ABC (Sevilla)

Los Jabalíes Salvajes ganan en la cueva el partido de sus vidas

Los niños de Tailandia y su monitor serán dados de alta la próxima semana

- PABLO M. DÍEZ MAE SAI (TAILANDIA)

Sin haber dejado atrás aún los dulces días de la infancia y la adolescenc­ia, ya han sufrido más que la mayoría en toda su vida. El angustioso rescate de los doce niños atrapados con su entrenador de fútbol en una cueva de Tailandia es el último capítulo, con final feliz esta vez, de una dura existencia marcada por la fatalidad.

A sus 25 años, el monitor, Ekkapol Chantawong, es huérfano desde los diez, cuando su padre murió solo tres años después de que una enfermedad se llevara también a su madre y a su hermano pequeño. Internado a los once años en un monasterio budista, segurament­e el único lugar donde podía asegurarse la subsistenc­ia, fue novicio hasta los 21. A pesar de colgar la túnica azafrán, siguió viviendo en un templo donde ayudaba a los monjes y se unió a su mentor, el entrenador Nop, para formar a un equipo de fútbol juvenil: los Jabalíes Salvajes de Mae Sai, al norte de Tailandia en plena frontera con la vecina Birmania.

Con edades comprendid­as entre los 11 y 16 años, allí juegan los doce muchachos con los que Ek se quedó encerrado en la caverna de Tham Luang el pasado Wongsukcha­n, uno de los rescatados, habla por videoconfe­rencia 23 de junio, cuando una repentina tormenta la inundó impidiéndo­les la salida. Cobijados en una gruta a 600 metros de profundida­d y cinco kilómetros de la salida, se pasaron diez días casi sin comida hasta que los hallaron dos buzos británicos.

«No incumplier­on las normas porque los carteles de peligro recomendab­an no entrar en la cueva de julio a noviembre, durante las lluvias del monzón, pero tememos que pueda tener problemas», explican a ABC sus dos tías adoptivas, Anporn Sriwichai y Tham Guntawongs­e, madre del entrenador Nop. Con una amplia sonrisa iluminándo­les el rostro por el éxito del rescate, atribuyen con orgullo la superviven­cia de los niños a Ek, quien «racionó la comida dándoles su parte y les enseñó a ahorrar sus fuerzas y a calmarse meditando». Pero, con humildad, insisten en que «no es un héroe, solo hizo lo que debía».

Tal y como recuerda Anporn Sriwichai, «se ha hablado mucho de por qué entraron en la cueva, si fue para celebrar el cumpleaños de uno de los niños o por otro motivo, pero lo único que quería Ek es que fueran fuertes física y mentalment­e y hacer algo divertido». Una filosofía que les había llevado a explorar otras veces las entrañas de Tham Luang y que, en esta ocasión, casi les cuesta la vida.

Etnias birmanas

Tras su arriesgado rescate a través de un oscuro laberinto de grutas estrechísi­mas, algunas inundadas, el entrenador y los niños se recuperan en el hospital de la capital provincial, Chiang Rai. En un vídeo grabado por las autoridade­s, donde se les ve en sus camas del hospital con el rostro tapado por una mascarilla quirúrgica, uno a uno van dando las gracias por haber sido salvados. «Estoy bien y quiero comer arroz con cerdo a la parrilla», dice Pipat Pothi, de 15 años, mientras Dul dice preferir el pollo frito del KFC y enseña los dibujos que ha pintado de sus amigos. Al no haber contraído ninguna infección en la cueva y encontrars­e bien de salud, el ministro de Salud tailandés, Piyasakol Sakolsatay­adorn, anunció ayer que todos ellos serán dados de alta la próxima semana, según informa Reuters.

Protagonis­tas de un drama emitido en directo que ha tenido a todo el planeta con el corazón en un puño, a Ek y al equipo de fútbol de los Jabalíes Salvajes les aguarda el regreso a su vida cotidiana. Pertenecie­ntes a distintas etnias de la convulsa Birmania, forman parte del casi medio millón de refugiados que se mueven en la sombra de la alegalidad en este país.

El otro caso que más ha llamado la atención mediática es el de Adul Samon, de 14 años. Huido desde los seis del Estado Wa, una zona birmana controlada por una guerrilla que se financia con el opio del Triángulo Dorado y recluta a niños soldado, Adul fue quien habló en inglés con los buzos

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EFE
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