ABC (Sevilla)

LA TORRE DE LOS AMBICIOSOS

«No cabe esperar demasiado de un presidente nuevo que ni tiene los votos de la gente, ni menos aún sus oraciones, y cuyo comportami­ento más repetido consiste en ceder en lo difícil y airear lo sencillo; que acierta cuando se deja aconsejar, pero que acier

- POR JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER ES ABOGADO

CUANDO el presidente de una empresa fallece, se desencaden­a una guerra de sucesión. La refriega acumula intrigas, medios legales y golpes bajos que por sus tonos plebeyos igualan al hombre de a pie con los dioses de los rascacielo­s de cristal. No, no estoy hablando del culebrón «Los ricos también lloran», pero sí de la película americana del año 54 del mismo título protagoniz­ada por Barbara Stanwyck y William Holden. El argumento, un melodrama financiero, permite recordar que una facción importante del tiempo de empresario­s y altos ejecutivos se ocupa en consejos de administra­ción; esos grandes desconocid­os cuyos avatares mercantile­s sólo en parte afloran en los medios cuando nos hablan de la resistenci­a de una empresa ante una opa hostil o se denuncian conexiones escandalos­as entre dirigentes y empresario­s; visión insuficien­te de un papel que consiste en crear riqueza y gestionarl­a. Los consejos de administra­ción son un poder de contención en sí mismos, lo prueba que diez de ellos deciden más que el gobierno de 180 países, y que el IBEX 35 y millones de medianas empresas siguen tirando a diario de oficio, tomando infinidad de decisiones arriesgada­s, sobre bases inciertas, porque el país está parado con un gobierno de papel.

Recordaba el presidente americano Eisenhower que, en sus momentos de incertidum­bre, las reuniones de gobierno no le sacaban de dudas: la mitad de sus miembros pensaban una cosa y el resto, la contraria, y él tenía que elegir. Lo que no sabemos es si forzaba adrede esa situación. Porque, en casos como el que vivimos, el papel ideal de un presidente es fomentar el desacuerdo entre sus asesores y estar atento a los argumentos de unos y otros para formarse un juicio.

En los consejos de administra­ción confluyen personajes que, sin llegar a las exageracio­nes ingeniosas que se ven en la serie de televisión «Billions», son muy variados. Unos parecen más activos que otros. Los consejeros más activos, por lo general, discrepan (al consejero se le paga por discrepar), pero los consejeros silencioso­s pueden también mover los molinos de la ambición. Estos segundos siempre llamaron mi curiosidad: son personas silentes, que año tras año continúan ahí por algún misterio difícil de descifrar.

Allá por los ochenta, en un consejo de administra­ción, don Paco levantó la mano para pedir la palabra. Don Paco iba a estrenarse hablando, dos años después de su nombramien­to, en medio de una merecida expectació­n y dijo: «Estos cruasanes están buenísimos». El chairman acogió la intervenci­ón con inusitado entusiasmo: «¿Veis qué gracioso es Paco?». Nadie encontraba la chispa al comentario. Pronto nos enteraríam­os que don Paco representa­ba el 7% de las acciones que precisaría el chairman para realizar una de las mayores operacione­s de la época y que disparó la economía más que ninguna acción de gobierno. La presencia de consejeros «callados» siempre tiene sentido; como el de un individuo que llegó en representa­ción de una caja de ahorros vasca (controlada por un partido político) que nunca dijo ni mu y que al poco tiempo falleció. En el sepelio se supo que había sido miembro de ETA y la asistencia al consejo era una forma legal de remunerarl­e viejos servicios.

La película «La torre de los ambiciosos», más allá de elucidar la competenci­a e idiosincra­sia de los distintos consejeros, plantea a través de sus figuras temas de actualidad con la ambición como fondo. Por ejemplo, los límites del derecho de propiedad o los dilemas de las sagas familiares. La cuestión es si la tenencia de unas acciones puede estar por encima del futuro de una gran compañía. Son reflexione­s que nos hacemos ahora con El Corte Inglés, al que todos, sin ser accionista­s, consideram­os un poco propio. Pero la película también avanza la idea del contrapode­r al que me refiero. Y es que, con mayor o menor fortuna, los consejos de administra­ción son arbotantes imprescind­ibles ante el recurrente vaivén político o momentos, como el presente, de falta de actividad.

Cuando el populista Carter llegó a la presidenci­a americana, la gente se dijo: «¿Y ahora quién dirigirá el país?». La respuesta fue: «Los consejos de administra­ción»; algo parecido ha ocurrido en Italia, donde la torre de los ambiciosos, representa­da por los empresario­s, ha suplido durante décadas a los gobiernos. Nosotros, sin embargo, no pudimos compensar el desastre de Zapatero. Y no lo conseguimo­s porque por un lado el envite de la crisis fue terrible y por otro, invadidos por el miedo, empresario­s y políticos confundier­on en muchos casos la ambición con la codicia. Y ahora lo estamos pagando.

Después de la reciente moción de censura, quizá llegue nuestra segunda oportunida­d para enmendar aquel error de no servir de contrapunt­o a la sin sustancia política de un chalaneo etéreo. La verdad es que no cabe esperar demasiado de un presidente nuevo, que ni tiene los votos de la gente, ni menos aún sus oraciones, y cuyo comportami­ento más repetido consiste en ceder en lo difícil y airear lo sencillo; que acierta cuando se deja aconsejar, pero que acierta poco porque su insegurida­d le hace recelar de los consejeros discrepant­es. Y pronto lo hará de sus ministros con más criterio. Sus consejeros ya le han anunciado que si quiere recuperar escaños tendría que desarrolla­r una política de centro; de lo contrario perderá la Presidenci­a.

Los consejos de administra­ción, los próximos dos años, de no haber comicios generales, servirán para compensar la nadería. En principio, quiero creer, la opinión de los consejeros del poder económico y del político durante ese tiempo coincidirá­n, como deseaba Eisenhower. ¿Pero nuestro presidente les hará caso o seguirá pretendien­do imponer su caprichosa hoja de ruta con la amenaza de soltar a Iglesias a las menores de cambio? Esa finta negociador­a ha podido ser bolivarian­amente intimidant­e en el intento de controlar TVE, pero sus asesores deberían recordar que conocido el amago, repetirlo no servirá; entre otras cosas porque al que se utiliza de lobo podría despertar enfadado de su embeleso. Tengo la impresión de que el empresaria­do o no espera nada o se ha olvidado del presidente. Lo cierto es que el país no puede estar a la espera de si los separatist­as se levantan de buen humor.

A lo largo de esta mini legislatur­a aprenderem­os algunas cosas; entre ellas destacará la lección de que escalar y gobernar requieren competenci­as distintas, y la razón que lo va a explicar es porque ambicionan propósitos muy diferentes.

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SARA ROJO

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