LOS DESPRECIOS DE TRUMP A EUROPA
SI un dirigente extranjero llega a un país diciendo en público cosas que dinamitan la acción política del Gobierno local y se permite, además, nombrar a quien le gustaría ver como primer ministro sólo se puede considerar como una injerencia inaceptable, un gesto más que preocupante por lo que revela de su ignorancia de las más elementales reglas del comportamiento de un responsable político. Y si a las pocas horas dice lo contrario con la misma vehemencia, con la intención de restar importancia a lo anterior, solo se puede deducir que se trata de una persona en la que es muy difícil confiar y de la que se puede esperar cualquier cosa.
El presidente norteamericano, Donald Trump, tenía una clara misión en esta visita que realiza a Europa: ratificar los cimientos de la proyección exterior norteamericana basada en la defensa de los principios liberales, que han dado estabilidad y progreso a Occidente durante más de medio siglo. Por ahora se ha comportado como un alborotador en la reunión de la OTAN, organización a la que ha puesto a los pies de los caballos, y ha tratado a los británicos –autoridades incluidas– con un desprecio irreverente, como una etapa incómoda que solo le interesaba como escenario para descansar el fin de semana. El desgaste al que somete a las instituciones y convenciones políticas, incluyendo las de su propio país, es preocupante. Falta ver qué sucederá en la reunión del lunes con el autócrata ruso Vladímir Putin, aunque teniendo en cuenta los últimos precedentes hay razones para temer que el representante de la mayor democracia del mundo acabe dándose la mano cordialmente con el principal interesado en desestabilizar a Europa, sin hacerle el menor reproche. Y, por desgracia, de Trump se puede esperar cualquier cosa.