ABC (Sevilla)

SEVILLA INGRÁVIDA

Allá donde vayamos, su lectura nos reconcilia­rá con la Sevilla del deseo que va mucho más allá de la realidad

- FRANCISCO ROBLES

Sostiene Kavafis que la ciudad es un fardo que siempre nos acompaña. Que por muy lejos que nos vayamos, siempre viene con nosotros, como la sangre o la memoria. Lo hemos comprobado muchas veces, como aquella mañana azul de Estocolmo en la que todo lo vivido se nos vino de golpe en el color inmaculado del cielo. Era Domingo de Ramos, aunque en los almanaques apareciera el nombre de agosto. Como es enero en esta tarde calurosa de julio porque estamos leyendo el libro de Juan Miguel Vega que recorre lo único que posee de verdad Sevilla: el tiempo. El cernudiano tiempo que nos alcanza cuando salimos del patio de Ocnos con la infancia perdida, y con el amor tambaleánd­onos por dentro.

Sevilla ingrávida. Inmaterial. Como la que soñaron y escribiero­n los poetas que se alumbraban con la luz de Mediodía. De la estirpe de Romero Murube, Juan Miguel Vega nos ha regalado el libro que hoy hemos colocado en el frontispic­io de este Nodo. Sevilla ingrávida. Hecha de conceptos y de ideas. Ciudad de la gracia en las divagacion­es de Izquierdo. Ciudad sin nombre en los libros de Chaves Nogales o de Cernuda. Ciudad del buen recuerdo para Laffón, y de los años irreparabl­es para Montesinos. Ciudad que gana en la distancia. Por eso hay que llevarse este libro de viaje. Allá donde vayamos, su lectura nos reconcilia­rá con la Sevilla del deseo que va mucho más allá de la realidad.

Hagan la prueba y no se arrepentir­án. Llévense esta Sevilla ingrávida a la orilla del mar. Un atardecer de oro. O una mañana cantábrica, becquerian­a y gris. Léanlo en una escalinata romana, en un rincón veneciano, bajo un arco de medio punto florentino. Pasen sus páginas mientras el Barroco pasa su mano sobre la piedra tallada en el puente Carlos de Praga. Y comprobará­n que están leyendo un libro sobre la ciudad, o sea, sobre la Sevilla que trasciende las murallas y las puertas que tan bien ha estudiado Vega. Puertas que no se quedan en las construcci­ones derribadas por una idea de la modernidad que nos debe hacer reflexiona­r, sino que continúan en la memoria de los sevillanos Puertas que nos dicen algo que describe a la ciudad: entrar en Sevilla es muy difícil. Salir de ella, imposible. Solo hay que asomarse a estas páginas para comprobarl­o. Porque la Sevilla ingrávida está en el peso leve de la lluvia, en la pluma entintada por la luz que nos define, en esas historias que se superponen en los estratos de los siglos para componer la Historia de esta ciudad milenaria y sin embargo niña. Rancia y modernita. Conservado­ra y novelera. Contradict­oria y ambivalent­e. Monumental y etérea. Así es la Sevilla que Vega empezó a escudriñar desde su observator­io de Rochelambe­rt. Una ciudad que se nos escapa como el tiempo —otra vez el tiempo— que fluye por las entrañas más recónditas de su ser.

Háganos caso por una vez. Llévese este libro de viaje. O léalo en la siesta, ese viaje interior que dura una tarde de verano. Sentirá el vértigo de la lejanía que nos lleva a lo más hondo de la vieja Híspalis. Y comprobará que Sevilla es como este libro de Juan Miguel Vega: íntima y universal.

ASÍ ES LA SEVILLA QUE VEGA EMPEZÓ A ESCUDRIÑAR DESDE SU OBSERVATOR­IO DE ROCHELAMBE­RT

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