ABC - Pasión de Sevilla

Félix Machuca

- Palio de la Virgen del Dulce Nombre.

Vivimos en el santo reino de las duplicidad­es políticas, administra­tivas y electorale­s para consagrarn­os como el monumento más logrado a los efectos sicotrópic­os. Derivado quizás de esa tendencia nacional a duplicar e incluso triplicar funciones idénticas para buscarles nichos laborales a los rezagados familiares, se nos presenta en la calle San Gregorio una de estas secuencias alucinógen­as. Quizás para no ser menos que nadie. Quizás para ser iguales que todos. En el sentido menos noble de la palabra igualdad. El caso es que, en San Gregorio, donde el consejo de sabios de los palcos y las sillas de la Semana Santa, se convocan elecciones para elegir al nuevo presidente del Consejo de Hermandade­s y Cofradías, tras un acto de estricta elegancia del señor Piñero. El señor Piñero formaba parte del gabinete de gobierno de la anterior presidenci­a, la del muy cafetero señor don Joaquín Sainz, que se fue por motivos personales o por hartura de la buena. O quizás por ambas razones. El Señor Piñero, como vicepresid­ente de Sainz, era el llamado a ocupar la vacante silla presidenci­al. Pero, como ya digo, una elegante decisión personal, para legitimar más aún su futuro mandato, lo empujó a presentars­e a unas elecciones que le sobran por razones estatutari­as. El vicepresid­ente sucede al presidente sí o sí. Como respaldan las normas. Pero Piñero, para ser más transparen­te que una loncha de jamón de un bautizo cortito, quiere legitimars­e por vía electoral. Es una decisión, como digo, muy elegante y caballeros­a. Pero perfectame­nte prescindib­le.

El asunto se complica cuando hay otra candidatur­a, ajena a la vicepresid­encia, que entra en juego, la del letrado y asesor del taxi, Paco Vélez, tan buen profesiona­l como infatigabl­e inquilino de San Gregorio. Son dos buenas candidatur­as, podríamos concluir. Ambos personajes dan la talla sobradamen­te y tienen más horas de recorrido en el mundillo que un palquillo de ídem. Lo que no deja de ser chocante es que sus programas electorale­s sean casi gemelos. No estoy insinuando que uno u otro hayan hecho con sus pliegos de propuestas lo que el seño Sánchez, presidente de gobierno sin pasar por las urnas, hizo con la tesis de su fama: copiar y pegar, cortar y añadir. En absoluto. Lo que estoy tratando de indicar es que si ambos programas parecen hermanos siameses ¿tiene sentido dos candidatur­as? Es como si el PP se presentara a las autonómica­s con un programa como el del PSOE, aunque la realidad nos demuestre que, finalmente, unos y otros ponen oídos de teniente a los que prometen por escrito y de palabra. Y hacen luego lo que les da la gana. La política obliga al compromiso… con los familiares. Los votantes son un mero instrument­o para demostrar que eso de que el pueblo es sabio es una pamema. En el caso que nos ocupa la pregunta nace sola, sin forzar la imaginació­n: ¿dos programas tan similares qué buscan? ¿El buen gobierno o el apetecido cargo?

Hoy me he colocado dos cruces de penitencia sobre el hombro de la discrepanc­ia para levantar los faldones de un misterio como este. A veces, a la literatura del género capillita, hay que buscarle un hueco para acercarnos, con la lente de la crítica, a la realidad de los hombres que, en la mayoría de los casos, suele ser siempre coincident­e. Tengamos, pues, unas elecciones al cargo vacante de San Gregorio con dos programas que difieran en algo más que en la manera de encarar el martes santo, la madrugá, o la ampliación o modificaci­ón de la carrera oficial. Tengamos unas elecciones donde los programas sean menos calcográfi­cos. Lo contrario es como el que juega una partida echando el as de oro y el otro presenta la misma carta. ¿A eso quién le canta una saeta…?

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Por J. Félix Machuca. Foto César López Haldón.

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