De la proeza al chasco
Nadal roza otra genial remontada, pero cae ante un gran Djokovic en un quinto set agónico
Pocas rivalidades son tan emocionales como la que protagonizan Rafael Nadal y Novak Djokovic. Dos jugadores eléctricos en sus golpes y sus celebraciones, pasionales en sus victorias y en sus derrotas, admirables y admirados por su respeto hacia el deporte y hacia el rival. En la segunda parte de su semifinal de Wimbledon, aplazada la primera por la norma de no jugar más allá de las once de la noche, regalaron otro espectáculo de pura adrenalina, alargado el encuentro hasta las dos horas y cuarto (cinco horas y cuarto en total) porque también comparten la misma ambición.
Pero fue Djokovic quien demostró que ya está preparado para cualquier reto, incluso la dura prueba que siempre significa Nadal, en cualquier superficie, en todas las ocasiones. El español cedió su saque una única vez, en el decimoctavo juego, con un gráfico resbalón que le impidió alargar el quinto set y las esperanzas de su tercer título en Wimbledon. Y es el serbio quien juega hoy la final ante Kevin Anderson (15.00 horas, Movistar Deportes 2), tras ofrecer otra lección de reconstrucción interior y exterior. Djokovic ruge fuerte de nuevo.
Nadal tuvo catorce horas para repensar el partido. Se fue a dormir con dos parciales a uno en contra y con el recuerdo de tres opciones de set desaprovechadas cuando ya Wimbledon cerraba las puertas. Por eso, en la reanudación, con la pista central cerrada a pesar de que más allá del techo había 28 grados y un sol radiante, salió con la estrategia y la convicción en la mirada. No podía escatimar ni esfuerzos ni especular con cómo se había levantado su rival.
Encendido desde el inicio, olvidándose de que las condiciones bajo techo volvían a ser más molestas para él, una mariposa le perturbó un instante antes de su primer saque. Intentó que el animal saliera de la zona de peligro. Porque a partir de su primer golpe, fue un duelo al todo o nada. Dieciséis minutos duró el primer juego, con Nadal salvando dos bolas de break y celebrando el éxito con rugidos que resonaban en la abarrotada grada.
Disipado el peligro, se mostró más seguro que Djokovic, a quien arrebató el primer break del encuentro y confirmó otra vez en blanco. El serbio, en apariencia más apagado que la noche anterior, sin esos ojos desorbitados que luce cuando huele la sangre del rival, apretó los dientes para recuperar la desventaja, pero Nadal se había levantado con más bríos obligado también por las circunstancias de tener que ganarlo todo si quería el puesto en la final. Puños al cielo y saltos para confirmar una segunda rotura y el set que alargaba sus esperanzas del cuarto título.
Resbalón
El pulso entró en una dinámica de corazón en un puño y resoplidos de alivio, en un quinto set definitivo tan igualado todo que ambos sumaron 73 golpes ganadores y 42 errores no forzados. En cada juego había opciones de ganar y de perder, con bolas de break que salvaba uno y otro sin que nadie osara apostar por un ganador. Porque era Nadal quien soltaba dentelladas de furia, desatado el balear cuando las cosas se complicaron para sacar la mano y solventar el peligro con grandes saques. Pero era el serbio quien mantuvo la calma. «No estoy siempre calmado, tuve arrebatos de emoción en ambas partes del encuentro. Estás jugando a tan alto nivel, con el que quizá es el rival más grande de mi carrera y hay muchas emociones en juego, y tienes que seguir adelante».
Al balear le perjudicó en exceso tener el segundo turno de saque, siempre a remolque de lo que hacía el serbio y con la tensión de que cualquier error con su servicio significaba la derrota. Tuvo opciones para agarrar el break, pero su rival aguantó merced a un saque que le otorga tranquilidad y un revés que vuelve a ser maravilloso de ver y una amenaza.
Cuando ya se habían cumplido las dos horas, Nadal concedió la primera bola de partido, que solventó con nervios de acero con una dejada impecable. Pero en el límite de las fuerzas, el balear resbaló de forma emocional, tenística y gráficamente. Concedió un 0-40 que Djokovic aprovechó a la segunda, con Nadal en el suelo incapaz de recobrarse a tiempo para alargar las esperanzas. Caído en la hierba vio cómo Djokovic confirmaba su reconstrucción completa. En la final de Wimbledon por quinta vez en su carrera, y quince meses después de la última en un Grand Slam, US Open 2016. «Después de tanto tiempo pasando obstáculos, es algo increíble. Estos son los partidos que quieres vivir y por los que trabajas tanto». Djokovic vuelve a ser Djokovic. A pesar de un gran Nadal.