«Los porcentajes no garantizan nada, la responsabilidad es del profesor»
Docentes y responsables de software antiplagio admiten que el programa por sí solo no es capaz de determinar si un trabajo es original
El uso de programas informáticos para detectar plagios comenzó a extenderse en las universidades españolas hace cuatro años, en 2014. Hasta entonces, solo 15 centros los empleaban. Fue la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) la que puso en marcha un grupo de trabajo para animar a todos los campus a usar estas herramientas. Al acabar el proyecto, un año después, «medio millón de alumnos estaban cubiertos con los programas», explica Santiago Portela, director de tecnología de la Universidad Alfonso X El Sabio y coordinador del grupo de trabajo que negoció con los grandes actores tecnológicos para traerlos a España.
Estos programas, aunque no son idénticos, funcionan de la siguiente manera: el profesor recibe el trabajo de un estudiante y lo sube a la nube de la plataforma. Una vez alojado allí, compara cada párrafo con toda la información disponible en Internet y, también, con todos los trabajos subidos a la plataforma (incluso de otras universidades) que pueden no estar en la red. Hay una tercera operación, en la que se compara el documento con artículos de revistas científicas a las que no se puede acceder salvo previo pago. Una vez realizadas estas acciones, que duran unos pocos minutos, «sale un informe en el que aparecen, en porcentaje, las similitudes del documento del alumno con otros para que el profesor vaya cotejando y verificando», explica Portela, que recuerda que la responsabilidad final recae en el docente, ya que la plataforma «no es un garante de nada». «Ningún automatismo —precisa— puede descartar o confirmar el plagio, la herramienta está al servicio del docente que es el que tiene que comprobar si una vez arrojado el informe de similitud, el texto está citado o no, o se calcó el texto tal cual». El propio Portela, que negoció la llegada de Turnitin a España, el software más usado en nuestro país, recuerda que estas herramientas «están lejos de ser capaces de dictaminar si un trabajo es original o no». Turnitin y PlagScan fueron los programas empleados por Moncloa para analizar la tesis de Sánchez, que colgó en Internet ayer, 52 horas después de sostener que ya estaba en la red y tras la presión por las informaciones publicadas en este periódico. En un comunicado, Moncloa explica que tras analizar la tesis, «la evaluación de las herramientas Turnitin y PlagScan, determinan el contenido original de la tesis, superando ampliamente los estudios de coincidencias. En el caso del Turnitin ha obtenido un 13%. En PlagScan ha cifrado un 0.96%, cada uno con su metodología». Agregan, además, que «existe un amplio consenso en el ámbito académico en considerar que se trata de porcentajes normales, de acuerdo a la normativa y los protocolos de verificación».
«Es solo un indicativo»
Pero no solo Portela señala que las herramientas por sí solas, «no hacen nada» y que el trabajo «tiene que pasar por un profesor para evaluar su originalidad». El propio gerente de Turnitin en España, Lluís Val subraya que la herramienta no es «como pasar por un control de alcoholemia». «Nunca nos va a decir si estás ebrio o no estás ebrio», explica Val, que precisa que el porcentaje de coincidencias del texto con la base de datos es «solo un indicativo de lo que puede estar pasando con ese trabajo».
«El tanto por ciento de coincidencia con otros textos nunca a va ser un criterio irrefutable para determinar si hay o no plagio. Debe ser el profesor el que tome las acciones necesarias de acuerdo a cómo entiende el documento, del conocimiento que tenga de los estudiantes y de mil factores que son intrínsecos a la profesión de educar», indica el responsable de este programa, creado en 1998 por un grupo de cuatro estudiantes de doctorado de la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos). Hoy esta herramienta es utilizado por 26 millones de estudiantes y profesores en todo el mundo de más de 15.000 instituciones en 140 países.
Vall explica que en el ámbito universitario hay una «preocupación creciente» por «protegerse» de este fenómeno. «Vamos un poco tarde con respecto a