Gracias amigo Luis
Muchas gracias, Luis, por todo lo que nos has regalado, por tu generosidad, por tu sencillez y por tu valentía.
Naciste con un don pero tú, trabajando en soledad día y noche, lo convertiste en un Arte con el que lograste despertar, casi sin pretenderlo, los sentimientos más profundos en nuestros corazones y acercar a Dios a millones de personas.
Recuerdo una mañana de Viernes de Dolores en Bellavista, ante tu Virgen del Dulce Nombre, cuando me pediste que te hiciera una foto ante Ella mostrando la Tarjeta de Donante de Órganos. Con tu gran naturalidad y pocas palabras me hablaste de amor al prójimo, de que en el cielo no necesitaremos el cuerpo y que parecía un milagro que hoy los sanitarios consiguiéramos hacer posible la vida después de la vida. Siempre te pasabas echándonos piropos a los sanitarios, pero ese día te tuve que corregir diciéndote que el milagro de los trasplantes es posible gracias al corazón generoso de la buena gente, de los donantes, de los familiares que deciden que no nos llevemos al cielo lo que necesitamos aquí.
Recuerdo tu satisfacción cuando hicimos a tu Cristo de la Sed patrono de los enfermos renales que, al no poder beber, también saben lo que es ese martirio. También recuerdo tu alegría cuando te pedimos que fundieras el cirio dedicado a los Donantes que iluminó a tu Virgen del Rosario del Polígono. Imposible olvidar tus emociones cuando te visitamos en el estudio con un numeroso grupo de personas trasplantadas, algunas muy cercanas a ti, y cómo nos obsequiaste y animaste a que siguiéramos luchando para fomentar las donaciones y salvar vidas.
¿Quien nos iba a decir que tú, amigo Luis, te ibas a ir al cielo tan pronto y salvando vidas? Con la donación de parte de tu cuerpo has sido generoso incluso después de la muerte. Tu querida familia tuvo una decisión noble y coherente con tu estilo de vida.
El sábado pasado, ante tu Virgen de Guadalupe vestida de negro por su “padre”, las lágrimas de Nani y de tu hija fueron “lágrimas de vida”. Pocas veces he visto a unas personas tan rotas por el dolor, pero orgullosas de su decisión. Incluso tenían palabras de agradecimiento por haber tenido esa oportunidad.
Muchas gracias, amigo Luis, por todo lo que nos has regalado. Estoy convencido de que has entrado en el cielo por la “Puerta Grande”.
Creo que Sevilla no te ha dado todo el reconocimiento que merecías, quizás porque nunca hiciste ruido. No obstante, te concedió una calle en vida por la que, como me decías, te daba vergüenza pasar “porque no te la merecías”.
Ahora que estás rodeado de toda la corte celestial que tallaste, podrás sentir todo el cariño de la gente sencilla del pueblo y el agradecimiento de los enfermos anónimos a los que has ayudado a seguir viviendo.
Gracias, amigo Luis.