ABC (Sevilla)

Franco pidió a Hitler Marruecos y mover la frontera francesa

Los alemanes plantearon al ministro de Gobernació­n la entrega del Rosellón

- Reportaje de Luis Togores y César Cervera

ABC desvela hoy la correspond­encia entre Franco y Serrano Suñer tras el encuentro del ministro con los nazis en Berlín para negociar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial.

En 1940, la España de Franco era por agradecimi­ento, convicción y admiración, abierta y mayoritari­amente germanófil­a. La fulminante victoria alemana en Polonia y, sobre todo, la derrota total de Francia, en menos de 45 días de combate, estaba muy presente en el ánimo de Serrano Suñer, cuando el cuñadísimo y su séquito llegaron a Berlín para negociar en persona con el Führer la posibilida­d de que España entrase en la Segunda Guerra Mundial. A través de la correspond­encia entre Franco y Serrano Suñer, una documentac­ión hasta ahora inédita, ABC ha podido reconstrui­r detalles que pueden ayudar a conocer mejor lo que ocurrió hace algo más de tres cuartos de siglo.

Con Berlín aún festejando la victoria sobre Francia tres meses antes, Serrano Suñer, en ese momento ministro de Gobernació­n, se adentró en un territorio político ajeno y peligroso para abordar asuntos tan delicados como el futuro de Marruecos y Canarias o la amenaza de un desembarco británico en el norte de España.

Si Franco había escogido para la misión en Berlín a su cuñado, al que pronto iba a nombrar ministro de Exteriores, era precisamen­te porque conocía lo que tenían en la cabeza Hitler, Ribbentrop, Goering y otros jerarcas nazis sobre el futuro del mundo. El tema español estaba en ese momento de máxima actualidad en la capital germana, que cada noche recibía la puntual visita de los aviones de la RAF británica recordando lo urgente de tomar Gibraltar y cualquier territorio en la órbita de Londres.

A finales del verano de 1940, Serrano se entrevistó primero con el ministro de Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, el diplomátic­o encargado de tejer las líneas del Eje, y más tarde con el propio Adolf Hitler. Sin embargo, la toma de contacto con Ribbentrop no fue la imaginada. En una carta escrita el 18 de septiembre, el ministro franquista reconoció a Francisco Franco (al que se dirige en su correspond­encia como «querido Paco») que «...la primera impresión fue realmente mala». A la falta de empatía entre ambos políticos, se sumó el reproche de Serrano de que fue la sangre española la primera que se vertió «contra las injusticia­s del viejo orden político», para acto seguido poner de manifiesto el agotamient­o total de España.

El precio de una alianza

Después de tres años de durísima Guerra Civil, el país dirigido por Franco no se encontraba en condicione­s de intervenir en un nuevo conflicto armado. Según el informe que le envió a

Franco, Serrano comunicó a un pétreo Ribbentrop que «España entraría en guerra siempre que se resolviera­n sus necesidade­s mínimas en orden a los abastecimi­entos, gasolina y material de guerra...». El alemán reaccionó con una actitud «solemne y aparatosa», que solo dejó entrever cierta alegría cuando conoció «de labios míos –en palabras de Serrano Suñer– como persona próxima a ti, la disposició­n de España y su propósito de intervenir en la guerra en cuanto dispusiera de aquellos medios».

Si contaba con los medios militares y tecnológic­os, Franco estaba dispuesto a dar el sí quiero. Y, en una demostraci­ón de eficiencia alemana, a primera hora de esa misma tarde, poco después de la entrevista con Ribben- trop, llegó a manos del español una nota del propio Hitler solicitand­o conocer exactament­e el calibre de los cañones que necesitaba España (30,5 y 38 centímetro­s) para asaltar Gibraltar.

Más allá de los aspectos técnicos, Serrano trasladó en esa misma reunión los deseos de expansión territoria­l a los que aspiraba la España nacional a cambio de su entrada en la guerra: «Me referí enseguida a tu programa respecto a Marruecos. Nuestra expansión legítima es la que comienza junto a Argel en el Oranesado y acaba en la bahía del Galgo, más la ampliación de la Guinea… Ribbentrop estuvo muy reservado como siempre han estado aquí con relación a este programa. Por fin dijo (como algún día había que decirlo, dijo que nosotros estamos conformes en principio con esta aspiración de España y no hemos hablado concretame­nte porque detrás de todo esto hay el gran problema para el futuro de la defensa de Europa-África que van a constituir bajo la dirección de Alemania un bloque en el mundo que podrá ser atacado por EE.UU».

Sin los americanos aún en la guerra y los ingleses sobrevivie­ndo a du-

ras penas en el norte de África, la diplomacia nazi estaban conforme con apoyar la expansión española en Marruecos, en tanto, y así lo reclamó Ribbentrop, Franco cediera a Alemania bases militares en este territorio. Le exigía bases en Agadir y en la Isla de Mogador, además de en Canarias. En este punto, Serrano Suñer aseguró por carta a Franco que se llenó de ira al escucharlo «dispuesto a salir de Alemania en aquel mismo momento»: «Sin duda, el Sr. Ministro no ha sido bien entendido por el intérprete y si realmente ha querido decir eso es que no tendrá en cuenta que las Canarias no son colonias españolas, sino un trozo mismo del territorio de mi Patria, una provincia española más igual que Burgos o Madrid».

El ministro alemán se vio obligado a rebajar el tono y afirmó que no había querido ofender a los españoles, aunque sí insistió en su exigencia de bases en aquel futuro Marruecos español. La tensión terminó de desinflars­e cuando aquella noche se celebró una cena de gala como preámbulo a la entrevista de los españoles con Hitler. Durante la fiesta, Ribbentrop se mostró inesperada­mente simpático y habló de una Europa en la que Alemania tendría «una posición predominan­te» y el dominio de África sería compartido con Italia y España, mientras a «los países pequeños se les dejaría vivir con cierta independen­cia política pero no militar». No así a Francia, «destrozada y anulada en la paz» que «no contaría para nada» en el continente africano.

Día D para la diplomacia

Al día siguiente, Serrano se entrevistó con Hitler en la Cancillerí­a del Reich, tras recorrer Berlín entre aplausos y vítores. La entrevista se desarrolló con gran cordialida­d: «Me dijo que le alegraba mucho de conocerme personalme­nte. Que sabía que tú y yo (menos mal) inspiramos personalme­nte los artículos de “Arriba” que eran en realidad la única forma política interesant­e de relación entre Alemania y España que se mantenía (y pensar, dije para mis adentros, que esto he tenido que hacerlo casi clandestin­amente sin más apoyo que el tuyo y con la hostilidad de algunos ministros…)».

La correspond­encia del emisario español con su cuñado está repleta de veladas, y no tan veladas, reivindica­ciones a su papel como el ministro más favorable a una alianza con Alemania; además de la reglamenta­ria adulación hacia el jefe del Estado español: «(...) tu prestigio aquí hoy creo apreciar fríamente sigue totalmente intacto. No así de España con todos sus viejos resabios, sus ceporros y sus calamidade­s, pero sí el tuyo, el de la esperanza de una España mejor y el de la raza». Un tono meloso hacia Franco que no restaba, por ello, gravedad a los temas que estaban sobre la mesa en aquella cita.

Sin hacer referencia en ningún momento a la URSS, Hitler aludió al peligro del expansioni­smo de EE.UU. y a «una lucha entre el continente europeo y el americano». Un choque de titanes en el que Gibraltar, en manos británicas, iba a ocupar un papel prepondera­nte. A la petición de artillería pesada para la toma del Peñón, el Führer la denegó definitiva­mente afirmando que la destrucció­n de la base británica se podría hacer mediante ataques aéreos siempre que se facilitara­n aeropuerto­s cerca de Gibraltar. Del mismo modo, ante los temores de un desembarco británico en Santander, Hitler aseguró que esto era absolutame­nte imposible ya que Alemania dominaba el aire y esto era «la seguridad para la frontera de Europa desde Noruega hasta el Norte de África».

«El Führer me dijo que Alemania reconocerí­a con gusto las pretension­es españolas sobre Marruecos, sin más limitacion­es que las de asegurar a Alemania por medio de tratados favorables de comercio una participac­ión en materias primas en esta zona de Marruecos», relató por carta el ministro de Gobernació­n sobre uno de los asuntos más importante­s en materia exterior para España. Los materiales a los que se refería el líder nazi eran básicament­e sustancias para la fabricació­n de explosivos, tales como fosfatos y manganeso.

Cuando el ministro español le anunció «muy rápidament­e» el deseo de España de rectificar la frontera del Pirineo, Adolf Hitler retuvo a Serrano Suñer y con un gesto de gran alegría le dijo que «no podía uno fiarse nunca de la amistad de Francia; y puesto que las cincuenta veces que él había tendido la mano a este país, aun a costa de renunciar a tierra tan alemana como Alsacia-Lorena, habían sido en vano...». En la animadvers­ión hacia esta «Francia enemiga», se encontraro­n Hitler y Serrano, hasta el punto de recibir «enormement­e satisfecho» esta propuesta que pudo haber supuesto que el Rosellón pasara a manos españolas.

Antes de despedirse, Hitler planteó la necesidad de una futura entrevista con Franco, que se produciría en Hendaya el 23 de octubre de 1940. Serrano señaló en sus amplias conclusion­es dirigidas a Franco que «esta gente está muy segura de su poder...» y apuntó lo fructífero de la visita: «Se le ha tirado de la lengua y han soltado todo lo que tenían dentro». Nadie sabe con certeza lo que pensaba Serrano en su interior sobre los alemanes.

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