión de que los católicos están solos, muy solos ante el peligro.
Ponemos divinamente un paso en la calle; pero cuando ocurren estas cosas los campanarios enmudecen. Y los silencios lo dicen todo. Somos expertos en hacer bailar a las dolorosas. Pero no hay arrestos para salir en defensa de lo que sustenta la teatralización primaveral de la Pasión. Ahí, cuando algunos tienen que dar la cara, dejan el balcón de las vanidades para esconderse en lo más oscuro de su armario. Que ponga la cara otro. Pero nadie la pone ni la expone. Se multiplican así las agresiones contra personas y símbolos católicos amparados por la impunidad de la opinión y de la acción política. A los políticos no les pido que defiendan una religión. Pero sí les pido a determinadas bandas ideológicos que emulan la neutralidad suiza con la fe católica, que mantengan esa misma pulcritud con otros credos. No vale ser laicos con el día del ayuno voluntario y muy entusiastas con el Ramadán. O sacar pecho ideológico contra la violencia de género y no decir ni pío sobre la paliza que recibió la monja de Granada. Parece que el género tiene color y carné. Una monja ni es mujer ni puede ser víctima de género aunque le rompan las narices. Como apunta el refranero para casos similares: o todos moros o todos…
Pero bajémonos del bus de la política. Dejemos pasar este transporte de ideas manipulables e interesadas y paremos en la estación de los católicos. ¿Por qué tanto silencio? Yo no entiendo que los consejos de cofradías andaluces, las primeras autoridades eclesiásticas de la comunidad y los púlpitos más talentosos de la comunidad católica española guarden silencio ante los continuados ataques a la religión que le dan razón a su existencia. Aquí hay cartas pastorales a favor de los refugiados; que bendecimos. Aquí hay informes técnicos y estudios solventes sobre el atraso social y laboral de Andalucía, que aplaudimos. Aquí hay acciones sociales y ayudas solidarias de las hermandades que le dan una dimensión real y cristiana a sus existencias. Pero no nos llega la voz clara y alta de nadie de ese entorno para denunciar los ataques y vejaciones que continuamente sufren las iglesias, los católicos y sus ministros. Creo que estamos equivocando prudencia con timidez. Y hay equivocaciones que se pagan a muy alto precio.