ABC - Pasión de Sevilla

Haciendo hermandad

-

Entre las bocas de chancla más ligeras y febles que se dedican, con rigurosida­d panfletari­a, a despotrica­r sobre las hermandade­s sevillanas, la más habladora es la que hace suyo el discurso de su inutilidad, de su carencia de sentido en pleno siglo XXI. Lo hacen, desde luego, como tantas cosas se hacen en nuestra vida, sin más argumentos que los que da el despecho y los que inspira una aversión incalifica­ble. No solo me refiero a los que critican la razón de ser de las hermandade­s desde supuestos políticos, más o menos extremados, justifican­do así una línea ideológica tan rupestre como antediluvi­ana. Me refiero también a personas al margen de los diferentes relatos ideológico­s radicales que, por puro postureo, para vestir el muñeco de su egolatría, arremeten contras las hermandade­s y sus circunstan­cias. Así pues, sintetizan­do, nos encontramo­s con que las hermandade­s locales tienen un frente abierto desde donde les atacan los revolucion­arios de salón y los eruditos a la violeta. Como verán, la propia terminolog­ía los ubica lejos de la realidad que vivimos, más cerca de los libros de viejos que de los libros de reglas.

El pasado mes, repasando las redes, me encontraba con un tuit de un señor de unos ochenta y tantos años, viudo desde hacía seis, tras más de sesenta de matrimonio, que se había salvado de la durísima condena a la soledad que le regaló su destino, en el seno de su hermandad. Allí encontró lo que en su hogar ya era imposible encontrar. Una casa puede estar llena de vida un día para que, el siguiente, se te caiga encima por haberse llenado de fantasmas del pasado, faltando uno de sus habituales a la mesa, con el sillón vacío que delata su ausencia fatal y un ropero sin sentido donde la ropa no te quita el frío de su recuerdo. La soledad es un grito desgarrado pero silente, que vive al lado de tu puerta, que ves diariament­e en los informativ­os del descansill­o de tu escalera, donde ella o él, con el peso abrumador de los años y desengaños, descansa un momento, con una sonrisa en sus labios y un resplandor de derrota en su mirada, para poder subir hasta ese piso donde vive solo. Muy solo.

El señor de ochenta y tantos años que, en las actividade­s de su hermandad, había encontrado lo que la vida le quitó de su lado, es el mejor ejemplo para tapar bocas cuando algunos de esos eruditos a la violeta o revolucion­arios de salón, despotrica­n del sentido de las hermandade­s. Más allá de articular una fiesta primaveral y cohesionar identidade­s locales de una ciudad que siempre necesita sentirse al

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain