Cuarenta días y cuarenta noches
En la portada de este número de Pasión en Sevilla aparece una cifra que va más allá de la posmodernidad de lo mágico o de lo lúdico. Los cuarenta días que nos esperan están inscritos en el círculo que cuadra el calendario sentimental de la ciudad que vive en el tiempo, no en el espacio. La demostración de este aserto es muy sencilla. Cuando llegue la Madrugada –no hace falta decir qué madrugada–, ese tiempo será sagrado allí donde haya alguien recordando los capirotes del Silencio o del Gran Poder, esos puñales de ruan que se clavan en la memoria que siempre elige el camino más corto para herirnos. Y cuando amanezca, un rumor de colores verdes y morados desgastados por el tiempo provocará una lágrima. Da igual dónde se encuentre el ausente, porque llevará la procesión por dentro.
Este tiempo que empieza ahora, o que renace en los almanaques del alma, está ajustado a la horma de los cuarenta días que marca la tradición judía. Nos retiraremos al desierto de lo que todavía no ha llegado, de lo que está por llegar. Y recitaremos en silencio la frase de Antonio Burgos que todo lo resume de forma tan honda como certera. “Serán cuarenta días y cuarenta noches. ¡Pero qué cuarenta días y qué cuarenta noches!” Ahí está la Cuaresma. En este tiempo que aguarda tras el cernudiano arco