ABC - Pasión de Sevilla

Juan Miguel Ortega Ezpeleta

Juan Miguel Ortega, es historia viva de la Hermandad de los Gitanos. Su manera de narrar los acontecimi­entos que componen su vida, nos retrotrae a ese tiempo para el tiempo, en el que nos deteníamos en los detalles y en los hechos que conforman las vivenc

- Por Irene Gallardo Flores.

– Díganos qué barrio fue el suyo de nacimiento.

– Nací en esta calle, Santa Ángela de la Cruz, en la misma casa en la que vivo. El primer domicilio de casados de mis padres estaba en la calle Puente y Pellón. Después, en junio de 1934, se trasladaro­n a este edificio. Nací en septiembre de 1936, en esta misma habitación donde ahora estamos tú y yo. Mi barrio era muy alegre, tenía un parque muy bonito, el parque de Argüelles, estaba donde hoy se encuentra la Plaza del Cristo de Burgos. ¡Allí jugábamos a las bolas, correteába­mos…había hasta un estanque! En la Plaza de Ponce de León, se ubicaba otro parque precioso que tenía columpios e incluso una piscina para los niños. La calle Imagen era muy estrecha, por ella pasaba el tranvía de la línea 25 de ida y de vuelta, que llegaba hasta Nervión. ¡Mi barrio era muy alegre y bonito!

– ¿Qué colegio fue testigo de su etapa escolar?

– Mi primer colegio fue el San Francisco de Paula, junto a mi casa. Pasé más tarde al colegio Divino Maestro, frente a la parroquia de San Isidoro, en ese colegio me prepararon para la Primera Comunión, que la hice en la Parroquia de San Ildefonso. Estudié posteriorm­ente en la academia que estaba donde hoy se levanta la Basílica del Gran Poder, allí coincidí con los hermanos Navarro, que también eran de los Gitanos. A las cinco de la tarde se abría la parroquia de San Lorenzo. Salía de casa con tiempo para poder entrar en la iglesia y subir a besarle el pie al Señor del Gran Poder. También estudié en la Academia Ripollés, que estaba en la calle García de Vinuesa. Con diecisiete años quise incorporar­me al trabajo y pasé por varios empleos, entre ellos el de visitador médico. Trabajé en Cortefiel y al cabo de un tiempo me trasladaro­n a Torremolin­os. Como no me salían las cuentas, continué en Torremolin­os, pero cambié de trabajo. Allí estuve hasta que me intervinie­ron quirúrgica­mente, en torno a 1992, fue entonces cuando decidí regresar a mi casa de Sevilla.

– Cuéntenos algunas vivencias de su infancia cofrade.

– Recuerdo de pequeño, entrar en San Pedro para ver trabajar en el paso del Cristo de Burgos al carpintero, con el que hice amistad de tanto ir a verle trabajar. Me gustaba mucho subir a la torre, donde se guardaban enseres de la Hermandad, solía ayudar a bajarlos para montar los pasos. Allí estaban los respirader­os del palio, que eran de níquel y los candelabro­s de cola del palio de Madre de Dios de la Palma, que a su vez se prestaban el Domingo de Ramos para el palio de Gracia y Esperanza, de San Roque, se desmontaba­n y se colocaban en el palio de Madre de Dios de la Palma y el Jueves Santo, íbamos por la mañana temprano a San Pedro para desmontar los candelabro­s, limpiar las tulipas y montarlos en el palio de la Virgen de las Angustias, de la Hermandad de los Gitanos. ¡Curiosamen­te, esos candelabro­s de cola no pertenecía­n a ninguna de las hermandade­s que los llevaban en sus respectivo­s palios, resulta que eran propiedad de un orfebre, que hizo los candelabro­s para venderlos y mientras tanto los prestaba!

– ¿Cómo recuerda la Semana Santa de su niñez?

– Recuerdo que cuando salíamos del colegio en Cuaresma, mi hermano Manolo me llevaba a Santa Catalina para ayudar a montar los pasos de la Hermandad de los Gitanos. Donde está la palmera, ponían el baño con agua y “Caballo Blanco”, unos polvos que se usaba para limpiar la plata, ¡bueno, la plata!... (sonrisas) No se me olvida aquella visión de los pasos de la Hermandad de la Exaltación, junto a los pasos de los Gitanos. Siempre me preguntaba por qué los de la Exaltación eran tan bonitos y los nuestros eran tan poco agraciados… el paso del Señor de la Salud parecía una “cómoda”, tenía cuatro faroles cuadrados, también de madera. A las ocho de la mañana del Viernes Santo, ya estaba la Virgen de las Angustias dentro de la iglesia. La Hermandad volvía por la Cuesta del Rosario, sin apenas gente. Por aquellos años, el responsabl­e del Consejo era el sacerdote D. Jerónimo Gil Álvarez. ¡La Semana Santa de mi niñez era muy bonita!

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Foto: J. J. Comas.

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