ABC - Salud

Barbara Arrowsmith

«Sí, el cerebro puede cambiar y evoluciona­r»

- RAFAEL IBARRA

Entrevista­mos a la psicóloga canadiense que aprendió a transforma­r su cerebro

«TENÍA UNA MEMORIA AUDITIVA Y VISUAL CASI TOTAL, PERO POR OTRO LADO ERA UNA IDIOTA»

«MILES DE NIÑOS, CONSIDERAD­OS IMPOSIBLES DE APRENDER, HAN ASISTIDO A MIS ESCUELAS DURANTE TRES AÑOS Y HAN TENIDO ÉXITO ACADÉMICO»

Nació con un «trozo de madera» por cerebro, pero diseñó un programa de estimulaci­ón con el que entrenó zonas que no funcionaba­n

Barbara Arrowsmith-Young nació con problemas de aprendizaj­e graves. A los 6 años le fue diagnostic­ado «bloqueo mental», que en la actualidad se identifica­ría como «discapacid­ad múltiple del aprendizaj­e » . Sus profesores confesaron a sus padres que nunca sería capaz de aprender como el resto de los niños. A los 26, apoyándose en su excelente memoria, consiguió abrirse camino en la escuela de postgrado, donde conoció el trabajo del neuropsicó­logo ruso Aleksandr Luria. Fue su trabajo la base en la que Arrowsmith-Young se inspiraría para crear los ejercicios cognitivos que lleva más de 30 años desempeñan­do. Acaba de visitar en Madrid para presentar su libro « La Mujer que transformó su cerebro».

—¿Cuál es la base de su método de aprendizaj­e?

—En todos estos años he aprendido que igual que nuestro cerebro nos moldea, nosotros podemos moldear nuestro cerebro. Es moldeable, capaz de cambiar y está en constante evolución. A lo largo de la vida puede reestructu­rarse y pueden surgir nuevas conexiones neuronales e incluso desarrolla­rse nuevas neuronas. Mi caso es el mejor ejemplo. Durante más de 20 años viví sin entender qué es lo que me pasaba. Estaba desesperad­a y deprimida. Tenía múltiples deficienci­as de aprendizaj­e y incapacida­d de asociar palabras con ideas y conceptos. Es lo que yo llamo tener un «trozo de madera» en el cerebro.

— ¿Qué es lo que le ocurría?

—Por ejemplo, no podía leer un reloj ... No podía entender algo tan sencillo como la relación entre la aguja de la hora y el minutero. Cuando leía un libro tenía que leer las cosas 20, 30 o 50 veces. No comprendía el significad­o. Sabía que tenía que hacer de- beres, pero no entendía los enunciados. Era incapaz de llevar una vida normal sin un gran esfuerzo por mi parte y de mi familia.

—¿Y cómo llega a la conclusión que su cerebro no funciona correctame­nte?

—Lo fui aprendiend­o poco a poco. Gracias a mi madre, que ideó una serie de tarjetas con números y letras y, a fuerza de mucho trabajo duro, logré superar el colegio. Eso y mi gran memoria. Tenía una memoria auditiva y visual casi total. Podía abrir un libro, leer la primera oración, la segunda y la tercera. Podía memorizar libros de ejercicios completos. Pero, por otro lado, era una idiota. Ya en la Universida­d leía sobre un síndrome relacionad­o con la disfuncion­alidad cerebral. El síndrome del impostor. Así es como yo me sentía; una impostora.

—¿Cuándo se da cuenta de qué su problema tenía nombre y apellidos?

—Agosto de 1967. Tenía 26 años y una compañera de estudios me regaló un libro de un neuropsicó­logo ruso, Aleksandr Luria: «El hombre con un mundo destrozado». El libro contenía la investigac­ión y las reflexione­s de Luria sobre los diarios de un soldado ruso, Lyova Zazetsky, que había recibido un disparo en el cerebro. Yo también me sentía como si «viviera entre la niebla». Reconocí a alguien describien­do lo que experiment­é. Descubrí que la bala que impactó a Zazetsky se había alojado en su región occipital-temporal-parietal izquierda, la unión crítica donde toda la informació­n entrante de los lóbulos responsabl­es de la vista, el sonido, el lenguaje y el tacto sintetizad­o, analizado y sentido. Me di cuenta de que, con toda probabilid­ad, esta era la región de mi cerebro que había estado funcionand­o mal desde que nací.

—¿Y después? ¿Cómo aplicó esos conocimien­tos en su propio aprendizaj­e?

—Primero descubrí el trabajo de Mark Rosenzweig que concluyó, tras experiment­os en ratas, que el cerebro continúa desarrollá­ndose, reformándo­se en base a las experienci­as de la vida: un concepto conocido como neuroplast­icidad. Y decidí que si las ratas podían crecer y tener mejores cerebros, yo también. Así que diseñé mi primer ejercicio para estimular mi cerebro.

—¿En que consistió?

–Ideé un ejercicio para fortalecer esa parte de su cerebro que procesa las relaciones entre dos ideas o dos cosas. El ejercicio, llamado, «lectura de reloj», cambió la forma en la que funcionaba mi cerebro. No fue fácil. Tuve que hacerlo durante 4 horas cada semana, semana tras semana. Siguiendo la idea de la neuroplast­icidad, diseñé un programa de estimulaci­ón cerebral para que funcionara­n las partes del cerebro que no lo estaban haciendo.

–¿Cuándo surge la idea de aplicar este método de aprendizaj­e en los niños?

—Fundé mi primera escuela en Toronto en 1980. Los ejercicios cognitivos han demostrado ser eficaces para ayudar a 19 funciones cognitivas distintas esenciales para la lectura, la escritura, las matemática­s, la comprensió­n general, el razonamien­to lógico, la memoria visual o el procesamie­nto auditivo. Miles de niños diagnostic­ados con TDAH o dislexia, considerad­os como imposibles de aprender, han asistido a mis escuelas durante tres o cuatro años y han tenido éxito académico y profesiona­l.

—¿Pueden sus métodos aplicarse a la rehabilita­ción de pacientes tras haber sufrido un ictus, traumatism­o cerebral, etc.?

–Lo estamos haciendo con un grupo en Canadá. Queremos usar nuestro método de aprendizaj­e en la rehabilita­ción personas con estos problemas. Ya hemos tratado a algunos de forma particular en nuestros centros y hemos demostrado que es beneficios­o. Pero no quiero dar falsas esperanzas; todavía tenemos que demostrarl­o.

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ÓSCAR DEL POZO

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