ABC - Pasión de Sevilla

Adiós, capataz del pellizco

Rafael Díaz Palacios quedará para siempre en la memoria de su cuadrilla del Baratillo y de la Sevilla cofradiera

- Por José Manuel de la Linde.

Se ha ido un hombre sabio; de una elegancia única ante los pasos únicos. Creó escuela y formó una familia en cada cuadrilla. El mundo del costal le vino de la mano de su padre, al que cada día le llevaba el almuerzo al muelle. En su azotea, asistía discretame­nte a las reuniones en las que grandes como Santiago y Borrero mostraban su sabiduría del mundo del costal.

Una tarde de charla con Rafael Díaz Palacios deja una huella indeleble en el cronista. Verlo llegar al encuentro desde el fondo del pasillo de su casa, siempre elegante, ya era un escalofrío. Como si estuviera mandando el paso de lejos.

Sus inicios cofrades se sitúan en la hermandad de las Cigarreras, donde sale de nazareno hasta los siete años vistiendo la antigua túnica de cola morada. Su madre tenía dos maestras de taller en casa y esto provocó que lo hicieran hermano. A los siete años siente la llamada del Baratillo y pide que lo hagan hermano. Desde siempre fue aficio- nado a los toros. Llegó a ser jefe de seguridad de la Maestranza, y de carrera, coronel del Ejército, pero nunca costalero.

Vecino de San Nicolás, de una calle donde también vivían otros capataces y costaleros. Sin móviles ni wassap, al cuartel general que tenían

abierto en el ‘Bar La Moneda’ llegaban los avisos sobre este u otro paso al que había que echarle una mano y allá que se iban.

Rafael Díaz Palacios vivió tiempos de austeridad bajo el paso. A veces uno por palo y a veces ni eso. Ante todo promovió el cariño bajo las trabajader­as y presumía de querer a todos los costaleros como si fueran sus hijos. De ahí que muchos de ellos fueran a buscarlo ante cualquier problema. El capataz fue incluso a la cárcel a visitar a quien tuvo cuentas pendientes con la justicia.

Anécdotas junto al martillo

Vivió decenas de ellas en torno a la parihuela. La más emotiva que recordaba cuando un compañero del Ejército, de Canarias, le pidió que diera una ‘levantá’ por su hija enferma de cáncer. Así lo hizo. Se derrumbó y entonces rezó por ella. Se le saltaban las lágrimas al recordar cómo al siguiente año el militar estaba en el mismo punto del recorrido con un mensaje: “Mira, mi hija se ha curado. Gracias”.

Recordaba con especial cariño a un costalero que trabajaba en una confitería de Sierpes. Cada año al pasar por allí le entregaba a su capataz algún manjar; pero aquel año le había ofrecido ya demasiados. Díaz Palacios se asomó receloso por debajo de la trabajader­a y pudo ver que el costalero los sacaba de la caja que una distraída señora de las sillas sostenía sobre su falda. Aún se ruborizaba sonriente al rememorarl­o. No se libró tampoco de las trastadas de la cuadrilla su discípulo Paco Ceballos. La gente de la trasera aprovechab­a que se había quitado momentánea­mente el zapato y lo llevaban, como si fuera un balón a puntapiés hasta la Catedral. Otras veces le ataban los cordones, y a ver quién era el guapo de seguir así...

La Avenida de un tirón

Rafael Díaz Palacio apostaba por que hubiera alegría debajo del paso, porque sabía que esto daba fuerzas a la cuadrilla... Fue en una comida con la junta de gobierno. Él pensó que había sido un alarde, pero cuando llegó el momento pudo comprobar cómo desde debajo del paso le

espetaron que a ver quién era el guapo de parar el paso “...ni te acerques que te comemos la mano”. Ocho marchas ocuparon ese momento, que desde entonces se convirtió en uno de los más buscados de la estación de penitencia baratiller­a.

Ante Santa Ángela perdía el sentido. Cuando llegaba al convento, él decía que estaba como en un portal de Belén. Que nunca había visto tantos angelitos juntos. Muy recordado, aquel momento que emulando a su amigo Manolo Santiago dijo “...de aquí no nos movemos hasta que nos nos canten otra coplita”. Allí estaban los micrófonos de la radio para inmortaliz­arlo. Y a las Hermanas no les quedó más que obedecer. Siempre decía que quien no había vivido aquello no sabía del verdadero significad­o de la Semana Santa.

Resumen de su vida

A lo largo de su vida, Rafael vive y muere por la Caridad del Baratillo. Creador de un estilo propio dentro y fuera de la trabajader­a... Reconocía que era un capataz al que le gustaba generar pellizco en el espectador. Era conocedor de las críticas en su momento, pero luego se regocijaba al ver cómo otros pasos iban copiando las formas.

Amante de la Semana Santa de antaño. De cuando verdaderam­ente se salía a la calle a ver cofradías. Y con respeto. Enemigo del niñaterío capaz de generar situacione­s de peligro.

En la hora de su adiós esperaba sólo el juicio del que está arriba. No otro. Bromeaba, a la vez que emocionado, diciendo que cuando muriera él quería que lo llevaran a un punto limpio; para que así lo reciclaran. Pasó por esta vida haciendo el bien y lo consiguió. Siempre contento y feliz. Un hombre cabal y elegante. Esa era su vida.

Creador de un estilo propio dentro y fuera de la trabajader­a... Reconocía que era un capataz al que le gustaba generar pellizco en el espectador.

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 ??  ?? Capataz inconfundi­ble a la hora de mandar el paso.
Capataz inconfundi­ble a la hora de mandar el paso.
 ??  ?? Ante Madre de Dios del Rosario, creador de toda una saga de capataces.
Ante Madre de Dios del Rosario, creador de toda una saga de capataces.
 ??  ?? El estilo inconfundi­ble de un caballero del martillo.
El estilo inconfundi­ble de un caballero del martillo.
 ??  ?? Mandando desplegaba todo su arte.
Mandando desplegaba todo su arte.
 ??  ?? Rafael Díaz Palacios siempre elegante y plantando una sonrisa a la vida.
Rafael Díaz Palacios siempre elegante y plantando una sonrisa a la vida.
 ??  ?? Una saga de capataces del Arenal.
Una saga de capataces del Arenal.

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