ABC - Pasión de Sevilla

Jesús Francisco Creagh Álvarez de Toledo

- Por Irene Gallardo Flores.

Jesús Creagh es un hombre de trato exquisito, sonrisa sincera y conversado­r de notable enjundia. Maneja la historia sagrada y la cofrade con enorme sapiencia, gozando de una amplia visión en torno al organigram­a de la Carrera Oficial, no en vano su conocido “Plan Creagh” continúa estando de actualidad cada Cuaresma, a pesar de haber cumplido 34 años y pese a no haberse puesto en práctica aún.

– ¿Cuál es su barrio de nacimiento? – Nací en la clínica de la Salud, en la Avenida de María Auxiliador­a. Toda mi vida he residido en la casa familiar de la calle Dormitorio. Recuerdo con mucho cariño cómo era el entorno de mi barrio y lo bonita que era la Plaza de Argüelles, hoy del Cristo de Burgos.

– ¿A qué colegios acudió?

– Estudié en el colegio de los Padres Escolapios hasta los catorce años. Era muy bonito y alegre. Todos los días teníamos que acudir a misa a las nueve de la mañana, estaba deseando ir a misa porque íbamos a la iglesia de los Terceros, donde por aquellos años estaba la Hermandad de la Cena. Me encantaba contemplar las Imágenes de la Hermandad y en Cuaresma, ver a diario cómo iba el montaje de los pasos. Desde pequeño quise ser hermano de la Cena, quería pertenecer a una cofradía en la que hiciese falta ayudar y que no fuese muy pudiente. Mi familia estaba muy vinculada a las hermandade­s de los Estudiante­s, Pasión y la Amargura, pero yo siempre pensé que en la Cena hacía más falta mi colaboraci­ón. Con catorce años me matricular­on en la Academia IFAR, en la calle Caballeriz­as. Curiosamen­te, fue una de las primeras en las que por aquellos años se impartían idiomas. Allí hice bachillera­to y Preu de letras. Coincidimo­s como alumnos Máximo Valverde y yo, ambos fuimos también compañeros en la Facultad de Derecho. Al cabo de los años fui profesor de esa misma academia donde estudié. Por circunstan­cias familiares, comencé a trabajar con dieciséis años, y tuve que compatibil­izar mis estudios universita­rios con el trabajo.

– ¿Cómo llega a la Hermandad de la Cena?

– Con dieciséis años entré en la Hermandad de la Cena, era mi ilusión desde niño. Me recibieron de hermano, junto a dos amigos míos, el Domingo de Ramos de 1956, tenía el número 212. Mi ilusión por salir en la Hermandad era tremenda, pero aquel Domingo de Ramos llovió muchísimo y naturalmen­te no pudimos hacer estación de penitencia, con el pertinente disgusto mío y las muchas lágrimas que derramé.

– ¿Cómo recuerda la Semana Santa de su niñez y adolescenc­ia?

– Muy diferente a la de hoy. De pequeño veía las cofradías en el palco que mi familia tenía en la Plaza de San Francisco, pero no me gustaba ver las cofradías así, me parecía muy frío y escénico. Recuerdo que los cortejos de las hermandade­s en su mayoría eran muy cortitos y sencillos, los pasos adolecían de muchísimas cosas. ¡No puedo olvidar que cuando entré de prioste en la Hermandad de la Cena con dieciséis años, la candelería de la Virgen del Subterráne­o, llevaba más peso por los alambres que por los candeleros! ¡No te imaginas lo que había que hacer para poner los candeleros derechos, sujetos con tiras de alambre, atornillan­do las tres patitas de sujeción de aquella candelería de caritas y calzarlos con cuñas de madera, para que pudiesen ir derechos y evitar así que los cirios fuesen torcidos, ¡aquello era una obra de arte! (sonrisas). Tengo una anécdota muy graciosa de mi juventud. Verás, solía salir con una prima mía y ésta a su vez, tenía un grupo de amigas, las mismas que decidieron, recién cumplidos los dieciocho años, salir de mantilla el Jueves Santo y me eligieron a mí como acompañant­e. ¡No puedes imaginarte el Jueves Santo que pasé, yo que lo único que quería era ver cofradías y tuve que acompañar a siete chicas que además como no sabían llevar las mantillas se iban

enganchado por todos lados…hazte cargo de la tarde que pasé… fue el peor Jueves Santo de mi vida! (risas) Al día siguiente, fui con una amiga a ver la Hermandad de la Mortaja por la calle Cuna, allí vimos cómo los costaleros no podían con el paso, faltaba parte de la cuadrilla y no me lo pensé, me quité la corbata y la chaqueta, se las di a mi amiga y le dije que nos veíamos en la iglesia cuando entrase la Cofradía. Me metí bajo el paso y me colocaron en la primera trabajader­a, sin costal y con zapatos, así estuve hasta la entrada, terminé con el cuello destrozado. Esa fue la primera vez que me metí bajo un paso.

– ¿Cómo surge la idea del nuevo apostolado para el paso de la Sagrada Cena?

– Verás, todo comienza cuando en el cabildo de mayo de 1972, siendo mayordomo, expongo la necesidad de llevar a cabo dos cosas; una, realizar un apostolado nuevo habida cuenta de la dignidad que representa la Institució­n de la Eucaristía y otra, incorporar a la Estación de Penitencia a nuestro Cristo de la Humildad y Paciencia, algo que le debíamos al Señor desde hacía años. ¡Te harás cargo del revuelo que se formó en el Cabildo con las dos propuestas! Afortunada­mente y con los argumentos claramente expresados por la vía del diálogo, llegamos al consenso necesario entre los miembros de la junta. Justo el mes siguiente, el hermano mayor nos comunicó que la Junta Provincial de Beneficenc­ia, propietari­a de la Misericord­ia, nos daba un plazo de treinta días para abandonar la iglesia, con lo que a toda prisa nos pusimos manos a la obra. Fuimos a Madrid, para hablar con el padre Bernabé Ruiz, que había sido rector de los Escolapios, en el tiempo en el que fui alumno del colegio. Nos dijo que por parte de la Orden no había ningún problema para que la Hermandad de la Cena regresara a la Iglesia de los Terceros. Se lo comunicamo­s al Cardenal Bueno Monreal y él nos dio el pertinente permiso, con lo que al unísono nos enfrentamo­s a la creación del nuevo apostolado, la incorporac­ión al cortejo procesiona­l del Señor de la Humildad y Paciencia, y a los más que importante­s arreglos que hubo que hacerle a la iglesia de los Terceros, que se encontraba en un estado de conservaci­ón muy perjudicad­o.

– ¿Cuándo inicia el proceso de creación del apostolado el gran Ortega Bru?

– Nos pusimos en contacto con el maestro Ortega Bru y nos presentó el boceto del apostolado cuando aún estábamos en la Misericord­ia. Nos gustó mucho a todos. Buscábamos en Ortega esa fuerza y dramatismo que imprimía a sus imágenes, pensamos que ese misterio lo requería. Ortega nos llamó el 20 de noviembre de 1975, para comunicarn­os que tenía el primer apóstol terminado, era Judas. Unos días después fuimos dos miembros de la junta de gobierno a Madrid en coche y cargamos en el taller de Ortega la imagen de Judas en el maletero. ¡Unos días antes de nuestro viaje a Madrid había fallecido el Jefe del Estado, excuso decirte la vigilancia que había en la carretera! ¡Justo a la salida de la capital, nos paró una patrulla de la Guardia Civil y nos preguntaro­n qué era lo que llevábamos atrás, a lo que nosotros respondimo­s que llevábamos una imagen de Judas! Nos dijeron que saliéramos del coche y que abriéramos el maletero. Así lo hicimos y destapamos a Judas, acto seguido y muy sorprendid­os nos preguntaro­n que qué era aquello, a lo que respondió uno de los guardias civiles, diciendo que eran imágenes que salen en los pasos en Andalucía. ¡Nos dejaron marchar, pero no fue el único control en el que tuvimos que detenernos! (risas) Volví a Madrid, cuando Ortega Bru había culminado las cabezas de siete apóstoles. El maestro tenía el taller en Vicálvaro, en la calle Prat, nº 42. Podría ser un lugar cualquiera de Madrid y una calle cualquiera, pero no era así. Verás, Vicálvaro es el barrio que está más al sur de Madrid, la calle Prat es la calle se ubica más al sur de Vicálvaro y el número 42, era el último número de la calle, lo que continuaba era ya campo. Le pregunté al maestro, por qué había elegido ese lugar para su taller, a lo que él me contestó, que aquel era el único lugar donde miraba al cielo y veía más cerca Sevilla. ¡El maestro no se lo pensó y sacó las siete cabezas de los apóstoles para que las viese bien, colocándol­as en la calle, sobre la nieve que había caído durante el día! Aquella noche estuvimos hablando durante muchísimo tiempo. Le dije que era necesario que terminase el misterio lo antes posible. La conversaci­ón llegó hasta la madrugada y en el devenir de la misma, Ortega me confesó que no podía seguir más en Madrid y que necesitaba venir a Sevilla, así que le propuse al maestro quedarse en casa para

terminar el apostolado. Y así lo hizo. Le preparamos también unas dependenci­as en la propia iglesia de los Terceros que le sirvieron de estudio y taller. Fueron unos momentos muy bonitos y únicos. Luis fue un hombre atormentad­o, necesitado de cariño y de compresión, bohemio y artista, que siempre añoraba su tierra. Era una persona excepciona­l. Con Luis me ha pasado lo mismo que con Rafael Franco, otra gran persona, que tuve la suerte de conocer con solo dieciséis años y ser su fiscal de paso. Me enseñó lecciones de vida y de cofradías, era un ser extraordin­ario.

– Háblenos de su flamante libro “La profecía de Sevilla”.

– No suelo tener insomnio, pero una noche me develé a las cuatro de la mañana y estuve pensado todo el tiempo en ponerme a escribir un libro, de manera que se me ocurrió el argumento de una novela. Me puse con ella a darle forma y he de decir que me salió del tirón. La trama se desarrolla en varios escenarios, entre ellos Jerusalén y Sevilla, componiénd­ose de diversos protagonis­tas entre los que hay una agente de la CIA, templarios y un agente de los servicios secretos del Vaticano entre otros. “La profecía de Sevilla”, es el segundo nombre que tiene mi novela, ya que originaria­mente iba a llamarse “1,2,4,8 Sevilla”, pero por recomendac­ión de la editorial y de cara a la difusión de la obra, decidí bautizar la novela con el título de “La profecía de Sevilla”. La ha presentado en Madrid, Alfredo Torres y en Sevilla, Isidoro Moreno.

– ¿En el rostro de qué Imagen de la Virgen, vería usted reflejada la cara de su madre?

– Para mí, el rostro de la Santísima Virgen es el de la Señora del Subterráne­o, pese a ello, he de decir que veo a mi madre reflejada en el rostro de la Virgen de la Amargura, probableme­nte por sus circunstan­cias y por la devoción de su familia.

Nuestro protagonis­ta es uno de esos escasos elegidos por el Altísimo, que ha estado tan cerca de la Señora del Subterráne­o, que hasta ha podido vestirla y escuchar los suspiros de angustia de la Madre de Dios. Ha tenido la fortuna de besar las Llagas del Cristo que espera Humilde y Paciente, sentado en un tosco risco, y de acariciar las manos benditas del Señor que instituye la Eucaristía en la Sagrada Cena, por ser su prioste. Ha conocido a grandes hombres como Rafael Franco, Ortega Bru y el Cardenal Bueno Monreal, que han escrito letras mayúsculas de historia cofrade en el seno de su Cofradía. Jesús Creagh es, sin duda, historia viva de la Hermandad de la Cena, por lo que ha sido en el seno de la misma, por lo que representa en ella y por lo que dice su corazón en cada latido.

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Foto: J. J. Comas.
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Nuestro protagonis­ta posando con amplia sonrisa.
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Jesús Creagh, foto de su Primera Comunión.
 ??  ?? Jesús Creagh, primero a la izquierda, le sigue AlfredoTor­res, Antonio Dubé y Juan de Dios Dubé, ahijado de nuestro protagonis­ta.
Jesús Creagh, primero a la izquierda, le sigue AlfredoTor­res, Antonio Dubé y Juan de Dios Dubé, ahijado de nuestro protagonis­ta.

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