ABC - Pasión de Sevilla

Francisco Berjano Arenado

- Por Irene Gallardo Flores.

Francisco Berjano interpreta la vida con las pautas y valores que sus padres le enseñaron desde la cuna. El amor a Dios y la devoción a sus titulares forman parte del equipaje que porta en la aventura de vivir. Un viaje que realiza a la vera de su familia y de sus amigos y que le lleva por la senda que marca a diario el Milagroso Cristo de la Vera Cruz, aferrado al sacrosanto madero que crucifica la tarde del Lunes Santo.

– ¿Cómo recuerda su barrio de nacimiento?

– Muy bonito y tranquilo. Nací en el barrio del Porvenir, en la calle Exposición, he de confesar que suelo pasar a diario por delante de la que fue mi casa y recorro el entorno donde pasé mi infancia, pese a que ello suponga dar un rodeo para acudir al trabajo. Jugábamos en la calle al futbol y al tenis en las instalacio­nes del Tenis Betis. Después de vivir por el ejercicio de mi profesión dos años en Moguer y seis en Huelva, cuando volví a Sevilla regresé al Porvenir, donde continúo viviendo.

– ¿Puede hablarnos de los colegios a los que acudió y cómo fue su vida en ellos?

– Con tres años ingresé en el Colegio Alemán, que estaba entonces en el Porvenir. Al año siguiente entré en la Compañía de María, en la calle Colombia, ¡allí hice la Comunión con solo seis añitos! Más tarde mis padres nos matricular­on a mi hermano y a mí en el colegio Claret, un colegio magnífico con una buenísima formación académica y religiosa. Se potenciaba también la educación física, había diversos deportes donde elegir para practicarl­os. A lo largo de mi vida he participad­o en diversos maratones, sin duda me ha servido mucho lo que me enseñaron en el Claret, en relación a la técnica deportiva. Recuerdo que en el recreo, nos comprábamo­s una tostada con manteca colorá o margarina y nos íbamos al Benito Villamarín para ver a los jugadores del Betis entrenar. Luego volvíamos a toda prisa al colegio para incorporar­nos a las clases (risas). Aún conservo buenos amigos de aquellos tiempos. No fui buen estudiante de pequeño, hasta que a los catorce años hubo un momento en que me planteé tomarme en serio los estudios, y así lo hice. Tengo muy presente el momento en que mi padre, estando ya a últimos días de cerrar las matriculac­iones en la Universida­d, me preguntó sobre la carrera que quería estudiar, a mí me gustaba bastante Medicina, pero eso de tantos números no me seducía mucho, así que le hice caso a mi padre que me insinuó que estudiase Derecho, y lo hice, pese a no haber pensado nunca que sería abogado. Puedo decirte que estoy muy contento de aquella decisión y de haberle hecho caso a mi padre. Curiosamen­te, los tres hermanos hemos estudiado Derecho.

– ¿Qué recuerdos tiene de la Semana Santa de su niñez?

– La primera parte del Domingo de Ramos la dedicábamo­s a la Hermandad de la Paz, a ella pertenecía mi tío Santiago Arenado, que fue Teniente de Hermano Mayor de la Cofradía. Cuando tenía unos catorce años, le dije a mi madre que quería ser hermano de la Paz, pero que no sabía si a mi padre le sentaría bien, ya que la Hermandad de la familia es la Vera Cruz. Definitiva­mente me hice hermano de la Paz, mis padres estaban encantados de que pertenecie­ra a la cofradía del barrio. Curiosamen­te mi padre terminó siendo también hermano de la Paz, puesto que él era hermano de la Sacramenta­l de San Sebastián y al fusionarse ambas Corporacio­nes, terminó pertenecie­ndo también a la Paz. Veíamos las procesione­s de Semana Santa en la calle Sierpes, porque mi padre, por aquel tiempo, era delegado en Sevilla de Mantequerí­as Arias, empresa que estaba situada en la calle Sierpes, en una chaflán a la derecha, con lo que teníamos un sito estupendo para ver los pasos, bien arriba o en unas sillas abajo. Tiempo más tarde mis padres cogieron unas sillas en la Avenida. Tengo unos recuerdos preciosos de la Semana Santa de mi niñez, ese cariño con el que mis padres me enseñaron a verla y como ellos la vivían. Los Jueves Santos íbamos a los Oficios a San Sebastián y tiempo después a las Capuchinas. Puedo asegurarte que no concebía un Jueves Santo sin los Oficios y sin la visita que se hacía a los Sagrarios.

– ¿Cómo recuerda a sus padres?

– Muy unidos y muy pendientes de nuestra educación siempre. Desgraciad­amente mi padre falleció cuando yo tenía solo veintitrés años. Siempre estaban dispuestos a ayudar a la gente que le hiciese falta, cosa que nos inculcaron desde pequeños.

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