DESCODIFICANDO A TRUMP
«Sus métodos no siempre violan la ley, pero a menudo están del otro lado de la frontera ética para forzar a la parte contraria a pactar»
NADIE que haya ojeado «The Art of the Deal», el libro de memorias de Donald Trump, puede sorprenderse de que el mandatario norteamericano haya trasladado sus métodos de dealmaker, de negociador de tratos comerciales que sacrifica los medios en el altar de los fines, a la política.
Buena parte de sus negociaciones exitosas en el ámbito privado fueron posibles porque logró intimidar y acorralar a sus interlocutores comerciales. Trump utiliza métodos agresivos que no necesariamente violan la ley, pero que a menudo están del otro lado de la frontera ética para forzar a la parte contraria a pactar con él. A veces, fracasa; cuando intuye que ello va a suceder, minimiza sus pérdidas y busca la siguiente oportunidad.
En política, estos métodos tienen dos graves inconvenientes: infligen daños directos a millones de seres humanos afectados en todo el mundo y otros más indirectos, como la erosión de la confianza, la previsibilidad y la credibilidad.
Menciono a vuelapluma tres áreas donde Trump ha empleado recientemente los métodos del dealmaker: la relación con Corea del Norte, la política migratoria y la política comercial. En el primer caso, Trump utilizó la intimidación contra el asesino de Pyongyang, llevando la agresividad verbal y gestual hasta los límites del enfrentamiento armado para, en seguida, intuyendo que Kim Jong-un es también un dealmaker (a diferencia de su padre y abuelo), legitimarlo ante el mundo y, haciendo importantes concesiones unilaterales, declararle una amistad sin reservas. No se puede descartar, por supuesto, que Kim, viendo que Trump es capaz de todo, haya concluido que puede pactar con él y renuncie a su arsenal nuclear a cambio de que Estados Unidos se retire de la península, cancele el «paraguas nuclear» que protege a Japón y Corea de Sur, y garantice la perennidad de su régimen totalitario. Pero también podría suceder lo contrario: que ambos países vuelvan a estar al borde la guerra, lo que habrá supuesto un debilitamiento, a lo largo de este sinuoso proceso, de los aliados asiáticos de Estados Unidos… para beneplácito de Pekín.
Pasa igual en el área migratoria. Trump decretó que todos los inmigrantes que ingresaran ilegalmente fuesen procesados por vía penal, lo que implicaba separarlos de sus hijos en la frontera porque la ley impide que estos menores sean encarcelados. ¿Por qué lo hizo? Como dealmaker decidido a cerrar un trato atemorizando a su interlocutor, pensaba que ese drama forzaría a republicanos y demócratas a aprobar una ley migratoria que le permita cumplir la promesa del muro. Luego dio marcha atrás a medias, pero el mensaje estaba dado.
Por último, Trump ha desatado una guerra comercial contra propios y extraños. El último episodio es la amenaza contra unos 200.000 millones de dólares de exportaciones chinas. Para el dealmaker, el negocio perseguido, o sea, la reducción del superávit comercial chino, justifica afectar a tutti quanti, incluidos los consumidores norteamericanos y los valores de la globalización.
No podemos descartar que, ante el chantaje humanitario, los congresistas estadounidenses acaben produciendo una ley migratoria que legalice a los inmigrantes que ingresaron como menores de edad a cambio de otorgar dinero para el muro. Tampoco, que China termine pactando una disminución de sus exportaciones a Estados Unidos, en cuyo caso el presidente norteamericano se declarará campeón del libre comercio.
Pero el problema no está en el desenlace, sino en el desarrollo. Dar rienda suelta –y estimular en otros– instintos xenófobos y proteccionistas, y jugar con los arsenales atómicos como se juega con un interlocutor comercial en un trato privado, es no entender que no hay nada más peligroso, en política, que dejar escapar al genio de la botella.