La Carretería protegida por los Montpensier
Protegida por los Montpensier
En el siglo XIX, las distintas desamortizaciones promovidas por las revoluciones liberales y el extendido anticlericalismo del momento, sumieron a la Iglesia en un momento realmente decadente. Cuando más debilitada se encontraba, paradójicamente la piedad popular fortaleció a determinadas advocaciones devocionales. En cambio, las hermandades se las veían y deseaban para obtener la aprobación de sus reglamentos. La normativa legislada desde Madrid, prácticamente, impedía legalizar este tipo de cor- poraciones religiosas. Sin embargo, tras la llegada a Sevilla, en 1848, de los duques de Montpensier, algunas hermandades los recibirán como cofrades suyos, e incluso nombrarán a sus altezas hasta hermanos mayores suyos. Una fórmula singular de señalar como protectores políticos a quienes se convirtieron en los más destacados bienhechores de estas manifestaciones religiosas tan arraigadas en el pueblo, y que subliminalmente rivalizaron tanto con la reina Isabel II, a cuyo trono ansiaba llegar don Antonio de Orleáns.
La Iglesia hispalense respetó a los duques, pues se convirtieron en grandes favorecedores de ella, por lo que las hermandades con las que se vincularon quedaron mismamente amparadas. Así se entiende que la Carretería efectuase, bajo el manto protector de los Montpensier, un buen número de cambios bastante importantes. Desde la hora de su procesión –pues pasó de la madrugada a la tarde del Viernes Santo–, hasta el hábito de sus penitentes y la redacción de unas reglas nuevas. La participación de estos reputados personajes de la alta aristocracia española, atrajo el concurso de otros tantos de la alta burguesía y nobleza de la ciudad. De hecho, don Antoine de Latour, que residió bastantes años entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda acompañando a los duques, resalta en uno de sus trabajos que de mano de los duques surgieron cofradías que no se veían desde hacía cerca de un siglo, al tiempo que señala el impulso que «los más ricos comerciantes» habían dado a determinadas cofradías. Promovieron los señores duques, con la ayuda del Ayuntamiento, la organización del primer Santo Entierro Grande, en 1850, que se volvió a repetir luego en 1854. De este modo, podían contemplarse juntos un buen número de pasos de la Semana Santa.
Un documento del Archivo del Arzobispado de Sevilla, fechado en los meses republicanos de abril y mayo de 1874, puntualiza que «la Archicofradía de las Tres Necesidades de María Santísima en el Monte Calvario», establecida en su capilla del barrio de la Carretería, era una Hermandad de carácter pontificio, con especial protección de la Santa Sede. De hecho, empleaba la tiara coronando su propio escudo corporativo. La autoridad eclesiástica solicitó a un fiscal que elaborase un dictamen para conocer a qué se debía el uso de este símbolo y quiénes habían sido sus protectores. Este documento contiene una extensa relación de los que habían apoyado a esta corporación religiosa.
El memorial se inicia con el nombramiento, como Hermanos mayores perpetuos, de los Serenísimos Infantes, los duques de Montpensier, quienes habían aceptado serlo el 12 de abril de 1849. Desde entonces, los duques habían conducido a la Hermandad el uso de sus respectivos escudos de armas como blasón oficial de ella. Viene una relación de las personalidades religiosas, prelados y pastores de la Iglesia, que habían ofrecido un testimonio importante de fomento de devoción y piedad sobre todo el pueblo cristiano y el aumento del culto divino, mediante el conducto de esta Hermandad. En este sentido, la Carretería había tenido la dicha de nombrar, el 10 de febrero de 1851, también como protector suyo, al eminentísimo y reverendísimo señor cardenal de Sevilla, don Judas José Romo, a la sazón arzobispo de la diócesis hispalense. El gobierno eclesiástico del cardenal Romo fue muy fructífero para las hermandades. También bajo su regencia sobrevino la consecución del dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Vaticano en 1854, lo que significó un gran triunfo para las hermandades de la ciudad, por la gran defensa que desde el siglo XVII habían articulado a favor del origen inmaculado de María. Después de que falleciera y ocupase la diócesis otro nuevo arzobispo, la Hermandad de la Carretería nombró al cardenal don Manuel Joaquín y Tarancón, el 20 de septiembre de 1859.
Por esta razón, al comprobar la autoridad eclesiástica, en la solici- tud instada por la Carretería, que esta corporación poseía una distinguida nómina de protectores, no ofreció ningún reparo en acceder a autorizar el requerimiento de poder continuar usando la tiara pontificia
La Carretería efectuó, bajo el manto protector de los Montpensier, un buen número de cambios bastante importantes.
en sus armas, y mostrarse como una corporación protegida por la Santa Sede, según la aprobación y rúbrica que dispensó don Fernando Martínez Conde.
En el fondo documental del Archivo Borbón-Orleáns, que se custodia en Sanlúcar de Barrameda, y en el que hemos tenido la oportunidad de investigar varias ocasiones, en algún momento hasta en compañía del director de esta revista, don Francisco Robles, se guarda una documentación que acredita la construcción
del nuevo retablo que hizo la Hermandad de la Carretería, dentro de la sección de Administración general, perteneciente a la serie dedicada a Beneficencia. Por falta de recursos, la cofradía no podía dorarlo ni pintarlo, según testimonió su entonces
Promovieron los señores duques, con la ayuda del Ayuntamiento, la organización del primer Santo Entierro Grande, en 1850, que se volvió a repetir luego en 1854.
secretario primero, el poeta don José Lamarque de Novoa, mediante oficio datado el 9 de septiembre de 1850. Recordemos que Lamarque compartió la poesía con una ajetreada vida empresarial y diplomática (fue propietario de un negocio de hierros y maderas, así como cónsul del reino de Nápoles, de El Salvador y hasta del Imperio Austro-Húngaro).
Corresponde a marzo de 1851 la primera noticia que consta en los archivos del propio duque, de una de las visitas dispensadas por Montpensier a la Hermandad. Se anunciaba que iría a la Carretería a las 4.30. La mañana del Sábado de Pascua del año 1856, está documentada también la asistencia del duque, según asevera el propio Bermejo en sus Glorias religiosas. Muy pocos años más tarde, en 1859, es cuando se produce la solicitud por parte de la Hermandad para el cambio de hábito de nazarenos. Un documento que hemos podido consultar también en el Archivo del Palacio Arzobispal, muestra el diseño de cómo quedaría el nuevo hábito, cuando la cofradía realizaba aún su estación penitencial en la Madrugada del Viernes Santo. Pretendía la Hermandad variar la cola de la capa, «siendo todo el de lana negra». Manuel Díaz interpuso una serie de observaciones que variarían algo el atuendo, basando sus puntualizaciones estéticas en ciertas cuestiones históricas del devenir de la Hermandad. La solicitud está firmada por el Teniente de Hermano Mayor, que actuaba en nombre de sus Altezas Reales, don Francisco Alonso de Caso, junto al secretario, Antonio Jiménez, el 26 de septiembre de 1859. El provisor general del Arzobispado sentenció: «…concedemos nuestro permiso para que pueda hacerse la variación en las túnicas de los nazarenos de la Archicofradía del Santo Cristo de la Salud y Nuestra Sra. de la Luz, conforme al diseño que se nos ha presentado. Lo decretó el cardenal Arzobispo». La túnica de los nazarenos fue de lana de merino negra, de capa, hasta 1886, año en el que esta archicofradía estrenó las túnicas de terciopelo azul y cíngulo dorado, como todavía luce actualmente.
Elaboró reglas nuevas la Carretería para la que obtuvo aprobación del ordinario eclesiástico en 1861, año en el que esta Hermandad dejó ya de salir de Madrugada y pasó a realizar su procesión de Semana Santa en la tarde del Viernes Santo. Después de la revolución septembrina de 1868, que trajo como consecuencia también el destierro de los Montpensier, la junta de gobierno se vio obligada a entregar la propiedad de la capilla,
y sus correspondientes llaves, a la Junta revolucionaria, el 14 de enero de 1869. Entonces, las imágenes titulares se trasladaron al colegio de San Miguel, donde permanecieron acomodadas hasta que el 7 de marzo de aquel año de 1869, fueron devueltas a la Hermandad las llaves de su capilla para que pudiese recobrar así su propiedad, tras unas gestiones realizadas por el Cabildo de la Catedral. Durante dos años celebró el Quinario del Cristo en la parroquia del Sagrario. Fue entonces cuando el cabildo catedralicio le concedió poder usar su escudo de armas en agradecimiento por la consecución.
La Iglesia hispalense respetó a los duques, pues se convirtieron en grandes favorecedores de ella, por lo que las hermandades con las que se vincularon quedaron mismamente amparadas.