ABC - Salud

«La salud nos parece más hermosa después de la enfermedad»

Escritor, filósofo y humanista

- POR AMALIO ORDÓÑEZ

Estamos en su castillo del Périgord, cerca de Burdeos, en el año 1590. El señor de Montaigne (Michel Eyquem) tiene 57 años, es de baja estatura, está bastante calvo y l uce unos bigotes caídos y canosos. Acaba de despejarse de la modorra vespertina con el agua de una jofaina y se justifica con su alto tono de voz: « Me gusta reposar después de comer y oír hablar sin que yo intervenga » . Con movimiento­s pausados me conduce al piso superior de la torre del castillo, a la cámara anexa a su biblioteca, junto a la chimenea, y allí iniciamos la conversaci­ón.

—Señor, ¿qué opináis sobre la salud? —La salud es una cosa preciosa; sin ella la vida se nos hace penosa e injusta, y nos parece más hermosa después de la enfermedad. De todos modos, conviene sufrir con paciencia y recordar que estamos hechos para envejecer, para debilitarn­os y para caer enfermos, a pesar de toda medicina. — ¿Y qué nos decís sobre el dolor? —Yo he tenido grandes dolores por mi «mal de piedra » (también los sufría mi padre), pero pienso como Cicerón y Séneca: « Si gravis brevis, si longus levis», si el dolor es violento es corto y si es crónico suele ser leve. Quizás la alimentaci­ón rica en carne, la escasez de agua y el poco ejercicio han contribuid­o a que se formasen estas piedras en el riñón. Una vez, en un viaje a Italia, expulsé una piedra como un piñón grande. Lo curioso es que el dolor remitía cuando cabalgaba. He probado todo tipo de remedios incluyendo las aguas termales de diversos balnearios. Llegué a pensar en el suicidio. También he sufrido ataques de gota y muchos dolores de cabeza y de muelas. — ¿Practicáis algún ejercicio o dieta? —Pasear a caballo y a pie cuando no tengo cólicos y no comer mucho. La multitud de platos me incomoda tanto como cualquier multitud. No me atraen las ensaladas ni las frutas, excepto el melón y soy muy aficionado al pescado; creo que es de más fácil digestión que la carne. No he llevado un estilo de vida muy sano, pero tampoco excesivame­nte perjudicia­l. He sido moderado en todo. — ¿Cómo os encontráis en estos momentos? — Bueno, con los achaques propios de la edad. Con crisis de gota y cansancio en muchas ocasiones. También sobrellevo episodios de mareos y opresión en el pecho. Pero no hago nada sin alegría y vivo el presente: cuando bailo, bailo; y cuando duermo, duermo. — Habéis escrito mucho sobre la muerte. —No hay que preocupars­e por la muerte. Recuerdo que un día me caí del caballo porque un criado se me vino encima y pensaba que me moría, pero gozaba languideci­endo y dejándome ir. Creo que es como quedarse dormido, un deslizamie­nto, algo placentero. A mí me gustaría que la muerte me encontrase plantando coles en mi huerto.

—¿Y vuestra opinión sobre la vejez? —Me asusta más que la muerte porque es una enfermedad poderosa que se desliza natural e impercepti­blemente. Se precisa mucho estudio y gran precaución para evitar las imperfecci­ones y mitigar su progreso. Me despido con una reverencia de este ser entrañable de personalid­ad amistosa, de este hombre sereno y ecuánime, un espíritu libre y tolerante, que me dice que considera compatriot­as a todos los seres humanos y que mantiene intacta su lucidez mental: «En el trono más elevado no debemos olvidar que seguimos sentados sobre nuestras posaderas».

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IVÁN MATA

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