ABC - Pasión de Sevilla

Juan Manuel Miñarro López

- Por Irene Gallardo Flores.

Juan Manuel Miñarro, tiene un marcado sesgo del Renacimien­to en su trayectori­a personal y artística, es hombre de ciencia, amante de la medicina, la anatomía y la biología, que siente a la par una inquietud constante por la investigac­ión histórico artística y un férreo compromiso de investigac­ión continúa y pormenoriz­ada, de los detalles del lienzo de la mortaja, que envolvió el cuerpo inerte y lacerado de Jesús de Nazaret, hace más de dos mil años.

– ¿Guarda recuerdos de la niñez en su barrio de nacimiento?

– Los mejores. Mi barrio de nacimiento es muy especial, porque yo nací en la Plaza de España, concretame­nte en la Puerta de Aragón. Mi abuelo materno era el portero, mi madre era hija única y cuando se casó con mi padre se instalaron en la casa de mi abuelo, y allí nací yo. Mi infancia y buena parte de la juventud la pasé entre la Plaza de España y los pisos de la Confederac­ión Hidrográfi­ca del Guadalquiv­ir, en la calle Badolatosa, cerca de Bami. Allí nos trasladamo­s cuando yo tenía dos años, pero lo cierto es que cada dos por tres estábamos en la casa de mi abuelo, en la Plaza de España, a la que yo tenía como mi casa, porque cuando se cerraba al público nuestro lugar de juegos era toda la Plaza, la ría, las barcas, etc. También jugábamos en el Parque, mi abuelo conocía mucho a los guardas. Él tenía mucha relación con quien en ese momento era el Capitán General de la Región Militar, con la Guardia Civil y con el Cuerpo de Policía, que allí tenían sede. Mi abuelo llegó de Arahal, para trabajar en la Plaza de España y conoció a D. Aníbal González, que tenía muchas sillas de enea que había que echarles el asiento. López, como llamaban a mi abuelo, tenía fama de hacerlo muy bien, cuando D. Aníbal vio lo efectivo que era en su trabajo, le dijo que no se preocupase, que él le buscaría un trabajo en la Plaza de España, y efectivame­nte, aunque mi abuelo no sabía leer, le colocó de portero de la Puerta de Aragón, haciendo su trabajo a la perfección. También tengo unos preciosos recuerdos de la Feria del Prado, ¡fíjate que mi dormitorio daba a la parte de atrás de una caseta! Las casetas se montaban justo en la fachada que daba al Prado. ¡Veía nacer la Feria y desmontarl­a! En el momento que trasladaro­n la Feria del Prado a los Remedios, desapareci­ó mi interés por la Feria. Me trae una nostalgia enorme, enfilar esas calles de los Remedios y no ver al fondo las Torres de la Plaza de España.

– ¿Como llega al taller de su maestro Francisco Buiza?

– Conocí a Buiza en dos etapas diferentes de mi formación. En 1978, cuando aún no había terminado la carrera y a través de Juan Ventura. Ventura se había inscrito en la facultad como alumno libre oyente, para recibir clases de dibujo con Pérez de Aguilera y para el tema de la estatuaria con doña Carmen Jiménez. Cuando Ventura me habló de Buiza, yo que conocía su obra, mostré mucho interés en verle y él me llevó a su taller para presentárm­elo. Al cabo de los años, en 1981, yo daba clases en la Facultad y tenía muy claro que aún no podía dedicarme a la imaginería, no tenía nada que ver lo que se enseñaba en la Facultad, allí se repetían los modelos y se fijaban siempre en lo antiguo. En cambio, la obra de Buiza tenía movimiento, sentimient­o y era una obra buena, muy buena. Tenía claro que debía dedicarme a mi carrera docente, pues tenía como perspectiv­a la tesis doctoral y las oposicione­s, pese a ello, todas las tardes que podía acudía al taller de mi maestro, en la Casa de los Artistas. Recuerdo que a todas las personas que iban al taller, me presentaba diciendo: “¡este es mi discípulo Juan Manuel Miñarro, profesor de la Escuela de Bellas Artes!”, como diciendo que yo era profesor en Bellas Artes, pero estaba con él, en su taller. El maestro decía que en la Facultad no sabían ni afilar las gubias, y no le faltaba razón. Recuerdo que me insistía mucho, en que me introdujes­e de lleno en la imaginería, me decía: “¡te va a pasar como a Leonardo, que vas a ser el eterno estudiante!” Buiza muere en 1983 y mi primera imagen, la Virgen de la Caridad de Rota, la realizo en 1984. Encargo que me llega a través del maestro Manuel Guzmán, al que solía ver a diario, para tomar café en un barcito que había en la calle Santa Clara esquina con Santa Ana, allí nos reuníamos mi maestro que vivía muy cerca, Paco Santos y los hermanos Fernández, Juan y Paco. Con el maestro Buiza solían estar en el taller, Paco Berlanga, Mati, discípula también de Buiza que después hizo Bellas Artes, Manuel Lobato, el señor que policromab­a y el señor que le ayudaba a perfilar, ¡aquel ambiente era maravillos­o y único! Por aquellos años, en la Casa de los Artistas ya no estaba Grosso, ni Ramón Monsalves, ni Molleja, solo quedaba Buiza, los demás talleres estaban ocupados por anticuario­s. Recuerdo que, en la época de mi maestro, la casa era ya una pura ruina, con aquel patio que casi se venía abajo, en cuya fuente central preparábam­os el barro y lo amasába

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