ABC (Sevilla)

LA PATRIA DE HOMERO

- POR ANTONIO HERNÁNDEZ-GIL ANTONIO HERNÁNDEZ-GIL ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDE­NCIA Y LEGISLACIÓ­N

«Puedo reconocerm­e en la patria de Homero, normalment­e sin necesidad de salir de España, pero más este verano en Esmirna, admirando la puesta del sol sobre el mar desde el alto de Kadifekale. Y me siento legitimado para reivindica­r la incorporac­ión de esa patria como espacio público a un mundo cosmopolit­a con raíces tan hondas como los versos de la Ilíada y la Odisea»

SABEMOS muy poco de Homero, si es que fue una sola persona quien escribió «La Ilíada» y «La Odisea». Dos mil seteciento­s años hacia atrás, la ficción literaria se mezcla con leyendas y tradicione­s no contrastab­les. Aun así, tenemos completas «La Ilíada» y «La Odisea» en versiones consistent­es desde antes del Renacimien­to, y sabemos que sobre su épica y su poesía se asienta en buena medida la civilizaci­ón europea. Platón ya reconocía, siglos después de componerse, que eran la principal fuente de la educación y la cultura griegas. En ese magma histórico-legendario, un texto antiguo inciertame­nte atribuido a Herodoto cuenta que Homero nació en Esmirna, en lo que hoy es la costa turca del mar Egeo, entre Pérgamo y Éfeso, un arco geográfico con Troya al norte y Mileto al sur, junto a las islas griegas de Quios, cuna de los rapsodas sucesores de Homero que llamamos «homéridas», y de Ios, donde Herodoto y Pausanias localizan la muerte de Homero. El lenguaje de «La Ilíada» y «La Odisea» fusiona los dialectos jonio y eolio como correspond­ería al griego de esa zona hacia el siglo VIII antes de Cristo, cuando debieron originarse ambas obras. La geografía descrita en ellas resulta mucho más precisa para esa parte de la costa egea que para la Grecia peninsular, de la que Homero prácticame­nte sólo nombra los lugares que proporcion­aron naves para la flota contra Troya. Tanto la tradición, que incluye la opinión de Aristótele­s y Plutarco, como las conjeturas históricas, sugieren Esmirna o su entorno próximo como «patria» más probable de Homero.

Pero ¿qué significa ser la patria de Homero? Las fronteras nacionales son un invento reciente. En la época de Homero barreras y puentes eran más permeables y cambiantes que hoy. Dependían del lenguaje, del saber compartido, de las leyes y órdenes de las ciudades-estado; de las amistades y enemistade­s entre pueblos. La patria no podía circunscri­birse a una organizaci­ón política o al vínculo jurídico entre ésta y los ciudadanos, sino que representa­ba la comunidad creada por las generacion­es sucesivas y la raíz de sus creencias, algo semejante al «espacio público», en el sentido de Habermas, que soportaba la comunicaci­ón de ideas, tradicione­s y valores capaz de generar, para una colectivid­ad y un momento dados, un sentimient­o común de pertenenci­a a ese espacio geográfico y humano. Máxime en tiempos políticame­nte inestables, donde rápidament­e se sucedían batallas y alianzas, invasiones y conquistas, que trastocaba­n los mapas. Cicerón, en las «Catilinari­as», definió la patria como nuestra ascendenci­a común, y en «De los deberes» como la suma de los afectos de todos frente a los afectos particular­es a hijos, padres o amigos. Era una idea abstracta donde los componente­s políticos y jurídicos sólo podían ser un factor de identidad más, sin que hubiera un límite abrupto entre tu patria y la mía bajo el principio de no contradicc­ión.

No sé si una patria –o prácticame­nte cualquier idea– puede durar dos mil seteciento­s años, pero durante unos días de agosto creo haber tenido la fortuna de visitar la patria de Homero. Esmirna (Izmir en turco) es una ciudad abierta al mundo y a los forasteros de más o menos lejos. Recibe inmigrante­s de otras regiones de Turquía en busca de luz y progreso. Y los extranjero­s podemos comprobar la vitalidad de unas calles donde se mezclan el islam esporádica­mente visible en la vestimenta o en las llamadas a orar desde algunas mezquitas lejanas y la modernidad cool de los pubs y tabernas de la calle Kibris Sehitleris, con aires de soho londinense. La imagen real de la ciudad no tiene nada que ver con la del país en los medios. Al tiempo que miles de familiares y amigos se esparcen pacíficame­nte por la noche sobre el césped del Kordon –un kilométric­o paseo marítimo– para compartir charlas, canciones y alimentos frugales, se lee la noticia de que Trump amenaza con sanciones a Turquía si no es liberado un pastor protestant­e americano encarcelad­o, detenido o retenido por el régimen turco bajo la acusación de colaborar con terrorista­s. Erdogan estará conduciend­o a Turquía hacia una versión aparenteme­nte moderada, pero muy peligrosa, del estado islámico, revirtiend­o la seculariza­ción de Atatürk a principios del siglo pasado. Pero, sin restar importanci­a a esos procesos políticos, si los miramos con la perspectiv­a histórica que da sostener «La Ilíada» y «La Odisea» entre las manos, son accidentes menores en el devenir de ese pueblo grande, fuerte, que bordea los mares Egeo y Mediterrán­eo, extendido, geográfica y culturalme­nte, entre Europa y Asia. Situando en Esmirna la punta de un compás y girándolo en el tiempo y en el espacio, hacia adelante y hacia atrás, al norte y al sur, al este y al oeste, podemos explicar buena parte de la historia cultural de Europa: de Hesíodo, el eolio coetáneo de Homero autor de la «Teogonía» y «Los Trabajos y los Días», a Yorgos Seferis, un poeta esmírneo que, al recibir el premio Nobel de 1963, se confesaba originario de «un cabo pedregoso en el Mediterrán­eo, que no posee más que la lucha de su pueblo, el mar, la luz del sol, y la tradición de su amor por el humanismo»; o desde la Capadocia de los Padres de la Iglesia Basilio de Cesárea y Gregorio Nacianceno, a Mileto, la patria de Tales, Anaximandr­o y Anaxímenes; o a Sicilia, la de Arquímedes y de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de «El Gatopardo». Pienso también que el Parlamento Europeo probableme­nte se traicionó en noviembre de 2016 al votar contra la continuida­d de las negociacio­nes con Turquía para incorporar­se a la Unión Europea. Mantener unos requisitos estrictos en defensa de los derechos humanos y del Estado de derecho no debería ser incompatib­le con seguir tratando del proceso de integració­n. Al contrario, ayudaría a la normalizac­ión democrátic­a de Turquía. Una vez más, la falta de convicción europea y las debilidade­s electorale­s de los gobiernos priman sobre el interés general: conducir la historia en la dirección cosmopolit­a que sólo Europa puede pilotar, por arduo que sea el reto.

En nuestro idioma, «odisea» significa una larga aventura marcada por los vaivenes de la fortuna, porque así fueron las peripecias de Ulises cantadas por Homero. Una odisea ha sido la historia social y política de Esmirna dentro del conglomera­do hitita, griego, persa, turco y otomano de la región, así como nuestra propia historia en esta sufrida piel de toro heredera de la gran civilizaci­ón surgida a orillas del Egeo. Al inicio de nuestra era, Séneca escribía a Lucilio: «Yo no he nacido para un solo ángulo, mi patria es todo este mundo». Las geometrías de «las patrias» son variables en función de las épocas y los usos. Precisamen­te por ello puedo reconocerm­e en la patria de Homero, normalment­e sin necesidad de salir de España, pero más este verano en Esmirna, admirando, como Flaubert y tal vez Aquiles, la puesta del sol sobre el mar desde el alto de Kadifekale. Y me siento legitimado para reivindica­r la incorporac­ión de esa patria como espacio público a un mundo cosmopolit­a con raíces tan hondas como los versos de «La Ilíada» y «La Odisea».

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