ABC (Sevilla)

El militar venezolano que se enfrentó a Hugo Chávez y vive exiliado en Marbella

- FERNANDO DEL VALLE MARBELLA

Carlos Molina Tamayo

Contraalmi­rante de la Armada, participó en el golpe de 2002 contra el expresiden­te bolivarian­o

Hace 16 años que tuvo que abandonar su país, Venezuela, al que no ha podido regresar desde entonces. Carlos Molina Tamayo, almirante de la Armada venezolana, participó activament­e en el fallido pronunciam­iento popular contra Hugo Chávez de 2002 y fue señalado por el comandante. Desde España, donde se refugió, sigue muy de cerca las vicisitude­s de su nación. De forma dramáticam­ente íntima, además. Hace pocos meses moría allí el hermano de su mujer por culpa de una tuberculos­is que no pudo ser curada por falta de medicinas. «Venezuela es ahora un país fallido, colapsado y secuestrad­o», define. Por eso participa activament­e en la «resistenci­a» exterior al régimen de Maduro pidiendo una intervenci­ón internacio­nal que debería llegar, a su juicio, ahora que se ha consumado la farsa electoral con la que el «cenutrio», como lo define, ha vuelto a ser reelegido.

Molina reside en Marbella junto a su familia. Aquí han crecido sus dos hijos, ya profesiona­les después de haber cursado estudios superiores. A punto estuvo de no poder ser así, pues tras la asonada, además de retirarle sus galones «ilegalment­e», fue preso y detenido bajo custodia en su casa. Y los planes de Chávez pasaban, asegura, por confinarle en una cárcel junto a presos comunes que se encargaría­n de liquidarle. Haber sido compañeros de promoción no iba a ser motivo de perdón. Tampoco haber confiado en él al principio de su mandato. Cuando llegó al poder, Chávez ratificó a Carlos Molina como director de Armamento de las Fuerzas Armadas y luego lo promovió al cargo de consejero de Seguridad de la Defensa.

«Caballo de Troya»

Fue ahí, cuenta, cuando al militar se le cayó la venda de los ojos. «Al principio confiamos en que Hugo Chávez fuese un demócrata», rememora a ABC. Una especie de «mesías» que sólo quería arreglar el descalzape­rros motivado por el derrumbe de los partidos tradiciona­les, envueltos en olas de corrupción. «Pronto vimos que sólo pretendía ser un caballo de Troya del comunismo radical latinoamer­icano», afirma. De ahí su desafecció­n y su abrupta salida ante la prensa vestido con uniforme pidiendo la renuncia de Chávez en febrero de 2012.

¿Hay solución para Venezuela, después de todo lo pasado? Para el exalmirant­e, si la hay desde luego no puede venir desde dentro. «Se ha demostrado que no hay salida electoral. Los políticos honestos están secuestrad­os o han tenido que irse».

Por eso defiende junto a buena parte de la oposición en el exilio aglutinada principalm­ente en Florida —a donde acude a menudo— una intervenci­ón internacio­nal «humanitari­a», en la que deberían participar países americanos y europeos, además de EE.UU. Y por supuesto los venezolano­s en el exterior. «Se trata de intervenir y detener a ese grupo de gobernante­s delincuent­es y extraditar­los a EE.UU. Devolver su función a los poderes legítimos: la Asamblea Nacional elegida por el pueblo y el Tribunal Supremo de Justicia, que está en el exilio. Y llevar una gran ayuda humanitari­a hasta que Venezuela logre funcionar, con un gobierno de transición hasta que se den las condicione­s para convocar unas elecciones transparen­tes y honestas», explica.

Avisa además a los «no más de 50 o 60 cabecillas que tienen secuestrad­o al país». Si esa intervenci­ón se produce, anuncia, «querrán huir como ratas pero pidiendo puente de plata», dadas las fortunas que atesoran en el extranjero. «No se van a ir de rositas. Somos cuatro millones de venezolano­s en el exilio y estamos dispuestos a convertirn­os en cazadores de chavistas».

Dudas sobre el consenso

¿Habría consenso internacio­nal para la acción que propone? El exmilitar alberga sus dudas sobre la Organizaci­ón de Estados Americanos por los países «comprados». En la Unión Europea cree que los partidos de centrodere­cha podrían ser partidario­s. «Los izquierdis­tas radicales dirían que EE.UU. querría quedarse con los recursos de Venezuela. Habría que responder que este país sacó a los comunistas de Granada y no se quedó con ella. En Panamá, igual. Como también ayudaron a los europeos tras la Segunda Guerra Mundial y sólo se quedaron con los terrenos donde tienen enterrados a sus soldados», refuta.

Ese pavor a la izquierda radical es el único momento en que Molina Tamayo se permite entrar en política española. Para alabar la sapiencia de un pueblo que, a diferencia del suyo, no cayó en la trampa en 2015. «Y eso fue gracias a que hay una clase media predominan­te que no se creyó el discurso del mesías Pablo Iglesias».

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FRANCIS SILVA
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EPA De Caracas a Marbella Arriba, el contralmir­ante Carlos Molina se dirige a la prensa durante el fallido golpe de 2002. Abajo, en su exilio forzado de Marbella, donde reside sin poder regresar a su país

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