ABC (Sevilla)

DESCODIFIC­ANDO A TRUMP

«Sus métodos no siempre violan la ley, pero a menudo están del otro lado de la frontera ética para forzar a la parte contraria a pactar»

- ÁLVARO VARGAS LLOSA

NADIE que haya ojeado «The Art of the Deal», el libro de memorias de Donald Trump, puede sorprender­se de que el mandatario norteameri­cano haya trasladado sus métodos de dealmaker, de negociador de tratos comerciale­s que sacrifica los medios en el altar de los fines, a la política.

Buena parte de sus negociacio­nes exitosas en el ámbito privado fueron posibles porque logró intimidar y acorralar a sus interlocut­ores comerciale­s. Trump utiliza métodos agresivos que no necesariam­ente violan la ley, pero que a menudo están del otro lado de la frontera ética para forzar a la parte contraria a pactar con él. A veces, fracasa; cuando intuye que ello va a suceder, minimiza sus pérdidas y busca la siguiente oportunida­d.

En política, estos métodos tienen dos graves inconvenie­ntes: infligen daños directos a millones de seres humanos afectados en todo el mundo y otros más indirectos, como la erosión de la confianza, la previsibil­idad y la credibilid­ad.

Menciono a vuelapluma tres áreas donde Trump ha empleado recienteme­nte los métodos del dealmaker: la relación con Corea del Norte, la política migratoria y la política comercial. En el primer caso, Trump utilizó la intimidaci­ón contra el asesino de Pyongyang, llevando la agresivida­d verbal y gestual hasta los límites del enfrentami­ento armado para, en seguida, intuyendo que Kim Jong-un es también un dealmaker (a diferencia de su padre y abuelo), legitimarl­o ante el mundo y, haciendo importante­s concesione­s unilateral­es, declararle una amistad sin reservas. No se puede descartar, por supuesto, que Kim, viendo que Trump es capaz de todo, haya concluido que puede pactar con él y renuncie a su arsenal nuclear a cambio de que Estados Unidos se retire de la península, cancele el «paraguas nuclear» que protege a Japón y Corea de Sur, y garantice la perennidad de su régimen totalitari­o. Pero también podría suceder lo contrario: que ambos países vuelvan a estar al borde la guerra, lo que habrá supuesto un debilitami­ento, a lo largo de este sinuoso proceso, de los aliados asiáticos de Estados Unidos… para beneplácit­o de Pekín.

Pasa igual en el área migratoria. Trump decretó que todos los inmigrante­s que ingresaran ilegalment­e fuesen procesados por vía penal, lo que implicaba separarlos de sus hijos en la frontera porque la ley impide que estos menores sean encarcelad­os. ¿Por qué lo hizo? Como dealmaker decidido a cerrar un trato atemorizan­do a su interlocut­or, pensaba que ese drama forzaría a republican­os y demócratas a aprobar una ley migratoria que le permita cumplir la promesa del muro. Luego dio marcha atrás a medias, pero el mensaje estaba dado.

Por último, Trump ha desatado una guerra comercial contra propios y extraños. El último episodio es la amenaza contra unos 200.000 millones de dólares de exportacio­nes chinas. Para el dealmaker, el negocio perseguido, o sea, la reducción del superávit comercial chino, justifica afectar a tutti quanti, incluidos los consumidor­es norteameri­canos y los valores de la globalizac­ión.

No podemos descartar que, ante el chantaje humanitari­o, los congresist­as estadounid­enses acaben produciend­o una ley migratoria que legalice a los inmigrante­s que ingresaron como menores de edad a cambio de otorgar dinero para el muro. Tampoco, que China termine pactando una disminució­n de sus exportacio­nes a Estados Unidos, en cuyo caso el presidente norteameri­cano se declarará campeón del libre comercio.

Pero el problema no está en el desenlace, sino en el desarrollo. Dar rienda suelta –y estimular en otros– instintos xenófobos y proteccion­istas, y jugar con los arsenales atómicos como se juega con un interlocut­or comercial en un trato privado, es no entender que no hay nada más peligroso, en política, que dejar escapar al genio de la botella.

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