ALANCEANDO MUERTOS
Han empezado por donde no encuentran resistencia. ¿Quién defiende hoy el franquismo?
¿CÓMO pueden alegrarse algunos políticos españoles de que la Justicia alemana autorice la extradición de Puigdemont por malversación, no por rebelión y sedición? ¿No se dan cuenta de que significaría admitir que no cometió esos delitos? Y si se dan cuenta, peor: son sus cómplices. En tales condiciones, pueden quedarse con él hasta el final de sus días. Los delitos tienen que determinarlos los tribunales españoles, no los alemanes. Aunque ¿puede extrañar con Pedro Sánchez dispuesto a finiquitar el franquismo, en el 79 aniversario del famoso parte «Cautivo y desarmado…» y, si Franco resucitara, volvería rápidamente a la tumba?
La victoria de Sánchez pretende ser tan total como ejemplar. Imagino que le encantaría poder decir, como Azaña, «España ha dejado de ser católica» y verla convertida en la república plurinacional, o incluso pluriestatal, que sueñan todos cuantos la ven como un «error histórico», como una anomalía entre las naciones y los pueblos. Pero aún no se atreve. Antes, tiene que hacer el vuelco que prepara con tanta celeridad como empeño con sus aliados. Les corre prisa, mucha prisa. Vienen intentándolo desde hace siglos y saben que ésta es su oportunidad, posiblemente la última. El PP se encuentra sin líder, Ciudadanos no tiene aún masa crítica a nivel nacional para hacerles frente. El PSOE ha dejado de ser español, y los españoles, hartos de los políticos, sólo piensan en las vacaciones tras la peor crisis de las últimas décadas. Mientras que los enemigos de la España tradicional están crecidos. Los secesionistas sobre todo, que ven convertirse en victorias sus derrotas y creen tener el mejor aliado en La Moncloa, al que Pablo Iglesias está dispuesto a servir de asistente, sabiendo que será el vencedor, al imponerse siempre en la izquierda el más radical. Además, tienen amarradas RTVE y el CIS, y ya saben lo que decía Camba; «con un millón de pesetas y las encuestas, soy capaz de hacer de Leganés una nación».
Han empezado por donde no encuentran resistencia. ¿Quién defiende hoy el franquismo, sus símbolos, sus nombres, sus monumentos? Eso es «alancear muertos» en esta «tierra de garbanzos» como se la llamaba, si no ha dejado de ser políticamente correcto. De ahí, pasarán a la educación. ¿Qué estudiantes se opondrán a eliminar las reválidas? En cuanto a sustituir la Formación del Espíritu Nacional por uno «antinacional», ¿que más da? Añádanle que ni siquiera aluden a la Formación Profesional, clave en nuestro mundo, lo que traerá generaciones sin otro futuro que el que quieran darles. Más difíciles serán los jueces, así que han empezado recortándoles la capacidad de interpretar las leyes, y ya tendrán ocasión de cortarles las puñetas cuando los elijan, como prescribe el borrador de constitución catalana. La economía, de libro: más gasto y más impuestos. «El dinero público no es de nadie», dijo en su día la hoy vicepresidenta. España, parece que también. Es suya, especialmente de los que no se sienten españoles.
Si de algo sirviera, les recomendaría leer las memorias de Azaña. Pero temo la pregunta: ¿Quién era Azaña?