Semana Santa Bolchevique
Se cumplen 100 años del atentado contra las procesiones coincidiendo con la conflictividad social originada por la Revolución Rusa (1919-2019).
Entre las cinco y media y las seis de la mañana de la Madrugada del año 1919, nuestra Semana Santa sufrió un atentado que originó la conmoción de todo el público congregado en la Plaza Virgen de los Reyes, en espera de la salida de las cofradías de la catedral por la Puerta de Palos. Salían los nazarenos de la Virgen de la hermandad del Gran Poder, después de que el paso del Señor lo hubiera hecho ya. Si bien, la multitud aguardaba, expectante, la llegada de la cofradía de la Macarena. En ese momento estalló un petardo, con un estruendo ensordecedor, desde dentro de la verja que protege la Puerta catedralicia. El artefacto parece que había sido colocado dentro de un socavón de los pies de la columna que flanquea la mismísima torre de la Giralda, con el objeto de que el ruido se oyese reamplificado y se organizase así un disturbio de gran magnitud.
La detonación coincidió con el momento en que se apagaban las luces del alumbrado público, antes del amanecer, por lo que se desencadenaron importantes desórdenes. Cundió el pánico con las carreras del público. En medio de un gran griterío, se produjeron lesiones y desmayos entre las gentes. Quedaron destrozadas un montón de sillas de la carrera. Y aunque las filas de nazarenos se disolvieron, el mayor número de ellos se agruparon alrededor de los pasos, junto a sus imágenes titulares. Igualmente, los miembros de la guardia civil que las escoltaban se giraron a proteger los pasos.
El explosivo dejó una persona gravemente herida, a quien hubo que amputarle una pierna tras la enorme herida provocada por un orificio de entrada y salida, así como las fracturaciones de tibia y peroné de su pierna izquierda. Su-
frió este accidente un religioso de 34 años, llamado Ramón Quiza, que se encontraba dentro de la verja de la Puerta de Palos presenciando las procesiones. El padre oyó una fortísima descarga en sus mismos pies, que le hizo caer al suelo magullado. Explicó la prensa del momento que se abrió una investigación por parte del juzgado de guardia, que actuó practicando algunas detenciones. Cuatro o cinco revolucionarios catalanes, quienes al ser cacheados llevaban en sus bolsillos miles de pesetas. Pese a ello, no pudo darse con el autor del suceso.
Al día siguiente, el Viernes Santo, las demás hermandades acordaron no suspender sus correspondientes estaciones penitenciales, pese al alarmismo que habían provocado las alteraciones del orden público del atentado. El vecindario respondió a la barbarie con una multitudinaria manifestación de rechazo. Por la tarde, cuando llegó la hermandad de Montserrat a la plaza de San Francisco, miles de personas brindaron una emotiva ovación, según expresa el Imparcial de Madrid, «a la bandera nacional de un regimiento de la guarnición y a la Marcha Real, que interpretó su banda al pasar por delante de la fachada del Ayuntamiento».
Un senador liberal sevillano, también agricultor y ganadero, decía en el periódico La Correspondencia de España que: «cuando ocurrieron las lamentables alteraciones de orden público, desaparecieron de la escena presidentes de las 26 asociaciones de obreros». Eran días del Trienio Bolchevique. Había terminado la Primera Guerra Mundial y aunque España se mantuvo aislada de ella, la crisis económica hacía mella. No paraban las huelgas ni las protestas de nuestro campo. Sobrevinieron corrientes ideológicas contrarias a la
fe católica y la Iglesia sentía la amenaza de la revolución rusa, tal como ya vaticinó la Virgen, en Fátima, el 13 de mayo de 1917.
Durante la cuaresma se vivieron tiempos de convulsiones desatadas. Los cofrades se mentalizaron para saber mantener la normalidad en caso de suceder algo anómalo durante las procesiones. En las vísperas de la Semana Santa se habían conocido amenazas mediante folletos y pasquines anónimos contra la celebración de actos religiosos en la calle. Y se cumplieron. En plena ce- lebración se registró la promesa de los controvertidos vaticinios publicados por los misteriosos agoreros.
Aquel año de 1919 se produjo el estreno de la marcha Amarguras, compuesta por Font de Anta. El mismo de las porfías saeteras de Manuel Torre (por no saber lo que hacerle, le escupen, le abofetean/ y le coronan de espinas/ y la sangre le chorrea/ por su carita divina) con El Gloria (y va llorando desesperado/ mirarle al Señor la cara/ hasta el rostro lleva ensangrentao/ y la cabeza coroná/ del martirio que le han dao).
Salida extraordinaria del Gran Poder
Nada más terminar la Semana Santa, el canónigo Muñoz y Pabón lanzó la idea de organizar una salida procesional extraordinaria, con la imagen del señor del Gran Poder, a modo de desagravio por el ataque contra una de las tradiciones y costumbres más señeras de la ciudad: nuestra Semana Santa. En la prensa escribió Muñoz y Pabón: «¿Podemos tolerar que siga adelante esta campaña –porque esto es una campaña– contra lo que constituye la manifestación más esplendorosa de nuestra fe, y la prueba más elocuente de nuestro amor? ¿Nos cruzaremos de brazos ante… cuatro indocumentados, demoledores de lo que está en la médula de nuestras costumbres, viniendo a ser la más legítima de nuestras glorias, como pueblo, y la más mimada de nuestras aficiones como individuos? ¿La Semana Santa de Sevilla, a merced de cuatro «golfos» que salgan vociferando –¡bomba! ¡bomba!–, para sembrar la alarma, y tras la alarma, el pánico y tras el pánico, el hambre para Sevilla entera y plena, porque la Semana Santa de Sevilla, que es la fe, y es el arte, y es la hermosura
y es la piedad, es a la vez «el pan de un sin número de casas de familia»? «No pueden ver con buenos ojos –recalcaba Muñoz y Pabón–, que Sevilla crea, que Sevilla rece, que Sevilla ame».
Finalmente, el culto canónigo no consiguió el respaldo necesario de la hermandad del Gran Poder para materializar la salida.
La iglesia de Sevilla, presidida entonces por el cardenal Almaraz, procuraba combatir el avance ya desenfrenado del laicismo. Se había propuesto no continuar perdiendo afectos entre los integrantes de los sectores más humildes de la sociedad. Precisamente, aquel mismo año tuvo lugar el acto de Coronación de la Virgen del Rocío en el mes de junio.
Ahora hace un siglo de aquel acontecimiento que coincidió con la irrupción del primer movimiento ultra español: el ultraísmo sevillano. Nuestros ultras, entre quienes estaban Rafael Cansinos Assens como promotor, eran cofrades y sacaron en procesión por la carrera oficial a la poeta Teresa Wilms, denominada por Valle-Inclán «anticristesa» y «duendesa». El grupo, compuesto también por Pedro Garfias, Rogelio Buendía, Adriano del Valle, Rafael Lasso de la Vega entonó cánticos contra Fernando III.
Paradójicamente, en la Semana Santa participaban muchos afiliados a sindicatos y agrupaciones obreras, como bien destacaron Manuel Chaves Nogales y el mismísimo Núñez de Herrera. La gente de abajo, los costaleros, formaban parte de ellas. El profundo calado de los ideales revolucionarios en esta tierra, históricamente ligada a tradicionales manifestaciones de religiosidad popular, los dibujó magistralmente Martínez de León, quien llevó a su personaje Oselito, a Rusia para reunirlos con comunistas, a los que les hacía llegar las desigualdades que se vivían en nuestra tierra, con anterioridad a la Guerra Civil.