ABC (Sevilla)

CULTURAS

Es una pena que una tierra como la nuestra no destaque por tener buenos panes en la mayoría de sus sitios más conocidos

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

DE cultura no andaremos muy sobrados —sálvese el que pueda—, pero a casi todo le llamamos cultura: la cultura del vino, la cultura del aceite, la cultura de viajar, la cultura de las vacaciones culturales, la cultura del pantalón corto, la cultura de las camisas de cuadros… Cultura le llamamos a casi todo, aunque sean modas, tendencias o novelerías. Celebro muchísimo que ya en muchos establecim­ientos nos ofrezcan dos o tres botellas con otras tantas variedades de aceites: hojiblanco, picual, manzanillo, arbequino… Lo celebro. Y celebraría que también nos ofrecieran una carta de aguas, que las hay con mucha fama y están salobres; son aguas gordas, aunque pregonen gloria de ellas. He dicho que celebro muchísimo que el aceite sea una «cultura» en la mesa de muchos restaurant­es, aunque vaya tela la «cultura», que he visto en más de un bar de desayunos poner en la mesa la botella sin tapón, para que los cleptómano­s no se la lleven, sin pensar, quizá, que de los tres enemigos principale­s del aceite, uno es el aire. Claro que tampoco son muy delicados a la hora de dejar las botellas cerca del calor y a la luz. Pero celebro muchísimo esa «cultura» del aceite.

Entre las «culturas» que nos rodean, que ya incluso he oído hablar de la «cultura del helado», hay una que sin ser cultura parece decisión firme y creciente de los ciudadanos, hartos ya de morder algo así como plástico, goma o directamen­te porquería con el nombre de pan. Con el mismo entusiasmo con que celebro el aceite de buena calidad en muchísimos sitios, celebro saber de mucha gente que quiere, busca y aun elabora buenos panes. Paniego desde que empecé a mascar, tengo mis debilidade­s en Galicia, Castilla y Portugal. Un pan gallego, de Cea, de Monforte o de Carral, es gloria en cualquier comida, como gloria es un pan portugués alentejano de los que compro en Barrancos —panadería de Áurea y António—, que alegran pescados, carnes, arroces y lo que se sirva a la mesa. Y así, panes castellano­s, con harina de Tierra de Campos, tan amigos de los asados. Es una pena que una tierra como la nuestra, que tiene tan variada y rica cocina, no destaque por tener buenos panes en la mayoría de sus sitios más conocidos. Si los panaderos gallegos y portuguese­s viven del pan, ¿por qué aquí no elaboran ese pan? Da pena ver cómo te sirven, con una magnífica carne de retinto o un buen pescado fresco, un buen revuelto o un buen cocido, un pan endeble, a medio cocer, con una penosa miga y una engañosa corteza. Aunque sé que cada día hay más paniegos exigentes, ojalá se instalara aquí una verdadera «cultura del pan». Digo del buen pan.

antoniogba­rbeito@gmail.com

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