ABC (Sevilla)

LA TESIS SIN TESIS

La mayoría del tribunal que la calificó «cum laude» no pasaría un filtro de exigencia académica razonable

- IGNACIO CAMACHO

LA tesis de Sánchez no tiene tesis, ni siquiera síntesis. En el sentido literal: carece de innovación, de sustancia, de arquitectu­ra intelectua­l, de profundida­d, y se limita a colecciona­r obviedades. Ya puesto a reproducir documentos y pasajes, podía haber elegido otros más relevantes. (Claro que teniendo en cuenta que la ministra Montón tiró de la Wikipedia en su trabajo de máster, el presidente aún conserva una cierta jerarquía de selección de materiales). Porque copiar, copió, y lo que discuten ahora sus arúspices es si lo hizo mucho o poco: el marco mental del debate se ha reducido a una cuestión de porcentaje­s. Para disminuirl­os emplean bases de datos que no registran los informes gubernamen­tales, de los que el texto se nutre en gran parte. Pero si se adjudica como propias una serie de fuentes, o no las especifica bastante, en términos académicos ese ejercicio no tiene un pase. Cualquier tribunal serio se lo habría echado atrás pero el suyo le dio sobresalie­nte cum laude; lógico si se considera que sus propios miembros tampoco pasarían un filtro de exigencia razonable.

Los articulist­as sabemos mucho de copiar porque a base de hacerlo hemos desarrolla­do toda una técnica. Sobre todo oral: vamos por ahí con el oído aguzado y al primero que se descuide le robamos una idea. Yo mismo lo hago a menudo aunque tengo por costumbre avisar al autor de que voy a hacer uso de ella; normalment­e se resignan y me la prestan. Lo que jamás se me hubiese ocurrido es fusilar en una tesina de licenciatu­ra, que para disgusto de mi maestro Rogelio Reyes Cano dejé a medias. En todo caso, las citas que manejaba en la otra mitad, todas entrecomil­ladas y con su correspond­iente referencia –Reyes no me hubiera dejado hacerlo de otra manera–, eran de Álvarez de Miranda, de Ayala, de Unamuno o de Ortega, no de un jefecillo de gabinete cualquiera. Entonces pensaba dedicarme a la enseñanza de literatura pero la vocación canalla de gacetiller­o me llamó con más fuerza. Aunque el país estaba estrenando la democracia, ni en aquel ambiente de libertad imperfecta se me pasó nunca por la cabeza que un presidente del Gobierno iba a amenazar a un periódico, éste, con una querella. Va a ser divertido, si la presenta, escudriñar delante del juez, línea por línea, esa tesis tan sólida y bien compuesta. Y ver quién se ha saltado más reglas, si el escribidor del engendro, sea quien fuere, o la prensa.

Sánchez está molesto, y es comprensib­le, porque el escándalo le ha estropeado el paso. Y más en su previsto día grande, el del decreto para desenterra­r a Franco. Sus socios, lo mejorcito de cada casa, le van a echar un cable vergonzant­e para que el Congreso no lo ponga colorado. Pero en sus adoradas redes sociales, en la prensa internacio­nal y hasta en los bares de barrio, su ya poco brillante mandato aparece deslucido por un debate sobre la palabra innombrabl­e: plagio.

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