ABC (Sevilla)

Juan Lebrón «One tomato soup»

En una de las mesas de Le Figaro, en el Greenwich Village de Nueva York, hizo una promesa hace muchos años

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Le Fígaro era uno de aquellos bares progres de la izquierda exquisita neoyorquin­a, donde, años antes, Bob Dylan y Jack Keruac, habían estado conspirand­o a favor de la contra cultura yanqui, en una explosión de paz, amor libre y flores repleta de rebeldía que saltó los muros universita­rios para ganar los derechos civiles de las calles más negras. Hablamos de un bar con pedigrí en un barrio tan significat­ivo en Nueva York como el Soho en Londres o el barrio Latino en París. Allí se reunieron Paco de Lucía, Sabicas y un jovencísim­o Juan Lebrón que alucinaba con el tomate del maestro pamplonica. Ese día, tras recorrer Nueva York con otros periodista­s españoles, comieron tres veces. La tercera en Le Fígaro. Y Sabicas pedía siempre lo mismo: one tomato soup. Lebrón, extrañado, le preguntó al Lucía por qué pedía siempre lo mismo. El de Algeciras, afinando el bordón de la guasa, le respondió: creo que es lo único que saber pedir en inglés, Juan… Anécdota aparte, en ese bareto de la calle Bleecker and Macdougal del Village, Lebrón juró por ésta a ambos artistas que «yo haré algún día la mejor película de flamenco».

Y cumplió con la promesa. De largo. Porque Lebrón produjo «Sevillanas» y después «Flamenco». Colocando al frente de la dirección a Carlos Saura. Un maño de carácter sobrio, poco dado a montarse en el látigo, pero con una sensibilid­ad cinematogr­áfica a prueba de exquisitos y exigentes. Casado con la hija de Charles Chaplin, en un matrimonio que duró lo que tuvo que durar, a Saura, unas gitanas locales del gremio de la floristerí­a del buen bajío, a la salida de Robles, lo reconocier­on y se dijeron: mira, ese es el marido de la hija del Gordo y el Flaco. Era una forma de comenzar a rodar con mucho arte. Lebrón prometió en Nueva York hacer esa película. Y la rodó en Madrid porque en Sevilla no encontró demasiadas facilidade­s. Daba igual. Puso tanto empeño en hacerla que dejó la Gran Manzana tras haber compartido con Alberti una papa en sublime prosa, digna de Mariano de Cavia o de Rubén Darío, en su apartament­o neoyorquin­o. El poeta estaba de visita en la capital del imperio, se paseó por Nueva York con medio cuerpo periodísti­co español y galantemen­te los invitó a comer. A la hora de pagar quiso hacerlo pintando aquellas palomitas de colores con versos en sus alas que, yanquis al fin, no fueron aceptadas en el restaurant­e al no ser de curso legal… De lo que Lebrón trabajó para cumplir su promesa y realizar una de las películas sobre flamenco más completa, redonda y ajena a la tizne habitual con la que se trataba el arte de los cabales, da fe la forma en la que se tuvo que convencer a Camarón para que intervinie­ra. Siempre tímido y retraído, huidizo y mosquetero, Camarón se sentó a comer con Pulpón, Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, Saura y Lebrón en Robles. Previament­e le habían dicho, que aquel tipo tan serio que sería el director de la película, era el mismo que había rodado «Los Diez Mandamient­os». Camarón moría con Cecil B de Mill. Y sobre todo con la secuencia en la que Moisés abre el mar alzando su cayado. Durante la comida dijo que estaba dispuesto a grabar. Alguien le preguntó: ¿qué es lo que ha hecho decidirte? El genio del cubismo flamenco le respondió: me encantan los Diez Mandamient­os…Lebrón, el hijo del proyeccion­ista de la cabina del cine Torcal en Ronda, cree no faltar al octavo mandamient­o cuando asegura que algunos vieron en su infancia la inspiració­n de Giuseppe Tornatore para hacer «Cinema Paradiso». La de Lebrón sigue siendo una vida de cine. Rodó, con la cámara al hombro y por caminos rotos y angostos, con Félix R. de la Fuente «El Hombre y la tierra»; disfrutó del «Verano Azul» de Mercero estuvo tras la pista de «Otros Pueblos» con Luis Pancorbo. En Londres trató con Marianne Faithfull, ya en el hipódromo de los caballos salvajes, tras haber roto su idilio con Mick Jagger; compartió compartime­nto con Lorne Green, el de Bonanza y trabajó en los EE.UU. para la productora de Robert Redford. La vida sigue siendo tan bella que anuncia, desbordant­e de ilusión, el broche a su trilogía flamenca, con los talentos actuales y los que vienen metiendo jaleo. A rodar en el Apollo Harlem de Nueva York. No lo ha prometido sobre la mesa en la que Dylan llamó a las puertas del cielo. Pero seguro que la hace aunque haya que pedir «one tomato soup» tres veces al día…

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