Francisco Robles
Una exposición como Dios y los cánones mandan. Así se puede definir la muestra que hemos podido contemplar en el Ayuntamiento de Sevilla. Solar viejo. Edificio de piedra renacentista levantado para celebrar las bodas de Carlos V con Isabel de Portugal en 1526, cuando la Semana Santa era un fervor efervescente antes de la apoteosis del Barroco. Una hermandad de ese siglo del oro y de la pata que venían de las Indias se expone a la vista del espectador. Túnicas bordadas y documentos escritos con caligrafías pretéritas. Joyas miniadas, orfebrería delicada y monumental, cuadros que retratan a la imagen en una duplicidad de artes y espejos. Montañés, Sebastián Santos, Cayetano González… Papeletas de sitio que guardan el lugar que cada uno tiene en la gloria. Una lenta maravilla que dura varios siglos en un eje temporal tan discreto como visible.
Los responsables de esta exposición pueden darse por satisfechos. Empezando por José Luis Cabello, ese hermano mayor que tiene clarísimo cuál es el fundamento de la Semana Santa, y que por eso mismo dirige el barco con la precisión del capitán que sabe perfectamente las coordenadas del rumbo. Manuel Álvarez, el comisario artístico y devocional, ha conseguido hilar muy fino el argumento de la muestra para acercarnos la rica historia de Pasión sin quedarse corto y sin apabullarnos: magistral. Y la empresa Tannhauser Estudio ha demostrado que se puede ser tradicional y moderno a un tiempo, como pedía Pedro Salinas para la poesía, hasta el punto de conseguir una muestra digna de montarse en cualesquiera de los mejores museos del mundo: sin exagerar, que uno ha visto mucho y bueno.
No todo va a ser negativo en esta Semana Santa de la globalización y la trivialidad. De vez en cuando nos encontramos con hitos que nos devuelven la esperanza. Los siglos y la carga devocional de Pasión así lo merecían. Un espejo donde mirarse para llegar al futuro sin olvidar el pasado. Un hermoso presente que tiene su punto culminante en el Salvador, donde se funde la mirada baja de la belleza absoluta con Dios vibrando en el recogimiento del sagrario. Eso es la Semana Santa. O debería serlo.