Adiós, capataz del pellizco
Rafael Díaz Palacios quedará para siempre en la memoria de su cuadrilla del Baratillo y de la Sevilla cofradiera
Se ha ido un hombre sabio; de una elegancia única ante los pasos únicos. Creó escuela y formó una familia en cada cuadrilla. El mundo del costal le vino de la mano de su padre, al que cada día le llevaba el almuerzo al muelle. En su azotea, asistía discretamente a las reuniones en las que grandes como Santiago y Borrero mostraban su sabiduría del mundo del costal.
Una tarde de charla con Rafael Díaz Palacios deja una huella indeleble en el cronista. Verlo llegar al encuentro desde el fondo del pasillo de su casa, siempre elegante, ya era un escalofrío. Como si estuviera mandando el paso de lejos.
Sus inicios cofrades se sitúan en la hermandad de las Cigarreras, donde sale de nazareno hasta los siete años vistiendo la antigua túnica de cola morada. Su madre tenía dos maestras de taller en casa y esto provocó que lo hicieran hermano. A los siete años siente la llamada del Baratillo y pide que lo hagan hermano. Desde siempre fue aficio- nado a los toros. Llegó a ser jefe de seguridad de la Maestranza, y de carrera, coronel del Ejército, pero nunca costalero.
Vecino de San Nicolás, de una calle donde también vivían otros capataces y costaleros. Sin móviles ni wassap, al cuartel general que tenían
abierto en el ‘Bar La Moneda’ llegaban los avisos sobre este u otro paso al que había que echarle una mano y allá que se iban.
Rafael Díaz Palacios vivió tiempos de austeridad bajo el paso. A veces uno por palo y a veces ni eso. Ante todo promovió el cariño bajo las trabajaderas y presumía de querer a todos los costaleros como si fueran sus hijos. De ahí que muchos de ellos fueran a buscarlo ante cualquier problema. El capataz fue incluso a la cárcel a visitar a quien tuvo cuentas pendientes con la justicia.
Anécdotas junto al martillo
Vivió decenas de ellas en torno a la parihuela. La más emotiva que recordaba cuando un compañero del Ejército, de Canarias, le pidió que diera una ‘levantá’ por su hija enferma de cáncer. Así lo hizo. Se derrumbó y entonces rezó por ella. Se le saltaban las lágrimas al recordar cómo al siguiente año el militar estaba en el mismo punto del recorrido con un mensaje: “Mira, mi hija se ha curado. Gracias”.
Recordaba con especial cariño a un costalero que trabajaba en una confitería de Sierpes. Cada año al pasar por allí le entregaba a su capataz algún manjar; pero aquel año le había ofrecido ya demasiados. Díaz Palacios se asomó receloso por debajo de la trabajadera y pudo ver que el costalero los sacaba de la caja que una distraída señora de las sillas sostenía sobre su falda. Aún se ruborizaba sonriente al rememorarlo. No se libró tampoco de las trastadas de la cuadrilla su discípulo Paco Ceballos. La gente de la trasera aprovechaba que se había quitado momentáneamente el zapato y lo llevaban, como si fuera un balón a puntapiés hasta la Catedral. Otras veces le ataban los cordones, y a ver quién era el guapo de seguir así...
La Avenida de un tirón
Rafael Díaz Palacio apostaba por que hubiera alegría debajo del paso, porque sabía que esto daba fuerzas a la cuadrilla... Fue en una comida con la junta de gobierno. Él pensó que había sido un alarde, pero cuando llegó el momento pudo comprobar cómo desde debajo del paso le
espetaron que a ver quién era el guapo de parar el paso “...ni te acerques que te comemos la mano”. Ocho marchas ocuparon ese momento, que desde entonces se convirtió en uno de los más buscados de la estación de penitencia baratillera.
Ante Santa Ángela perdía el sentido. Cuando llegaba al convento, él decía que estaba como en un portal de Belén. Que nunca había visto tantos angelitos juntos. Muy recordado, aquel momento que emulando a su amigo Manolo Santiago dijo “...de aquí no nos movemos hasta que nos nos canten otra coplita”. Allí estaban los micrófonos de la radio para inmortalizarlo. Y a las Hermanas no les quedó más que obedecer. Siempre decía que quien no había vivido aquello no sabía del verdadero significado de la Semana Santa.
Resumen de su vida
A lo largo de su vida, Rafael vive y muere por la Caridad del Baratillo. Creador de un estilo propio dentro y fuera de la trabajadera... Reconocía que era un capataz al que le gustaba generar pellizco en el espectador. Era conocedor de las críticas en su momento, pero luego se regocijaba al ver cómo otros pasos iban copiando las formas.
Amante de la Semana Santa de antaño. De cuando verdaderamente se salía a la calle a ver cofradías. Y con respeto. Enemigo del niñaterío capaz de generar situaciones de peligro.
En la hora de su adiós esperaba sólo el juicio del que está arriba. No otro. Bromeaba, a la vez que emocionado, diciendo que cuando muriera él quería que lo llevaran a un punto limpio; para que así lo reciclaran. Pasó por esta vida haciendo el bien y lo consiguió. Siempre contento y feliz. Un hombre cabal y elegante. Esa era su vida.
Creador de un estilo propio dentro y fuera de la trabajadera... Reconocía que era un capataz al que le gustaba generar pellizco en el espectador.