«Lo negro se vuelve verde» un año después
El fuego que amenazó al corazón de Doñana fue uno de los mayores desastres medioambientales y económicos
El 4 de julio de 2017 se daba por extinguido el catastrófico incendio del entorno de Doñana que calcinó 8.486 hectáreas y que comenzó hoy hace justo un año. Afectó a los términos municipales de Moguer, Almonte, Lucena del Puerto y al parque de Doñana y obligó al desalojo de más de 2.000 personas. Además de las miles de especies vegetales arrasadas, asoló infraestructuras como el camping Doñana. El suceso mantuvo en vilo a toda España por su virulencia, pero sobre todo por su cercanía al considerado como uno de los pulmones de Europa. El alcalde de Moguer, Gustavo Cuéllar, destaca que «la fortaleza de la naturaleza ha permitido que parte de una zona que se quedó negra por el fuego esté hoy verde». Se han acometido obras de emergencia, vinculadas a la seguridad de las personas, actuaciones para frenar la erosión eólica en el Médano del Asperillo, la restauración ambiental del Arrollo del Loro o la mejora de hábitats del lince. Mientras, en los tribunales, continúa el proceso contra el administrador y el colaborador de dirección de la carbonería a la que se le atribuye el inicio del fuego por una negligencia; se les solicita una fianza de 73,2 millones de euros, cantidad cifrada por la Consejería de Medio Ambiente por los daños causados.
Hace un año, una columna de fuego se levantó procedente de Moguer. Humo negro en medio del manto verde del entorno de Doñana, sobre un suelo seco tras días de elevadísimas temperaturas, pastos indomables a los que nadie ponía coto desde hacía demasiado tiempo, un poniente que azotaba con virulencia y con el único límite del Atlántico. El mar o el fuego. En eso se convirtió todo.
Llegó la noche y los medios aéreos no pudieron controlar la situación. La batalla se libraría sobre el terreno hasta que la luz y el viento permitieran derramar agua sobre aquel infierno. En el Puesto de Mando Avanzado, los representantes de las Administraciones Públicas, así como las asociaciones ecologistas y los integrantes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y los dispositivos de extinción de incendios, dejaron una de esas imágenes tan exóticas por poco frecuentes: la de todos empujando en una misma dirección. Para Antonio Sanz, ex delegado del Gobierno en Andalucía, es tal vez una de las mejores lecciones que dejó la tragedia, que para él supuso «un golpe muy potente». «Me dijeron que perderíamos el Parador y que estaba en grave peligro el INTA, por no hablar, de la perspectiva de que pudiera afectar a Doñana», aunque una de las decisiones que reconoce más «difíciles» fue la de «recluir a la gente en Matalascañas».
Tanto para Sanz como para el resto de los representantes que vivieron en primera persona el desastre, como Juan Romero, portavoz de Ecologistas en Acción, la situación se superó gracias al esfuerzo de muchos colectivos, porque durante horas los efectivos estuvieron al albur de los elementos, hasta el punto de que dos retenes del Infoca se vieron obligados a realizar sendas maniobras arriesgadas, guiados por su instinto, que consiguieron salvar Matalascañas y el corazón del Parque de lo que todo hacía presagiar que se convertiría en «una gran tragedia».
Coincide la alcaldesa de Almonte, Rocío Espinosa, quien ha aprovechado la fecha para expresar su «agradecimiento y respeto» a «la profesionalidad del dispositivo» y a los ciudadanos que arrimaron el hombro pese al riesgo, como los agricultores, que colaboraron realizando cortafuegos.
Unas tareas que, como señalan Juan Romero o José Luis García-Palacios, presidente de la FOE, «hubieran minorado el impacto». «Decir ahora que se podría haber evitado puede ser jugar a elucubraciones», advierte el representante de los empresarios, que apunta al sector turístico y al forestal como los
«Las posibilidades de un nuevo desastre son muy altas», según reconocen agentes medioambientales
más afectados, pero «de haberse cumplido con la limpieza del monte público arrasado, de haberse licitado los aprovechamientos forestales de esa zona, el resultado habría sido diferente».
Enrique Alés, presidente de la Asociación de Agentes de Medio Ambiente de Andalucía, considera, sin embargo, que, aunque «los cortafuegos no estaban hechos, de nada hubiesen valido». «Es lo que conocemos como un incendio fuera de capacidad técnica de extinción», a cuya propagación contribuyó «el modelo de vegetación y la ausencia de actuaciones selvícolas».
Un año después de aquellas horas interminables y de la desolación que dejó el fuego, toca mirar hacia delante y valorar el trabajo realizado. El resultado de las medidas es «desigual», aunque las lluvias de primavera han contribuido a la regeneración natural del enclave. También es desigual la valoración de los distintos representantes, ya que, mientras que para los alcaldes de los municipios afectados, la evaluación es positiva; para Ecologistas en Acción no se ha aprendido la lección.
Los agentes medioambientales apuntan incluso a que no se ha hecho nada para cambiar las condiciones de la parte que no se quemó, por lo que «las posibilidades de un nuevo desastre son muy altas». «Pronto el miedo se olvidó», señala Alés, con el que coincide García-Palacios, para el que exigir el cumplimiento de las medidas preventivas es responsabilidad de todos.