ABC - Pasión de Sevilla

José Hidalgo López

Pepe Hidalgo no entiende su vida sin hacer esa mítica ronda del Jueves Santo, revestido al modo de las huestes de Tiberio, según Rodríguez Ojeda. No concibe su existencia sin la idílica realidad de la Madrugada Grande, ataviada de merinos y revuelos, esa

- Por Irene Gallardo Flores.

– Díganos qué barrio fue el suyo de nacimiento.

– Nací en la calle Relator, esquina al Pasaje de Valvanera. Frente a mi casa estaba la plazoleta por donde las niñas pobres del barrio entraban al colegio de las Carmelitas, ellas no llevaban uniforme. Guardo muchos y buenos recuerdos de la niñez en mi barrio. Con seis años tocaba el tambor en las Cruces de Mayo, no pedía nada a cambio, solo que me diesen un bollo de pan, ¡con el que llegaba a casa más que contento! Los palos los hacía con los travesaños de una silla y el tambor era una lata de vacía de manteca Arias de cinco kilos, le hacía dos agujeros y le ponía una guita, para colgármelo. Antes de eso, cogía la lata, la ponía boca abajo en la candela, de manera que se derretía la poca manteca que quedaba en los bordes y se la untaba a un trocito de pan duro. ¡Había mucha hambre en esos tiempos!

– ¿Qué colegio fue testigo de su etapa escolar?

– Estudié en el colegio Padre Manjón, que por cierto tenía una banda de cornetas y tambores.

– ¿Cómo se inicia como músico en el mundo de las bandas?

–Pues fue a través del colegio. A los pocos días de entrar, le dije a mi maestro, D. Gregorio, que yo sabía tocar el tambor. Allí coincidimo­s Manolito Tristán, que era cabo tambor de la banda, Calahuche, también cabo tambor y que más tarde tocó en la Banda de Tejera. El maestro me dio una caja, comencé a tocar en la banda del cole y me hizo también cabo tambor. Recuerdo que todos los domingos los alumnos del Padre Manjón asistíamos a misa en San Julián, saliendo del colegio con la banda y desfilando tocando hasta la parroquia. Cuando terminaba la misa volvíamos al cole tocando. Mi tambor era el número ocho. Yo sabía rufar pero no sabía aún hacer los contratiem­pos y D. Gregorio me enseñó a hacerlo. Nuestro uniforme era una chaqueta militar, un gorrito con borla, pantalón corto, calcetines largos y zapatos negros. La primera Cofradía a la que acompañé con la banda del colegio fue la Hiniesta y aquel Domingo de Ramos, cuando íbamos tras el paso del Cristo de la Buena Muerte, a la altura de Placentine­s, atravesand­o la Avenida iba el misterio de la Amar- gura y nosotros cuando vimos los Armaos que la Cofradía llevaba, nos fuimos corriendo para verla de cerca (risas). El maestro se puso a llamarnos para que volviésemo­s con la banda, pero nosotros preferimos quedarnos viendo los Armaos de San Juan de la Palma. Lógicament­e, no volvimos a tocar en la Hiniesta.

– Háblenos de sus padres.

– Mi madre era una mujer muy trabajador­a, sacó adelante prácticame­nte en solitario a ocho hijos. Fue muy devota de la Macarena, siempre veía a la Virgen en el mismo lugar, entre el Arco y la calle San Luis. Mi madre me transmitió esa devoción inmensa a la Macarena. ¡Bendito sea el momento en que me enseñó a querer a la Virgen de la Esperanza y al Señor de la Sentencia! Con unos once años ya compaginab­a el colegio con el trabajo en la fábrica de cristales La Trinidad. Trabajaba de madrugada, salía a las siete de la mañana y a las nueve entraba en el colegio. Al cabo de un tiempo comencé a trabajar en la fábrica de corcho, que estaba en la zona donde hoy se encuentra la barriada de El Cerezo. De ahí pasé a trabajar en la construcci­ón, con un conocido mío de la calle Relator, aún no tenía la edad mínima para trabajar, 15 años. A los 17 años entré en la Bodega Peinado, en la calle Velázquez, luego la bodega pasó a la Resolana.

– ¿Cuándo entra en la Banda de la Centuria?

– Verás, aunque había terminado de estudiar en el colegio, me pidieron que siguiese en la banda y así lo hice durante un tiempo. Más tarde, como no podía ingresar en la Centuria porque no había sitio, me fui a la Banda de la Giralda, que ensayaba cerca de la Fundición de Cobián, en el entorno de lo que hoy es Macarena Tres Huertas. ¡Aquello era todo campo! La primera Hermandad a la que acompañamo­s con la banda fue la Estrella, salimos tras el Señor de las Penas. ¡La banda del Padre Manjón y la de La Giralda, eran un vivero para la Centuria! Entré en la Centuria en 1968, la componíamo­s entonces 21 músicos, de ellos siete éramos tambores, hoy en día somos 74. Estando trabajando en la Bodega Peinado, ya en la Resolana, llegó un día de la Cuaresma Pepe “el

Pelao” y Repiso, que era cabo gastador de los Armaos y me preguntaro­n si yo quería salir en la banda, a lo que contesté inmediatam­ente que sí. Era lo que siempre había soñado y lo que mi madre deseaba para mí desde que tenía seis o siete años (emoción)… ¡fíjate, tengo en casa una foto de mi madre, que en paz descanse, llevando de la mano a mi hijo de pequeño, vestido de Armao, en medio de las filas, con la felicidad en su rostro y diciéndole a la gente: “¡es mi nieto, es mi nieto!” (emoción)

– ¿Qué nos puede decir de la Banda Juvenil de la Centuria?

– Soy entrenador de futbol, con carnet que me acredita para ello y de hecho entrené a varios equipos. La verdad es que me gustaba mucho esa actividad, pero tuve que dejarla a raíz de la formación de la banda juvenil, creación que se debe también a la iniciativa de Dña. María Isabel, esposa de D. José Luis de Pablo Romero. Comenzamos con cuatro tambores, le pusimos mucho interés y mucho esfuerzo. ¡Mira ahora al cabo de los veintitant­os años, el pedazo de banda que es. La Banda Juvenil, es mucho más que una cantera para la Centuria!

– ¿En el rostro de qué imagen de la Virgen, vería reflejada la cara de su madre y de su esposa?

– Las veo a las dos en el dulce rostro de la Macarena. En el perfil derecho veo a mi madre y en el perfil izquierdo a mi mujer.

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Nuestro protagonis­ta, en esos momentos en los que es el hombre más feliz del mundo.
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Con todo respeto y sin temor a equivocarn­os, Hidalgo es, el tambor de Sevilla.

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