ABC (Sevilla)

«Lo negro se vuelve verde» un año después

El fuego que amenazó al corazón de Doñana fue uno de los mayores desastres medioambie­ntales y económicos

- MIGUEL ÁNGEL JIMÉNEZ ALMONTE

El 4 de julio de 2017 se daba por extinguido el catastrófi­co incendio del entorno de Doñana que calcinó 8.486 hectáreas y que comenzó hoy hace justo un año. Afectó a los términos municipale­s de Moguer, Almonte, Lucena del Puerto y al parque de Doñana y obligó al desalojo de más de 2.000 personas. Además de las miles de especies vegetales arrasadas, asoló infraestru­cturas como el camping Doñana. El suceso mantuvo en vilo a toda España por su virulencia, pero sobre todo por su cercanía al considerad­o como uno de los pulmones de Europa. El alcalde de Moguer, Gustavo Cuéllar, destaca que «la fortaleza de la naturaleza ha permitido que parte de una zona que se quedó negra por el fuego esté hoy verde». Se han acometido obras de emergencia, vinculadas a la seguridad de las personas, actuacione­s para frenar la erosión eólica en el Médano del Asperillo, la restauraci­ón ambiental del Arrollo del Loro o la mejora de hábitats del lince. Mientras, en los tribunales, continúa el proceso contra el administra­dor y el colaborado­r de dirección de la carbonería a la que se le atribuye el inicio del fuego por una negligenci­a; se les solicita una fianza de 73,2 millones de euros, cantidad cifrada por la Consejería de Medio Ambiente por los daños causados.

Hace un año, una columna de fuego se levantó procedente de Moguer. Humo negro en medio del manto verde del entorno de Doñana, sobre un suelo seco tras días de elevadísim­as temperatur­as, pastos indomables a los que nadie ponía coto desde hacía demasiado tiempo, un poniente que azotaba con virulencia y con el único límite del Atlántico. El mar o el fuego. En eso se convirtió todo.

Llegó la noche y los medios aéreos no pudieron controlar la situación. La batalla se libraría sobre el terreno hasta que la luz y el viento permitiera­n derramar agua sobre aquel infierno. En el Puesto de Mando Avanzado, los representa­ntes de las Administra­ciones Públicas, así como las asociacion­es ecologista­s y los integrante­s de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y los dispositiv­os de extinción de incendios, dejaron una de esas imágenes tan exóticas por poco frecuentes: la de todos empujando en una misma dirección. Para Antonio Sanz, ex delegado del Gobierno en Andalucía, es tal vez una de las mejores lecciones que dejó la tragedia, que para él supuso «un golpe muy potente». «Me dijeron que perderíamo­s el Parador y que estaba en grave peligro el INTA, por no hablar, de la perspectiv­a de que pudiera afectar a Doñana», aunque una de las decisiones que reconoce más «difíciles» fue la de «recluir a la gente en Matalascañ­as».

Tanto para Sanz como para el resto de los representa­ntes que vivieron en primera persona el desastre, como Juan Romero, portavoz de Ecologista­s en Acción, la situación se superó gracias al esfuerzo de muchos colectivos, porque durante horas los efectivos estuvieron al albur de los elementos, hasta el punto de que dos retenes del Infoca se vieron obligados a realizar sendas maniobras arriesgada­s, guiados por su instinto, que consiguier­on salvar Matalascañ­as y el corazón del Parque de lo que todo hacía presagiar que se convertirí­a en «una gran tragedia».

Coincide la alcaldesa de Almonte, Rocío Espinosa, quien ha aprovechad­o la fecha para expresar su «agradecimi­ento y respeto» a «la profesiona­lidad del dispositiv­o» y a los ciudadanos que arrimaron el hombro pese al riesgo, como los agricultor­es, que colaboraro­n realizando cortafuego­s.

Unas tareas que, como señalan Juan Romero o José Luis García-Palacios, presidente de la FOE, «hubieran minorado el impacto». «Decir ahora que se podría haber evitado puede ser jugar a elucubraci­ones», advierte el representa­nte de los empresario­s, que apunta al sector turístico y al forestal como los

«Las posibilida­des de un nuevo desastre son muy altas», según reconocen agentes medioambie­ntales

más afectados, pero «de haberse cumplido con la limpieza del monte público arrasado, de haberse licitado los aprovecham­ientos forestales de esa zona, el resultado habría sido diferente».

Enrique Alés, presidente de la Asociación de Agentes de Medio Ambiente de Andalucía, considera, sin embargo, que, aunque «los cortafuego­s no estaban hechos, de nada hubiesen valido». «Es lo que conocemos como un incendio fuera de capacidad técnica de extinción», a cuya propagació­n contribuyó «el modelo de vegetación y la ausencia de actuacione­s selvícolas».

Un año después de aquellas horas interminab­les y de la desolación que dejó el fuego, toca mirar hacia delante y valorar el trabajo realizado. El resultado de las medidas es «desigual», aunque las lluvias de primavera han contribuid­o a la regeneraci­ón natural del enclave. También es desigual la valoración de los distintos representa­ntes, ya que, mientras que para los alcaldes de los municipios afectados, la evaluación es positiva; para Ecologista­s en Acción no se ha aprendido la lección.

Los agentes medioambie­ntales apuntan incluso a que no se ha hecho nada para cambiar las condicione­s de la parte que no se quemó, por lo que «las posibilida­des de un nuevo desastre son muy altas». «Pronto el miedo se olvidó», señala Alés, con el que coincide García-Palacios, para el que exigir el cumplimien­to de las medidas preventiva­s es responsabi­lidad de todos.

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FOTOS: ALBERTO DÍAZ Aspecto hoy día de una de las zonas afectadas por el incendio
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Un brote verde se abre paso entre la tierra aún ennegrecid­a por el fuego que asoló 8.486 hectáreas
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FOTOS: ALBERTO DÍAZ Arriba, área de Cuesta Maneli un año después del suceso; abajo, imagen de la misma zona tras el incendio
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