ABC (Sevilla)

EL LIBRO DE LA FRANCA

- FRANCISCO J. LÓPEZ DE PAZ

Cuando leí el sábado pasado el artículo de Félix Machuca sobre Franca Sorrentino le escribí para decirle que esa mujer que trabajó en los mundos de la noche de Sevilla en los años 60 y 70 se merecía un libro y que ese libro merecía escribirlo él. Es tan apasionant­e la historia, tan cercana y a la vez tan lejana en el tiempo que sería un error convertirl­a en olvido. Serviría como evangelio en el que relatar que el don de la libertad no siempre fue un regalo. La Franca fue el paradigma de esa libertad en tiempos difíciles. La grandiosid­ad del físico y la belleza de su rostro jugaban a su favor. Pero su actitud, esa que doblegó a los jerarcas y a los poderosos de la dictadura actuó como un torbellino que hizo sentirse más libres a la gente que se acercaba a cualquiera de sus alrededore­s. ¿Recuerdas?

Eran como las siete de la tarde en la calle Condes de Bustillo. Cuando los niños jugaban a la pelota tras salir de los Salesianos, del número 9 u 11 de la calle, junto a la tienda de Carmen la de las tortas aparecía la Franca y se quedaba paralizado el mundo. Los balones dejaban de botar. Las cuerdas de las niñas paraban en la rotación que las hacía saltar. Salía a la calle una giralda con el moño alto y la falda corta. Un cigarro en la mano. Su trayecto desde el domicilio hasta la esquina de la calle San Jacinto para coger el taxi parecía una procesión. Cuando se esfumaba por la esquina del bar, la vida continuaba. Hubo un tiempo en el que los miércoles, Franca iba a la peluquería de mi madre instalada en el domicilio. Se corrió la voz. Mi madre tuvo que hacer las mejores cajas de su vida porque la casa se llenaba de clientas que con la excusa de peinarse iban a escuchar las historias de la Franca por si les tocaba de cerca. Ahí ya debió de tener abierto su club frente a la Cruz Roja de Triana. Con la Guía Secreta de Antonio Burgos conocimos aquella ciudad escondida que buscaba la libertad en la noche. Y se encontraba. Con el libro que la Franca se merece, espero que sea de Félix, seguiríamo­s aprendiend­o muchas más lecciones.

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