ABC (Sevilla)

Manzanares y un bravo «Disparado»

∑ Corta dos orejas en una justa corrida de Juan Pedro y sale a hombros con Carretero

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ROSARIO PÉREZ ALICANTE

No acusó Diego Carretero el paso del utrero al eral, perdón, al toro, con una anovillada corridita de Juan Pedro Domecq, tan vacía por fuera como por dentro en su primera parte y con menos aguante que una pompa de jabón en una guardería. Un desfile de flojos en el tramo inicial, tanto que cuando se hizo el descanso y la gente comenzó a hincar el diente en las empanadas y a pasar la bota de vino de grada a grada, el primero parecía un gran toro, que de grande no tuvo nada... Al menos se sostuvo, duró y se movió, pese a protestar por su contada fortaleza.

Había ganado terreno Carretero en los lances de saludo al juampedro de su alternativ­a, con unas bonitas verónicas, rematadas con dos medias de mucho gusto. «Rezongana» portaba calidad, pero estaba cogido con alfileres. El albaceteño se dobló ante él con buenos modos y ligó sobre la diestra. El de Domecq iba y venía, aunque se defendía por sus justas fuerzas, lo que impedía que las tandas surgieran con total limpieza, pero el clásico concepto de Carretero, que improvisó una doblada con su aquel, ahí quedó. Acabaría luego metido entre los pitones, con unos jaleados circulares invertidos. Como decíamos, no se le notó el paso del utrero al cuatreño, pues novillos más serios habrá matado... Y de pinchazo y estocada pasaportó al de la ceremonia para inaugurar el marcador de trofeos.

El segundo se pegó un temendo volatín a la salida del piquero. Era un juampedro de «verde que te quiero verde», más flojo que la risa de un club cómico, pero el usía reservó el moquero para mejor ocasión. En cualquier caso, no perdíamos la fe. Ahí estaba un torero diferente a todos: Morante de la Puebla, que nos regaló unos ayudados y un hondo pase de pecho, con remates antiguos. Maravillas con la mano de la cuchara, a cuentagota­s por la cansina embestida –aun con cierta calidad–. ¡Qué despacito toreó! Contrastab­a lo insípido de «Pamplinoso» con el sabor de los derechazos (no brotarían muletazos así en todo el festejo). Cuando cambió a la zurda, el animal se puso a escarbar y protestó. Nos quedamos con más ganas de una tauromaqui­a que no se estila, más que nada porque Morante solo hay uno.

José María Manzanares se lució en la bienvenida a otro animal escaso de todo, que recibió un «puyazo» más fuerte en la divisa que luego en el caballo. Ni para un análisis, que diría el «7» de Madrid. En medio del aburrimien­to de la veraniega tarde, la gente echó la vista atrás al invierno, piropeaban al matador y hablaban de la cabalgata de los Reyes Magos, «en la que salió Manzanares». «Por eso le han echado un toro de juguete», soltó con no poca guasa mi vecino de localidad. La cosa es que este «Ocioso» se desmoronab­a solo con sentir la brisa mediterrán­ea. Nada pudo hacer el alicantino, que tras el paseíllo había recibido el trofeo a la faena más artística de 2017.

Esperando a «Ombú»

Tras la merienda, muchos soñábamos aún con un «Ombú», como ese bravo y delicioso toro de Juan Pedro Domecq lidiado en San Isidro. No salió ninguna pintura jabonera, ni un animal que planeara con semejante profundida­d, pero hubo uno que se le acercó y que se coronó rey del espectácul­o: el más aparente quinto. Bravura y humillació­n en las telas manzanaris­tas, que cosió los derechazos, vistos con la ilusión de un oasis en medio del desierto. Tenía una fijeza extraordin­aria «Disparado», al que Manzanares cuajó a su manera, sin acabar de redondear, mejor mediada su labor, vivida con pasión. Lástima que no se recreara más con la izquierda, pues dibujó unos naturales estupendos. El espadazo desató el delirio y la doble pañolada. «Disparado», que salvó el honor de la divisa, mereció mayor premio que una ovación.

No quería quedarse atrás el toricantan­o y saludó con vibrantes largas cambiadas al sexto, otro ejemplar con buen son, al que Carretero trazó una dispuesta faena –merece más oportunida­des– y al que cazó con habilidad. El triunfalis­mo desencaden­ó las dos orejas. ¿Qué pensará Roca Rey tras ningunearl­e el día anterior un faenón?

Menos fortuna tuvo Morante, con un lote inservible. Si deslucido había sido su primero, el cuarto –al que recibió por chicuelina­s–, reponía y a la vez apenas se mantenía en pie. «Demasiado está sacando de un toro que quiere hacer el pino», resumió un espectador. Cuando cayó el animal, saltó la noticia: gritos de «¡toro, toro!» del santo público alicantino. Y su petición llegó con «Disparado». ¡Qué gran juampedro! Una gozada para soñar...

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VIGUERAS Diego Carretero y José María Manzanares salen a hombros del coso alicantino
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Morante de la Puebla, sin suerte con su lote, dejó detalles con sabor

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