Nadal también gana en la derrota
Queda, igualmente, un domingo precioso, con las bicicletas del Tour de Francia sorteando los adoquines camino a Roubaix –eso a lo que llaman el infierno del Norte por su innegociable dureza–, con las selecciones de Francia y Croacia buscando una estrella en Moscú que España perdió de vista hace ya demasiado tiempo en este Mundial atípico, y con las motos de Marc Márquez, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa y compañía batallando en el asfalto de Sachsenring. Los domingos, de siempre, son para el deporte, pero también es verdad que son menos bonitos si no está Rafael Nadal, al que se le reservaban la portada y las páginas nobles del diario porque tenía su tercer Wimbledon a un pasito, más cerca que nunca de reinar de nuevo en la hierba.
Ayer, en una pelea estupenda contra Novak Djokovic dividida en dos capítulos por las oxidadas tradiciones del sibarita torneo británico (empezó el
viernes por la noche y terminó el sábado a la hora de la siesta porque no se puede jugar más allá de las 23 horas, no sea que los vecinos se vayan a molestar), se despidió de Londres con la Catedral puesta en pie, reconociendo que ahí, que en esa figura descomunal que ya cuenta 32 años, hay un campeón irrepetible que jamás defrauda. Tampoco lo hizo esta vez.
Al español se le complicó el fin de semana al comprobar que Djokovic, su enemigo más íntimo, el que más le ha herido en toda su carrera (27 victorias para el serbio en 52 entregas de esta rivalidad), vuelve a dar miedo, tanto que hoy es el claro favorito en la final ante el gigantón Anderson. Nadal está curado de espantos, pero ahí tiene otro motivo para seguir dejándose el alma en cada entrenamiento, para buscar la perfección, para ser, en definitiva, lo que siempre ha sido Nadal. Con dos sets a uno en contra, el número uno retomó el pulso como un ciclón y estuvo a punto de firmar otra remontada memorable, pero se le escurrió la gloria después de cinco horas y cuarto de un partido para recordar (6-4, 3-6, 7-6 (9), 3-6 y 10-8), otro más. «No tenía mucho más dentro de mí. Di lo mejor, y eso es todo», dijo. Eso es todo, sí, y con eso basta. Porque Nadal gana hasta cuando pierde.