POR UNA SANIDAD COMPETITIVA, EFICAZ Y EFICIENTE
La actual economía de libre mercado imprime un carácter competitivo en la gran mayoría de sectores y actividades productivas, y en este sentido la sanidad no es ni puede ser una excepción. Incluso comprobamos como en las políticas económicas de los países de nuestro entorno hay un cambio de conducta, quizás debido a la coyuntura económica, en la que prima la oferta y la demanda de bienes y servicios basada en criterios de mayor eficacia, y eficiencia, o lo que es lo mismo, producir lo mismo con menor coste. No me resisto a la tentación de decir que la sanidad debe ser un servicio que se base en estos mismos criterios de eficacia y eficiencia en el marco de un mercado de libre competencia.
La experiencia hasta ahora nos dice que se ha producido una desconcentración de servicios del Estado en todos sus sectores; incluso aquellos considerados como estratégicos se han privatizado de forma satisfactoria, y siempre impidiendo la concentración en empresas o instituciones que constituyan monopolios, que evitarían la libre competencia. Es el caso de sectores como el eléctrico, de transportes colectivos, de seguridad y de telecomunicaciones, por poner solo algunos ejemplos. Pero, ¿qué pasa con la Sanidad? ¿Es que no hay mejor oferta, más eficaz, más eficiente y menos costosa en ninguna especialidad ni área geográfica, y por eso está justificado el «monopolio» del servicio público? ¿Qué miedo y por parte de quién, y por qué intereses, se quiere evitar que se intente mejorar, se amplíe y se introduzcan nuevos conceptos de gestión? ¿Se defienden intereses, privilegios o un cierto descontrol del gasto, a costa de estar llevando a la ruina, y a múltiples carencias, al sistema público de salud?
Creo que se debe hacer un esfuerzo para saber comunicar y difundir a la sociedad las verdaderas realidades que deben fundamentar el progreso hacia una mejor sanidad, sin dejar de cumplir con su indiscutible vocación de servicio. Y para ello es fundamental la integración de todos los recursos sanitarios disponibles, sean de titularidad pública o privada. En definitiva, lograr un sistema sanitario que no genere duplicidades y por lo tanto ineficiencias; un sistema sanitario en el que convivan una sanidad universal, gratuita y equitativa con los recursos de centros privados que permitan el acceso a una mayor oferta y una libre elección, estimulando el ahorro de recursos públicos e incentivando los beneficios fiscales. De esta manera, se puede contribuir de una manera constructiva a un sistema, aún más universal, sostenible, solvente, eficaz y eficiente. En este punto quizás es necesario poner algunos ejemplos que todos conocemos y que nos hagan reflexionar sobre cuál es la situación actual que vive el sector sanitario, un momento crucial, porque es ahora cuando se está construyendo su historia y sostenibilidad futura. Sólo hay que recordar no hace muchos años cuando existían en nuestro país monopolios en sectores como el automovilístico. Enton- ces no teníamos la opción, como ahora, de elegir entre una amplia oferta de utilitarios; sin duda ahora nos damos cuenta de como todos hemos salido ganando en calidad y en prestaciones gracias a la libre competencia. Obviamente, no podemos ni debemos comparar el sector automovilístico con el sanitario en términos de producción y productividad, pero debemos plantearnos que todos podríamos salir ganando si comenzamos a ver que el sector sanitario es ya, y debe seguir siendo, un sector pujante en el que su oferta asistencial compita en un mercado cada vez más global. Entonces, ¿cuál es el recelo a que en la sanidad compitan operadores sanitarios de titularidad privada? Lógicamente no es excusa que entre sus objetivos esté el rentabilizar su inversión y sus esfuerzos, asumiendo los riesgos inherentes al libre mercado, pero el que haya operadores privados no indica, de ninguna manera, que su beneficio lo vayan a obtener de reducir prestaciones, ni de reducir la calidad de servicio. Nadie pensaría que en el sector automovilístico, o en uno más próximo como el farmacéutico, las empresas obtienen sus beneficios haciendo peor los coches, dando peor servicio o fabricando medicamentos defectuosos. Al igual que en estos sectores, la realidad demuestra que los operadores sanitarios logran mejorar la eficacia, la calidad y la eficiencia, permitiendo por esta eficiencia, reducir costes en la prestación de sus servicios y repercutiendo un ahorro importante al servicio nacional de salud, a las aseguradoras o a los propios pacientes que los contratan.
Esta realidad palpable debe ser bien conocida por la opinión pública para que la sociedad y los usuarios sean conscientes de ello, y sepan que la mejor opción será la existencia de un sistema de salud con una doble provisión y aseguramiento. Porque estarán de acuerdo que sólo hay una
«EL ACTUAL SISTEMA SANITARIO YA NO ES EL MÁS GENEROSO, SINO EL MÁS COSTOSO Y EL MENOS EQUITATIVO»
medicina, que debe ser buena y resolutiva, y el paciente como objetivo de la asistencia, sea cual sea el circuito que siga y elija: público, privado o mixto. Pero para que este mensaje sea una realidad entendible por todos, la sanidad debería estar desvestida de planteamientos políticos, y ser entendida como un bien común que como tal nos compete a todos. Por eso la sociedad debe exigir una sanidad moderna, ágil y eficaz. Por el contrario, mantener estructuras obsoletas, organizaciones del trabajo o sistemas de gestión de recursos diseñados hace 30 ó 40 años, hace imposible trabajar con la eficiencia que se exige en el siglo XXI. Hace unos días volvía a oír que tenemos el mejor sistema sanitario del mundo, y, en cierta manera, es cierto que hemos dado muestras de lo que somos capaces de hacer. Pero considero que el actual sistema sanitario ya no es el más generoso, sino que es el más costoso (en base a coste-eficiencia), y paradójicamente, el menos equitativo. Prueba de ello es el déficit en equipamiento tecnológico y las desigualdades asistenciales entre comunidades que implican que no se está cumpliendo el principio de equidad. Debemos tomar ejemplo de Francia, sin ir más lejos, donde se permite la libertad de elección a los pacientes para tratarse en los centros tanto públicos como privados que estén debidamente autorizados y con la adecuada regulación e inspección que vele por el cumplimiento de los mejores estándares de calidad.
Mi llamamiento es que apostemos por una sanidad global y sostenible, aprovechando todos los recursos sanitarios y así cumplir con ese principio de equidad que hará que los pacientes se puedan atender con los mejores medios disponibles, con independencia de la titularidad de los mismos, y en un escenario de colaboración y entendimiento entre todas las instituciones sanitarias públicas y privadas.