ABC - Pasión de Sevilla

Félix Machuca

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Arde bajo el sol de un abril convencido de la fuerza de su primavera el dorado del trono peregrino del Soberano Poder del Tardón. Que ha visto el asilo del barrio y ha encontrado motivos sobrados para caracolear con su izquierdo por delante y pararse en ese último respirader­o donde pasa la vida. En la puerta del asilo, con sombreros de paja que añoran vendimias de mosto joven, se protegen los abuelos de la candela del cielo y del fuego poderoso, soberano y vitalista que desprende ese misterio tan grande que es la existencia. Con las manos en la frente, como viseras para protegerse del resplandor de los recuerdos, lo esperan allí sobre los pies o en sillitas de ruedas, tratando de sumar un Lunes Santo más a sus desvencija­dos calendario­s emocionale­s. A mí me parte el alma cuando veo tantos lirios y rosas que antaño fueron, convertido­s ahora en flores disecadas por la maldición del tiempo, ese enemigo implacable que acaba convirtien­do siempre los sueños en lágrimas, los amores en dolores, el mar en charco, el verso en epitafio…

Arde bajo el sol de un abril convencido de la fuerza de su primavera el dorado del trono peregrino del Soberano Poder del Tardón. Para que tiemblen de alegría las bocas desdentada­s de los abuelos. Y las manos sarmentosa­s de las uvas convertida­s en pasas busquen las caricias que perdieron en la guerra de los días. Está cada vez más cerca el trono del Rey del universo. Ya casi se mete en los ojos de los abuelos que de tanta vida como vieron se arrugan en surcos de una piel que es la geografía de sus paisajes marchitos. Y es en ese instante que dura el paso sobre el suelo y suena la saeta que se desgarra desde la bulla, cuando el tiempo se vuelve majareta y disloca las manillas del reloj de sus medidas tiránicas para, milagrosam­ente, devolverle­s a esos rostros una sonrisa de juventud. Quizás una añoranza que se vuelve carnal. Quizás una mirada que vuelve a ser la de la madre. Quizás un beso que fue el que tanto amor derrochó. Quizás una frase, tan solo una frase que alguna vez le susurró un hijo al que hace tanto tiempo dejó de ver. Quién sabe.

Arde bajo el sol de un abril convencido de la fuerza de su primavera el dorado del trono peregrino del Soberano Poder del Tardón. Para que los milagros se cumplan. Para que las sonrisas llenen de claridad las oscuridade­s del tiempo. Para que las trompetas y los tambores le den la vuelta al calcetín añoso de tan larga espera y aviven en sus memorias los días de fiestas en un lejano pueblo de algarrobos y almendros. Entre tanto niño con globos, entre tanta niña con oro en sus ombligos, entre tanto tacón empinado sobre las pantorrill­as deseables de la vida, está la metáfora real de la existencia, en un asilo que ha sacado mas de cien años de soledad a la calle, para que en un abrir y cerrar de ojos las uvas se conviertan en pasas y el deseo en epitafio. Arde la tarde en una hoguera de vanidades y purpurina en los labios carnosos de la primavera. Pero solo el fuego irreductib­le que alimenta el Soberano Poder tiene respuesta para el milagro de la existencia. Y así la llama que incendia el barrio seguirá su camino hasta Sevilla. Para darle tiempo a que desde su trono de plata cananea, desparrame a manos llenas la Salud de su advocación sobre nuestros abuelos del alma. Esos que son el eslabón último de la cadena de nuestra liberación. La que pronto sabrá, como versificab­a Borges, cómo es el infinito mapa de Aquel que es todas Sus estrellas…

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